Y por fin la última de las grandes capitales que visitaríamos en este inolvidable viaje. Dejábamos
Budapest por la mañana, que nos despedía con los mismos atascos con los que nos recibió dos días atrás, y después de un corto trayecto de dos horas por autopista, llegábamos a
Viena, ciudad imperial por excelencia. Paramos en la frontera para adquirir la viñeta que nos permitía poder circular por las autopistas austriacas, con una validez de diez días. Que a nadie se le ocurra saltarse este trámite porque unos kilómetros más adelante la policía austriaca desviaba a todos los vehículos por un área de descanso para comprobar que hubieran pasado por caja. Los que no lo habían hecho quedaban retenidos e imagino que con una buena multa de souvenir. Y llegamos a nuestro hotel en
Viena. Un “presunto” cinco estrellas llamado
Renassaince Wien Hotel. Digo presunto porque difícilmente llegaría a cuatro según nuestro criterio. Porque a pesar de pagar un suplemento por acceder a una habitación superior en el que incluían el parking para nuestro coche y el minibar no alcohólico, tanto el desgastado mobiliario, como el anticuado y lamentable estado del cuarto de baño, junto a un cierto pasotismo en la atención en recepción, no lo hacía merecedor de su categoría. En cambio, el abundante y buen desayuno bufet, el parking relativamente asequible en comparación a los precios del centro y su situación a diez minutos en metro del centro de
Viena, y con la estación justo frente al hotel, pudo mejorar bastante nuestra estancia en el mismo. En fin, que después de esperar más de media hora en recepción mientras prepararan nuestra habitación (y eso que llegamos a las tres y media de la tarde), dejamos todas nuestras cosas, nos dimos una rápida ducha, y nos dirigimos raudos a asaltar la ciudad. Raudos hasta que salimos del hotel, porque en ese preciso instante, el cielo se empezó oscurecer, los rayos y los truenos se repartían a partes iguales y cayó una impresionante tromba de agua, que dejaba las calles impracticables. Pero igual de repentina que llegó se fue y volvió a lucir el sol en el cielo vienes.
Salimos del metro en pleno centro de
Viena, en la enorme
Plaza Karlsplatz, para dedicar la tarde a situarnos dentro de la ciudad e ir tomándola el pulso poco a poco. Lo primero que hicimos fue visitar la oficina de turismo para hacernos con la
Viena-card. Cuando se va permanecer varios días en la ciudad merece la pena hacerse con ella, ya que ofrece descuentos en museos, entradas a palacios y sobre todo los caros transportes públicos que son gratuitos con la tarjeta. Desde luego la arteria más animada de la ciudad interior es la
Kärntner Strasse, plagada de comercios terrazas de cafés y artistas callejeros. Un enjambre de gente la suele poblar a cualquier hora del día. Nosotros nos desviamos hacia la mitad para ir a la
Plaza Albertina, una coqueta plaza presidida por el antiguo
Palacio Habsburgo, hoy en día el
Museo Albertina con una gran colección de grabados y acuarelas de
Picasso,
Cezanne,
Lenardo da Vinci o
Manet. Justo en frente, el
café Mozart, que aunque suene a tópico, creo que hay que sentarse y disfrutar de un sabroso café en su terraza. Al menos nosotros así lo hicimos mientras repasábamos lo que iba a dar de si la tarde, aunque no es barato precisamente.
El resto del tiempo lo dedicamos a pasear relajadamente y sin prisas, disfrutar de la monumentalidad de sus edificios, del ambiente relajado y del sosiego que se disfruta en
Viena. Y eso a pesar de la gran cantidad de visitantes que circulaban por sus calles. De nuevo por la
Kärntner Strasse llegamos hasta la
Plaza Stephans donde se alza la impresionante
Catedral de San Esteban (
Stephansdom), con una aguja espectacular y de estilo gótico, sin duda la parte más llamativa es su tejado en forma de mosaico, compuesto por miles de tejas barnizadas. Dejamos su visita interior para otro día, ya era tarde y nos iba apeteciendo mirar algún sitio donde poder cenar algo. Por las estrechas y reviradas calles que rodean la Catedral, circulan perezosamente los muchos carruajes de caballos que trasladan a los numerosos turistas a un viaje en el tiempo. Por nuestra parte, ya habíamos encontrado una buena mesa en uno de los restaurantes turísticos del centro, donde disfrutamos de la sencilla gastronomía austriaca a buen precio, y donde di buena cuenta de un costillar de cerdo a la brasa, que según ponía en la carta, y el propio camarero me confirmó, era el mejor de toda la ciudad.
