Despedida al señor de la villa, pintura de Ettore Forti
El siglo I a. C. fue una época turbulenta de la historia de Roma debido a las guerras civiles que dividieron a la sociedad al defender un bando las leyes y tradiciones de la república y el otro apoyaba conseguir un poder absoluto. Durante esta época muchos nobles amasaron grandes fortunas tras sus triunfos en distintos territorios y después se dedicaron a la compra de objetos lujosos y a la ostentación de su riqueza dejando a un lado la austeridad que había sido un valor tradicional romano. Este deseo de exhibir riqueza tenía su reflejo en la edificación de villas dedicadas al ocio cada vez más suntuosas, especialmente aquellas situadas junto al mar.
“Más provechosa”, dice Fundanio, “es ciertamente la finca a causa de los edificios, si dispones la edificación más con el espíritu de economía de los antiguos que con el lujo de los de ahora, pues aquellos operaban en proporción al beneficio, estos lo hacen por indómitos deseos. Por eso, las casas rústicas de aquellos costaban más que las de recreo y ahora en la mayoría de los casos ocurre al contrario…. Ahora, por el contrario, ponen interés en tener la casa de recreo lo mayor y más elegante posible y compiten con las villas de Metelo y de Lúculo edificadas en detrimento del Estado." (Varrón, De Agricultura, I, 13, 6-7)
Pintura de Henryk_Siemiradzki_
La construcción de villas marítimas en la costa desde Roma hasta Nápoles se había ya intensificado a finales del siglo II a. C. y en el siglo posterior era bien visible el aspecto que presentaba la costa con la visión de tales mansiones a lo largo del litoral, como recoge Estrabón en su Geografía.
“Aquí se encuentra el final del golfo que recibe el nombre de Cráter, delimitado por dos cabos que miran hacia el sur, el Miseno y el de Atenea. Toda su extensión está edificada, en parte, con las ciudades que hemos mencionado, en parte, con residencias y plantaciones que se suceden una tras otra, ofreciendo la apariencia de una sola ciudad.” (Estrabón, Geografía, V, 4, 8)
Pintura de la casa de Marco Lucrecio Fronto, Pompeya
Con el fin de las guerras civiles durante la segunda mitad del siglo I a.C. surgió la moda de las villas con fachadas hacia el mar que salpicaban los litorales mediterráneos, en contraste con las villas que se habían construido hasta entonces situadas sobre promontorios y acantilados en lugares más fáciles de defender y que se parecían a fortalezas militares.
“Aquellos famosos a quienes la fortuna del pueblo romano transfirió el poder como Gayo Mario, Gneo Pompeyo y Gayo César, construyeron, es cierto, sus quintas en la región de Bayas, pero las situaron en las cimas de los montes más elevados. Les parecía éste un gesto más militar: vigilar desde una atalaya los valles que se extendían a lo largo y a lo ancho. Contempla la posición que eligieron, el lugar en que levantaron sus edificios y la calidad de éstos; reconocerás que no eran quintas, sino campamentos.” (Seneca, Epístolas, 51, 11)
Villa Jovis, Capri, Italia, Ilustración de Jean-Claude Golvin
Este afán defensivo y protector de los bienes domésticos se debía también a la amenaza de los piratas se solían atacar las costas durante siglos hasta que el triunfo de Pompeyo sobre ellos trajo cierto alivio durante años a las ciudades, pueblos y mansiones de las costas mediterráneas.
