Estos días estamos publicando y comentando en el blog sobre los médicos honrados y ejemplares, la corrupción que existe en la medicina y que amenaza con deteriorarla de manera irremediable, todo ello a raíz de la publicación, el próximo jueves (día 14 de abril), de mi nuevo libro Laboratorio de médicos. Viaje al interior de la medicina y la industria farmacéutica. Les estamos ofreciendo leer el primer capítulo del libro a modo de introducción y durante los próximos días les daremos algunos otros ejemplos para que se hagan una idea.
No es un libro especialmente “sexual” pero como de todo hay en la viña del señor, al conocer durante estos años la vida de varias decenas de visitadores médicos he comprobado que las pasiones más bajas también se utilizan, cómo no, para vender; medicamentos en este caso. El cuarto capítulo se titula Sexo, mentiras y medicinas y comienza así:
Aquel sándwich de sudor meneaba las proporciones del fracaso
al ritmo de una misma música. El pan de aquel bocadillo de
fluidos era producto de una misma prostitución. Ella vendía su
cuerpo; él su alma. Hijos bastardos de la confusión aquella
transacción económica entre animales castigados por los diferentes
bocados de la miseria y la falta de voluntad suponía un
fiel reflejo de la poca democracia del mercado. Un intercambio
de malogradas células reproductivas a media altura que con
cada empujón permitía al menos durante el instante que dura
un orgasmo huir de una realidad que se había empeñado en
darles por culo. Esto es lo que me venía a la mente cada vez que
imaginaba cómo se había desarrollado aquella transacción tan
poco sanitaria. E55, pseudónimo que yo escogía para este
exempleado del departamento de Ventas del laboratorio Juste,
estaba cerrando un acuerdo con un médico en un prostíbulo de
los alrededores de Sevilla. La mala suerte había querido que un
familiar le encontrara en aquel museo de las ancianas pasiones.
Desconozco en qué estado. Lo cierto es que no debió de hacerle
mucha gracia verle en aquella fábrica de deseos satisfechos
y la información corrió por los circuitos de la familiaridad hasta
llegar a oídos de su mujer, que, sin pensárselo mucho, le dejó.
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