Al día siguiente dedicamos toda la mañana a visitar el enorme complejo del
palacio neoclásico de Schönbrunn, antigua residencia de verano de la
familia imperial. Entre las muchas estancias que visitamos recomiendo prestar especial atención al
Salón Chino Azul,
la Gran Galería, el
Gabinete Chino Circular y la
Sala Napoleón. Como curiosidades, sin duda, las estancias privadas de
Francisco José I y de
Isabel de Baviera (archiconocida por
Sissí), un conjunto de habitaciones que servían de dormitorios privados (separados), sala de desayuno, sala de baño, estancia con los objetos de tocador de
Sissí… El recorrido por las diferentes alas del
Palacio de Schönbrunn resultó de lo más entretenido y gracias a la audio-guía fuimos conociendo toda la historia y los usos de cada una de las salas. La parte trasera del Palacio da a unos amplios y cuidados jardines, con una colosal fuente de piedra justo en su mitad, para acabar en
la Rotonda donde poder sacar una estupendas fotos panorámicas del Palacio y de la ciudad de
Viena o tomarse relajadamente un café vienes . Los jardines también contienen un laberinto y el zoológico más antiguo del mundo , cuyas entradas son vendidas a parte, al igual que las del
Museo de los Carruajes.
Después de pasar toda la mañana en
Shönbrunn, regresamos en metro hasta los límites del centro de
Viena. Nuestro objetivo era visitar el conjunto de apartamento de
Hundertwasser-Haus, un bloque municipal de apartamentos diseñado en estilo ecléctico y que es una mezcla muy vistosa e indescriptible de toda clase de elementos decorativos y constructivos. La verdad es que, al margen de gustos personales, es espectacular y muy curioso. El arquitecto fue
Friedensreich Hundertwasser, y lo único seguro es que a este hombre no le agradaban las líneas rectas. En su primera planta hay un precioso café restaurante donde nos atendieron de maravilla, con una terraza perfecta para descansar y apreciar parte de la estructura de esta colorista construcción, aunque eso si, supongo que habremos quedado inmortalizados en cientos de fotografías que sacaban los numerosos turistas de la zona. Justo frente al edificio de apartamentos (como curiosidad no hay ningún piso igual a otro), se alza un original centro comercial, firmado también por
Friedensreich Hundertwasser. Dedicamos un buen rato a bucear por sus tiendas de productos típicos, souvenir y galerías de arte. Su interior es alucinante, la escalera, los escaparates, cualquier rincón se aprovecha para poner un pequeño negocio, como ocurre en cualquier zoco musulmán o en la
isla de Mikonos. Pero lo que es alucinante son sus baños públicos. Aunque no tenía la necesidad de ir al baño, no me pude resistir a pagar para poder entrar a ver sus interiores, y desde luego que merece la pena. Creo que la palabra psicodélicos se queda corta.
Cuando acabamos la visita, y después de dar un paseo por la zona, donde hay otros interesantes edificios aunque no tan originales, nos subimos a un tranvía para ir a la zona norte de
Mariahilfer Strasse, donde está el
Parque del Ayuntamiento y el propio edificio del
Nuevo Ayuntamiento(
Neues Rathaus), una gran edificación neogótica con cierto parecido al
Ayuntamiento de Bruselas. Esos días la plaza alojaba un gran número de casetas-restaurante, un festival con toda clase de comidas de distintas partes del mundo acompañado de actuaciones de países lejanos. Desde Asia al mundo árabe, de los países nórdicos a los mediterráneos. Fue una bonita experiencia, empaparnos de los más diversos aromas del mundo en medio de un ambientazo brutal. Claro que tanto despliegue tuvo su parte negativa, ya que no nos permitió contemplar el ayuntamiento en todo su esplendor al estar parcialmente tapado por el andamiaje de los focos y luces. Muy cerca del
Neues Rathausse encuentra el
Parlamento austriaco y el
Burgtheater, uno de los escenarios más importantes del mundo germánico. Saliéndonos un poco de las rutas turísticas, y cerca del
Museo de Historia Natural, encontramos la zona de
Spittrlberg , una amalgama de calles, callejones y pasadizos, con comercios de artesanos , galerías de arte y muchos, muchos restaurantes, y que es uno de los barrios más antiguos de
Viena. Allí encontramos un pequeño y escondido restaurante, con una encantadora terraza, donde
Ceci continuó con su particular idilio con los
wiener schnitzel (eso si, éste relleno de queso fundido), y yo con una especie de entrecot cubierto de aros de cebolla, patatas braseadas y cómo no, pepinillos, todo acompañado con un fresco y buen vino blanco de la región. Es una de las cenas que mejor recuerdo guardo en
Viena. Después de la sobremesa, un largo paseo nocturno para hacer una buena digestión, disfrutando del ambiente y de la visión de los preciosos edificios iluminados en todo su esplendor, es todo lo que dio de si este caluroso día.
La elegante arquitectura de
Viena El
Hundertwasser Village, un original centro comercial
y sus "particulares" aseos
Los propietarios de este tanden de visita en Viena. Han pedaleado desde Finlandia..increible
Entrecot asado con pepinillos
Plato estrella de la gastronomía austriaca: el
wiener schnitzel