“Mientras el mismo Africano se hallaba en su casa de campo en Literno, un nutrido grupo de jefes piratas se acercó al mismo tiempo para hacerle una visita. Al creer él que venían con intenciones hostiles, dispuso como defensa en el tejado de la casa un grupo de servidores domésticos que tenían la intención y los medios suficientes para repeler a los agresores. Cuando los piratas advirtieron esto, dejando atrás a los soldados que les daban escolta y soltando las armas, se acercaron a la puerta y a voz en grito anunciaron a Escipión que venían, no para atentar contra su vida, sino como admiradores de su virtud, pidiendo encarecidamente verlo y estar con un hombre tan ilustre, un auténtico favor divino para ellos; por consiguiente, que no tuviese a mal dejarse ver por ellos y no se preocupara de nada. Cuando la servidumbre comunicó esto a Escipión, ordenó éste que abrieran las puertas y los dejaran pasar. Entonces ellos, tras venerar respetuosamente las jambas de la puerta, cual si de un venerabilísimo altar y templo sagrado se tratara, estrecharon la mano de Escipión y la besaron un buen rato. Dejando después ante el vestíbulo los regalos que suelen concederse a una divinidad, regresaron a sus casas felices porque habían tenido la suerte de ver a Escipión de cerca.” (Valerio Máximo, II, 10, 2)
Casa romana de Nora, Cerdeña, foto de Samuel López
Estas villas tuvieron en un principio la particularidad de ser los lugares donde las élites romanas se relajaban e intentaban mejorar su salud, por lo que se buscaba un lugar alejado de la urbe para olvidarse de los negocios y el ajetreo de las calles abarrotadas de gente, y también con un clima benévolo lo más cercano al mar donde el aire marino proporcionaba una temperatura agradable. Las villas, durante el Imperio romano, eran los lugares ideales para relajarse y mejorar la salud. Era preciso ubicar la villa en una zona provista de un clima suave y alejada de cualquier urbe para conseguir ese bienestar.
¡Oh dulce litoral de la templada Formias! A ti, cuando huye de la ciudad del severo Marte y, cansado, se despoja de las preocupaciones que le inquietan, Apolinar te prefiere a todos los lugares. Ni el dulce Tíbur de su casta esposa, ni los retiros de Túsculo o del Álgido, ni Preneste y Ancio los admira él así. A la seductora Circe o a la dárdana Gaeta no las echa en falta, ni a Marica, ni al Liris ni a Salmacis, bañada en el venero Lucrino. Aquí lo más alto de Tetis lo riza un viento ligero; y no está el mar como sin fuerzas, sino que la calma viva del ponto mueve el pintado bajel con la ayuda de la brisa, lo mismo que, con el abaniqueo de la púrpura de una joven a la que no le gusta el calor, llega un fresco saludable. Y el sedal no busca su presa en un mar lejano, sino que la caña echada desde la alcoba y desde la cama la engancha un pez al que se ha visto desde lo alto. Si alguna vez Nereo siente la tiranía de Eolo, la mesa, segura con lo suyo, se ríe de las tempestades: una piscina cría los rodaballos y las lubinas en la propia casa, la delicada morena acude nadando hasta su cuidador, el nomenclátor cita a un mújol conocido y, a la orden de que se acerquen, acuden los viejos salmonetes. Pero, ¿cuándo permites, Roma, disfrutar de eso? ¿Cuántos días formianos le concede el año a quien está enganchado al ajetreo de los asuntos de la ciudad? ¡Felices, oh, los porteros y los cortijeros! Eso se dispone para los señores; está a vuestro servicio.” (Marcial Epigramas, X, 30)
Pintura de la villa de San Marco, Stabia, Italia
Plinio el joven describe en una de sus cartas su villa del Laurentinum, situada a pie de playa cerca de Ostia, que parece seguir meticulosamente los consejos sobre ubicación y orientación que los escritores agrónomos daban para la situación de las villae.
Primeramente, la casa se levanta en un lugar con un clima templado, soleado y seco, con corrientes de aire saludables, como puede verse en su descripción del criptopórtico.
“A partir de aquí se extiende una galería abovedada que parece casi una obra pública. Por ambos lados hay ventanas, más numerosas sobre el mar, menos frecuentes sobre el jardín, una en cada entrepaño, pero colocadas alternativamente. Cuando el día está sereno y tranquilo se abren todas las ventanas, cuando el tiempo está revuelto por los vientos, que soplan por un lado o por otro, se abren sin sufrir daño por el lado donde los vientos están calmados.” (Plinio, Epístolas, II, 17)
Villa de Minori, Positano, Italia, foto de Samuel López
La casa se distribuye en dos espacios principales, el primero conformado por las estancias dedicadas a la representación, como el vestíbulo, atrio, baños y comedor, además de la parte dedicada al uso del servicio.
