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Uno de los rasgos por los que se caracteriza el ser humano es su desconfianza. Nos cuesta mucho fiarnos del prójimo, a veces con razón.
En otras ocasiones nos equivocamos, como en el caso de las ovejas. Este noble animal, el Ovis aries (de ahí el nombre de la constelación), nos acompaña desde el Neolítico, cuando quizás fue la primera criatura domesticada por el hombre.
Las ovejas nos proveen de buena carne y mejor lana, con la que fabricar ropa para protegernos del frío. Y se presta dócilmente a nuestros ensayos científicos, como en el caso de la oveja Dolly, que fue el primer mamífero clonado de la historia. De hecho, dicen que se trata de un animal bastante inteligente, que puede reconocer rostros y distinguir individuos diferentes, y que no olvida fácilmente.
Además, nos ha proporcionado películas y títulos inolvidables, como ‘El silencio de los corderos’, o el libro de Philip K. Dick ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ que Ridley Scott llevó a la gran pantalla con el nombre de Blade Runner. Aunque ninguna de ellas está a la altura de las ovejitas de Heidi, ni a las de Carmen Sevilla.
Y, a pesar de todo ello, recelamos de este bendito animal, y hablamos de ovejas negras, ovejas descarriadas, o de lobos con piel de cordero. No hay nada peor que ir por lana y salir trasquilado, o el hecho de que unos lleven la fama y otros carden la lana. Por no hablar de la expresión ‘seguir como borregos’.
En temas sociales, aludimos al dicho de ‘cada oveja con su pareja’ con el fin de reprimir las relaciones entre personas de diferente categoría social. Y cuando queremos encontrar la raíz de todos los males, siempre nos acordamos de ‘la madre del cordero’, y no pensamos en el familiar de ningún otro animal más ruin o despreciable.
En todo caso, deberían ser las ovejas las que desconfiasen de nosotros, y no al revés, pues ya se sabe que ‘al mejor pastor, el lobo le roba una oveja’, o el dicho de que ‘reunión de pastores, ovejas muertas’.
Tan sólo parece que nos fiamos de las ovejas para conciliar el sueño. Dicen que no hay nada mejor para ello que ponerse a contar ovejas que saltan una valla. Y que, para los casos más difíciles, uno puede intentar contar ovejas que saltan en paracaídas.
¿En paracaídas? ¿Una oveja? Jamás se vio cosa igual, podrás pensar. Pues sí, al parecer también han existido ovejas paracaidistas.
En 1935, Italia invadió Etiopía. Para ello, las tropas debían atravesar el desierto de Danakil, por lo que viajaron ligeros de equipaje, cargados tan sólo con unas cantimploras de agua. Pero luego tenían el problema de abastecerse de comida, así que no se les ocurrió otra cosa que lanzar más de setenta ovejas y dos toros en paracaídas, para que las tropas pudiesen alimentarse tras cruzar el desierto. Con esta estrategia, Italia ganó la batalla, aunque no la guerra.
En cuanto a este desierto de Danakil, cabe decir que, debido a su clima riguroso y al calor extremo que se da en el mismo, es frecuentado por numerosos investigadores para poder determinar cuáles serán las condiciones de vida de nuestro planeta si el calentamiento global sigue adelante.
Mientras parte de ese calentamiento se hace presente este verano, que ya es hora, os deseo un feliz fin de semana, disfrutando quizás de unas buenas chuletitas, y que tengáis felices sueños.
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