¿Me receta un par de litros, doctor? El audaz viaje de Bertha Benz, que se convirtió en el primer piloto automovilístico de larga distancia de la Historia nos permite realizar un viaje en el tiempo para descubrir cuál fue la primera gasolinera.
Las plumas están de moda. No se trata de que ya tengamos muy cerca el Carnaval, ni de una nueva tendencia que emerge en las pasarelas internacionales. Me refiero más bien a las plumas de las gasolineras.
Se trata del efecto pluma-cohete que experimentan los precios de los combustibles en función de las fluctuaciones de cotización de la materia prima.
Si los precios del barril de petróleo suben, los precios del carburante en las gasolineras se disparan como si fueran cohetes.
En cambio, cuando desciende el coste del crudo, los precios en las estaciones de servicio descienden lentamente cual si fuesen plumas a las que les cuesta bajar al suelo.
Parece que ya nada queda de aquel viejo espíritu de ayuda al prójimo de las primeras gasolineras.
Para encontrar la primera de ellas, debemos remontarnos a 1888.
El Sr. y la Sra. Benz habían inventado el primer vehículo impulsado por un motor de combustión, esto es, lo que se considera el primer automóvil de la Historia, y lo habían patentado un 29 de enero de 1886.
Pero no había forma de encontrar gente interesada en comprarlo, pues no le veían utilidad alguna. Esto se debía a que se utilizaban para trayectos cortos, ya que gozaban de una autonomía muy limitada, y además requerían de una asistencia técnica casi permanente, a la vista de los problemas de fiabilidad que presentaban.
Así que Bertha Benz decidió acometer una acción publicitaria en toda regla para cambiar esta situación. Iría a visitar a su madre, que vivía en Pforzheim, una localidad a 96 km. de Mannheim, conduciendo el vehículo.
Se convertiría así en el primer conductor de larga distancia de un vehículo a motor, y además demostraría de forma práctica a sus conciudadanos las innumerables posibilidades del invento.
Ni corta ni perezosa, en agosto de 1888, y acompañada de sus dos hijos, Eugen y Richard (de 15 y 14 años de edad respectivamente), se montó en el vehículo antes del amanecer y se dispuso a recorrer dicha distancia sin que su marido Karl Benz tuviera conocimiento de dicha circunstancia.
La expedición resultó complicada, ya que nunca se había realizado un viaje de largo trayecto, sino tan sólo pequeños paseos urbanos. En primer lugar porque aún no se habían inventado los mapas de carreteras. Algo normal, por otra parte, ya que tampoco se habían concebido las carreteras, ni mucho menos las señalizaciones en los cruces de caminos.
Así que tras un pequeño fallo de orientación inicial, el Benz-Patent Motorwagen nº 3 puso rumbo sur en dirección a Pforzheim, en la Selva Negra. En el camino surgieron innumerables problemas de todo tipo, que Bertha supo resolver con brillante habilidad, ya que tampoco existían los talleres mecánicos, ni las asistencias en carretera.
Fruto de todas estas contingencias de este primer viaje, Bertha sugirió una serie de mejoras a incorporar al vehículo, como el depósito de combustible, las zapatas de freno, la introducción de una marcha adicional para subir las cuestas...
Uno de los problemas principales surgió cuando el coche se quedó sin combustible. El prototipo funcionaba con ligroína, un compuesto derivado del petróleo, que se utilizaba como detergente y quitamanchas, y que se vendía en farmacias.
Así que entre Bertha y sus dos hijos hubieron de empujar el coche hasta la localidad de Wiesloch, en la que la farmacia local regentada por Willy Ockel hizo acopio de todas las existencias de dicho producto con las que contaban, y pudieron reanudar la marcha. Afortunadamente no se había inventado tampoco la receta electrónica, y pudieron dispensarle el artículo sin problema.
Finalmente llegaron a su destino, 13 horas después de haber iniciado el viaje, y de inmediato enviaron un telegrama a Herr Benz, que ya empezaba a estar intranquilo por la ausencia de sus familiares. Regresarían 3 días más tarde, por otro camino distinto, para hacer publicidad de su invento por otras poblaciones.
Bertha, la pionera del pilotaje automovilístico, fue nombrada Doctora Honoris Causa en la Universidad Técnica de Karlsruhe, y murió a los 95 años de edad. Además, cada año se celebra la Bertha Benz Memorial Route, en la que se conmemora dicho recorrido de ida y vuelta con un fantástico festival.
En cuanto a la farmacia de Wiesloch, desde entonces presume con orgullo de haber sido la primera gasolinera de la Historia.
Hasta que surgió la primera estación de servicio, los conductores transportaban combustible de reserva en botellas o garrafas, con el peligro de incendio que ello suponía. Posteriormente, los combustibles se vendían en sitios muy curiosos: los propios concesionarios de automóviles, herrerías, cerrajerías, hostales a pie de caminos, etc.
Finalmente en 1907 se inauguró en Seattle el primer establecimiento dedicado en exclusiva a la venta de combustible para automóviles. Desde entonces han aflorado infinidad de estaciones de servicio y cadenas de gasolineras, que pugnan por atraer hacia su marca a los automovilistas.
Para ello, han surgido fantásticos diseños de gasolineras con forma de avión, concha, vagón de ferrocarril, nave espacial, cafetera, molino, arañas...
Se trata de toda una estrategia con el fin de reclamar la atención de los automovilistas, y de desviarla de la tabla de precios que deben siempre mostrar.
Dicen que su fin está cerca. Dentro de poco vendrán las electrolineras. Aunque no sé si los consumidores saldremos ganando o perdiendo con el tema. O bueno, creo que sí lo sé.
Feliz fin de semana. Y si hacéis alguna ruta, no olvidéis llevar suficiente combustible para volver. ¡Buen finde!
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