Revista Cultura y Ocio
No sé a qué le llaman primavera en Londres porque al aterrizar no hallé más que lluvia. Eran las tres de la tarde cuando pisé suelo europeo. Enseguida todo se transfiguró en el gris impoluto de los londinenses. Ni siquiera el hombre del taxi quiso conversar conmigo del clima, se limitó a llevarme en el más desesperante de los silencios hasta el Hospital Saint Thomas. Le cancelé la carrera más costosa de mi vida 33 libras el equivalente a 50 dólares por un recorrido de veinte minutos. Pero no podía quejarme, mi viaje lo justificaba todo. Debía borrarme las dudas y encontrar la paz o terminaría loca.
En la recepción pregunté por Ian y me dieron su ubicación, dejé mi maleta a guardar y abordé el elevador. El nerviosismo me estaba consumiendo, hacía meses que no nos veíamos y yo solo quería abrazarlo besarlo y que sus labios me marcaran para que yo no pudiera ser de nadie más. Las puertas se abrieron y caminé meticulosa, era una planta muy limpia y con muchas habitaciones. Al fin encontré la estación de enfermería y pude preguntar por el doctor Stevens. Me indicaron que estaba en cirugía. Me senté a esperar que saliera; pasó una hora y empezaba a quedarme dormida así que pasé al baño para refrescarme, al salir lo vi pasar hablando muy animado con otro médico un poco más bajo que él y con rasgos hindúes. Me decidí a seguirlos. De un momento a otro su buscapersonas sonó y el salió corriendo, abordó el ascensor hasta el piso catorce, lo hice yo también unos segundos después. Llegué hasta el ala de obstetricia y ginecología. Todo era rosa y azul celeste. Las enfermeras vestían batas coloridas y la decoración se asemejaba a la de una tienda de juguetes.De nuevo pregunté por él y me indicaron que estaba con visitando a una paciente, pero la enfermera no quiso decirme el número de habitación. De nuevo me senté a esperar.Los minutos pasaban y yo me estaba arrepintiendo. El médico que salió con él de cirugía subió y preguntó por Ian, enseguida le informaron el número de habitación así que lo seguí. Esperé a que entrara y luego saliera Cuando lo hizo me acerqué hasta la puerta y por las rendijas pude verlo. Estaba sentado en la cama así de informal y fraterno como solía ser. Le tomó las manos a la mujer morena que estaba en cama y las besó con cariño. De repente una enfermera salió llevando un bebé en brazos y se lo entregó a Ian quién lo recibió con amor y le hizo unos cuantos mimos. Vi a la enfermera acercarse a la puerta y salte enseguida apartándome. Dejó la puerta entreabierta y así fue como le oí diciéndole “cariño” a aquella mujer. Enseguida me ruboricé y sentí helarse mis manos. Apreté los puños intentando sosegar ese absurdo sentimiento que me recorría. El busca personas volvió a sonar. él le entregó el bebé a la madre. Revisó el aparato, luego de guardarlo, la besó pero no pude ver si fue en los labios o la mejilla, no importaba la besó y ella le acarició.Yo, recogí mi poca dignidad y abordé el ascensor intentando contener la bóveda de lágrimas que estaban por aflorar. Llegué a la recepción, recogí mis maletas. La enferma me preguntó si había podido ver al doctor Stivens y solo le sonreí a medias. Al salir llovía como por contrato. No quise buscar un taxi, arrastré mi maleta y caminé muchas calles hasta que me sentí perdida más de lo que se hallaba mi corazón y mi cabeza. Me senté en un banco a ver la lluvia caer y los autos pasar. Mis lágrimas se confundían con las gotas de agua, estaba destrozada, humillada y sólo quería que la lluvia me hiciera un lavado intensivo. De un momento a otro la lluvia mermó y yo retomé mi camino, andando a paso lento, como quién se levanta cargando su propio cadáver. Nada me llamaba la atención, todo era sombrío y triste.Al fin, como a las siete pude llegar al hotel en el que Corine me reservó. Pasé directamente a la ducha y luego bebí del té que me dejaron en la habitación junto con un somnífero. Recogí de nuevo mis escombros y los metí en un pijama, me arropé con las mantas y cerré mis ojos por muchas, muchas horas, hasta que el ruido del teléfono me despertó.
Era Ian…
No respondí. Sonó el teléfono de la habitación y presintiendo que era él no respondí.Unos minutos después tocaron a mi puerta. Me levanté de un brinco. No podía ser él. No, no y no.
Abrí la puerta, era uno de los empleados del hotel.
-Señorita, tiene una llamada desde Francia.
Nadie más podía ser sino mi madre.
Respondí.
-Dime, mamá.-¿Qué haces en Londres?-Vine a matarme el corazón.-¿Qué pasó? –preguntó alarmada.-Vi a Ian con otra mujer, creo que tienen un hijo que acaba de nacer.
Mi mamá se quedó en silencio.Luego retomó.
-¿Cuándo lo descubriste?-Ayer, cuando llegué pasé directo al hospital y allí lo entendí todo.-No pudo ser ayer. Ayer te buscábamos como locos, hasta que Corine se dignó a darme el nombre del hotel dónde te quedas.-¿Hoy no es miércoles?Mamá soltó una carcajada-No cariño, es viernes. ¿No me digas que volviste a abusar del champagne?-No, soló bebí té y un somnífero. Tienen razón de estar preocupados…-Claro que sí, sobre todo Ian que no ha parado de buscarte por todas partes.-No quise responder a su llamada…-Hija, debes enfrentarlo. Decirle lo que sabes, no hay otra manera.-Solo regresaré a New York, no quiero verlo-Como tu quieras, pero por favor, deja de hacer locuras y avísame la próxima vez ¿ok?-Si mamá, te quiero.-Y yo a ti, cariño.-¡Oh! Por favor no lo digas… esa palabra ya no me gusta.-Tú eres mi cariño, eso no cambiará jamás.
Me puse de pie y pasé a la ducha. Recogí mi maleta y salí hacia el aeropuerto. Al parecer fui a Londres solo a desilusionarme y dormir.
Cuando pasaba los controles de migración oí su voz que me llamaba. No volteé a ver. Puse los audífonos en mis oídos y mientras las lágrimas rodaban mis pasos no se detuvieron.
Todo el viaje lo pasé remendándome el corazón para llegar completa a USA.
Luego el destino se encargó de enfrentarme a lo que no quería enfrentarme.
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