“La villa proporciona suficiente comodidad, su mantenimiento no es costoso. En la entrada hay un vestíbulo, sencillo, pero no despreciable; a continuación, un pórtico redondo en forma de letra D, que rodea un patio pequeño, pero agradable, que proporciona un magnífico abrigo contra el mal tiempo, pues está protegido por cristales y mucho más por techos voladizos. Hacia la mitad de él hay un agradable patio interior, luego un comedor bastante hermoso, que avanza hacia la costa y cuando el mar es impulsado por el viento ábrego es bañado suavemente por unas olas ya gastadas y moribundas. Tiene por todas partes puertas y ventanas tan grandes como las puertas, de modo que por el frente y por los costados parece que contemplas tres mares; por la espalda tiene una vista del patio interior, del pórtico de nuevo, luego el vestíbulo, los bosques y los montes lejanos.” (Plinio, Epístolas, II, 17)
Pintura de Frederick Pepys Cockerell
El segundo, destinado al descanso del dueño, que en el caso de Plinio se dedica al estudio, y donde puede evadirse del ruido que se produce con las tareas cotidianas. Este espacio se rodea de jardines.
"Al final de la terraza, después de la galería y del jardín, hay un pabellón que es mi favorito, verdaderamente mi favorito: yo mismo lo he construido; en él hay una habitación soleada que mira por un lado a la terraza, por otro al mar, y por ambos al sol; hay también un dormitorio que se asoma a la galería por una doble puerta, y al mar por una ventana. Hacia la mitad de la pared posterior hay un gabinete elegantemente diseñado, que se puede incluir en la habitación, si se abren sus puertas de cristales y de cortinas, o independizarlo, si se cierran. Caben en su interior un lecho y dos sillones; tiene el mar a sus pies, las villas próximas a su espalda, los bosques en frente; se puede contemplar gran número de vistas panorámicas separada o simultáneamente por otras tantas ventanas. Unido a este gabinete hay un dormitorio para el descanso nocturno, que ni las voces de mis esclavos, ni el murmullo del mar, ni el estruendo de las tormentas ni el fulgor de los relámpagos, ni siquiera la luz del día, pueden penetrar, a no ser que las ventanas estén abiertas." (Plinio, Epístolas, II, 17)
La elección de la ubicación también cumple la norma de acceso a agua potable y cercanía a ciudades grandes con facilidad de comunicación.
En verdad que es una sorprendente característica de este litoral que en cualquier parte que muevas el suelo, al momento brota un agua pura y sin la menor huella de contaminación a pesar de la proximidad del mar.
"Los bosques vecinos proporcionan leña en abundancia, la colonia de Ostia nos abastece de todo lo demás." (Plinio, Epístolas, II, 17)
Pintura de Henryk Siemiradzki
Otro rasgo predominante para la situación de estas villas era el paisaje. Era importante encontrar un promontorio desde el cual se pudiera obtener buenas vistas y que permitiese que la villa edificada fuese contemplada y admirada por los visitantes que se aproximaban, especialmente por el mar.
“La naturaleza ofrece el escenario: hay una sola playa que interrumpe el roquedo y da entrada a los campos al pie de las escarpas. Un primer atractivo del paraje. Humean unos baños con dos bóvedas y el agua dulce fluye desde la tierra al encuentro de la mar amarga… la bonanza del piélago es una maravilla: allí las aguas, fatigadas, deponen su cólera y el Austro violento sopla con más dulzura, allí el rigor de la borrasca se torna más sumiso, y la apacible rada descansa sin procelas, imitando el talante de su dueño.
Desde allí trepa un pórtico por las pinas alturas, obra comparable a toda una ciudad, que con su extenso dorso domina las roqueñas asperezas. Por allí, donde antaño, en medio de una oscura polvareda y la fiereza adversa del camino todo era sol, es ahora un placer adentrarse.” (Estacio, Silvas, II, 2)
Reconstrucción de la villa de Pollio Félix
La extensión de las villas marítimas por la costa puede verse como un símbolo del dominio humano sobre la naturaleza y de la civilización sobre el paisaje.
“Aquí Naturaleza se ha mostrado pródiga; allá, vencida, se ha doblegado ante quien la habita y, dócil, se ha sometido a usos ignorados: donde hubo un monte, ves ahora un llano; fueron cubiles las estancias en que hoy te adentras; donde ves hoy escarpas de arboledas, ni siquiera hubo tierra. El dueño se ha hecho dueño: el suelo, domeñado, se goza con aquel que da forma y somete a los roquedos. Contempla ahora los riscos obedientes al yugo y cómo la montaña penetra en la morada y se retira, sometida al mandato.” (Estacio, Silvas, II, 2, La villa de Pollio Félix en Sorrento)
La edificación de estas villas convertía a sus propietarios en auténticos domadores del terreno que debían empezar por ganar espacio al mar construyendo puertos donde recalar los barcos de forma segura y pontones para llegar hasta plataformas situadas justo sobre el agua.
