Hsipaw (pronúnciese Sipo) es uno de esos lugares que atrapa, no tiene absolutamente nada especial, y quizás eso sea lo maravilloso de este lugar. La naturalidad, la vida tranquila de un pequeño pueblo de montaña, la facilidad de entablar conversación con la gente y la cantidad de sonrisas que parecen aflorar incluso más que en otros lugares.
Y cuando digo que atrapa, se ve en la comunidad de viajeros que vienen esperando quedarse uno o dos días y acaba aquí 3 y 4. Y es simplemente por eso, porque uno aquí ve la vida pasar tranquilamente, rodeado de montañas y de arrozales, de gente trabajando y comiendo en los pequeños puestos callejeros.
El mejor plan que se puede hacer en Hsipaw es hacer pequeñas excursiones a los pueblecitos de los alrededores, atravesando los arrozales y llegando a pueblos sin carreteras, con pequeños molinos como generadores del pueblo que te retraen años atrás, los niños bañándose en los riachuleos junto a los búfalos, y mientras paseas por los pueblitos ves cada familia a lo suyo, unos comiendo, otras lavando, otros agitando los árboles para conseguir que caigan los mangos maduros, cada escena es como para quedarse horas viendo una vida sencilla, y alegre pese a todo.
Existe un pequeño Bagan cerca del pueblo, como ellos lo llaman, y podría denominarse extremadamente pequeño Bagan porque no son más que unas decenas de estupas pero de las cuales hay alguna más que impresionante entre ellas.
Y una visita que es interesantísima es la de la fábrica de palomitas. Fábrica que nos pasamos tres veces mientras la buscábamos porque aquí una fábrica es una chocita de paja que bien podía ser una casa, de echo creo que también es la casa de esta familia tan encantadora.
Te acercas y una mujer, la que lleva el negocio te explica que lleva ya unos meses sin hacer palomitas por la falta de pedidos, las hace en una olla a presión especial que tras 20 minutos al fuego la abre y la mezcla del aire caliente y frío hace que el maíz explote! Nos pidió una y mil veces perdón por no poder hacer la demostración, pero ahora se dedica, mientras espera pedidos de palomitas, a hacer snaks de patatas, y ahí te sientas con ella, mientras fríen patatas desecadas que multiplican su tamaño y se vuelven crujientes. Se pasan por una mezcla de chili para que estén bien picantes y a embolsar en pequeñas bolsas de plástico que se cierran con una vela fundiendo el borde.
Finalmente hay varios monasterios con novicios que juegan contigo al juego que se torne, ya sean canicas o pilla-pilla, y tras el esfuerzo a sacar el agua del pozo a refrescarse.