Su cabeza en las rodillas de la madre
sus pies en las rodillas de la Magdalena
a la luz agonizante de un día eterno
alrededor estrellas a punto de aparecer
María cubre de besos el rostro desfigurado
Magdalena de lágrimas los pies heridos
comienzan a limpiarlo con más cuidado que si estuviera vivo
María le desprende la corona de espinas
con tanta precaución como si la cabeza pudiera resucitar de
/un dolor muy brusco
el universo observa con curiosidad esa corona azul
la herida del costado mira como un abismo
María limpia y lava la faz del mundo
cuánta noche estrellada hasta llegar a los pies
a los ojos llorosos de la Magdalena
la tierra se despide como una madre
besos eternidad de besos sobre Jesús adiós.
(José M. Ibáñez Langlois, Libro de la Pasión, VIII, 9)