Recién llegada de Viena, aún no he podido desprender de mi retina las imágenes de una ciudad hermosa y señorial como pocas. Sus edificios palaciegos, sus calles limpias y silenciosas, nos llevan a otra época. No nos dejemos arrastrar por los tópicos, Viena es mucho, muchísimo más queSissí o sus famosas tartas, en ella se unen la historia y la cultura, fundiéndose el pasado con el futuro.
De un lado los increíbles palacios de los Habsburgo, de otro, el legado gótico presente en su catedral o en pequeñas y románticas iglesias que parecen sacadas de un relato decimonónico. Y del pasado al presente, la increíble colección de pintores expresionistas: Klimt, Schiele y Kokoschka, y el arte en constante movimiento, presente en el sinnumero de galerías y museos dedicados al arte más rompedor y actual. Entre los lugares que no pueden dejar de visitarse después de haber cumplido con el itinerario turístico de rigor: el Museo de la resistencia austriaca -el terror nazi en primera persona, con sus víctimas como protagonistas a modo de merecido homenaje-; las catacumbas de la catedral, cuando toda la plaza que la rodea era un enorme cementerio; el Museo Leopold -pintores austriacos de primer orden como los ya nombrados Klimt, Schiele, Kokoschka, o Kolo Moser y Richard Gerstl.
Tampoco podemos olvidarnos dela casa de la música -Beethoven, Mozart, Strauss, Schubert... pusieron música a la vida vienesa; Hundertwasserhaus, un curioso proyecto de edificios pintados de colores y donde la curva y las formas desiguales son las protagonistas.
Y sobre todo, mi mejor recomendación es salirse de los itinerarios marcados y callejear, buscar, husmear, porque en el rincón menos pensado, podemos encontrar ese algo que nos emocione.* Las fotos de este post son todas mías, tomadas durante el viaje*