“Lo que sigue es una demostración de la riqueza de Damiano. En primer lugar, toda la tierra que poseía estaba plantada de árboles, frutales y de sombra; en sus propiedades de la orilla del mar había construido islas artificiales y, en los puertos, muelles que ofrecían fondeadero seguro a los barcos de carga que llegaban o partían.” (Filostrato, Vida de los sofistas, II, 23, 606)
Villa de Domiciano en Monte Circeo, Ilustración de Jean-Claude Golvin
Además, debían controlar el curso de los ríos para crear canales con los que regar los jardines y cascadas para la decoración. También era necesario crear alturas artificiales con las que constituir una villa con fachada al mar apilando material suelto para hacer orillas artificiales, horadar las laderas para adaptarse a los deseos de los propietarios y crear terrazas a distintos niveles por medio de estructuras de obra.
“Sienten los peces que las aguas se reducen por las moles arrojadas al fondo de los mares: a él se afana en echar piedra molida el contratista con sus siervos y el propietario hastiado de la tierra.” (Horacio, Odas, III, 1)
Las imponentes villas llegaban a asemejarse a ciudades en sí mismas cuando se las veía desde el mar, no solo en un intento de demostrar la riqueza y poder de los dueños de cada una, sino como la victoria de la civilización sobre la naturaleza salvaje.
“Embellecen el litoral de una manera muy agradable una gran cantidad de mansiones, bien seguidas, bien separadas, que vistas desde el mar o desde el propio litoral dan la impresión de tratarse de una serie de ciudades.” (Plinio, Epístolas, II, 17)
Pintura del puerto de Stabia, Italia
El equipamiento y ornamentación de las villas eran elementos a tener en cuenta a la hora de especular en su compra-venta. Una decoración lujosa no solo era un placer para el propietario, además de un asunto de autorrepresentación en sociedad, sino que podía incrementar el valor de mercado de la propiedad. En especial las esculturas y obras de arte antiguas y originales se consideraban relevantes con respecto a la idea que el nuevo propietario deseaba transmitir sobre sí mismo a los demás.
“Pero hay, sin embargo, una estancia, una que sobrepasa con mucho a todas las demás y que, en línea recta sobre el mar, te trae la vista de Parténope, en ella, los mármoles escogidos de lo hondo de las canteras griegas, la piedra que alumbra los filones de la oriental Siene, la que los picos frigios han arrancado de la afligida Sínada en los campos de Cíbele doliente, mármol coloreado en que brillan los círculos purpúreos sobre su fondo cándido; aquí también el que ha sido cortado de la montaña del amicleo Licurgo, que verdea imitando las hierbas que se doblan sobre las rocas; y aquí brillan amarillos mármoles de Numidia con los de Tasos, Quíos y Caristo, que al contemplar las olas se recrean; todos ellos, vueltos hacia las torres de Calcis, envían su saludo. Te felicito por tu amor a lo griego y por frecuentar las tierras griegas.” (Estacio, Silvas, II, 2)
Recreación de la villa de Verige, Croacia
A pesar de que la villa maritima, como el resto de las suburbanas, surgió como un lugar de retiro en el que el propietario y su familia podían disfrutar de la tranquilidad alejados del bullicio de la ciudad, esta se acabó convirtiendo en una recreación de la vida de la ciudad al continuar los rituales de patronazgo y los entretenimientos para invitados que eran propios de la ciudad y permitían al dominus mantener su status.
En algunas villas se han encontrado restos de edificaciones destinadas al entretenimiento, como teatros, odeones, que por sus dimensiones no solo serían para el disfrute del dueño de la finca y su familia, sino que albergaría a numerosos invitados e incluso habitantes de los alrededores.
Villa de Posillipo, Nápoles. Ilustración de Jean-Claude Golvin
Cicerón se queja de la imposibilidad de escribir obras durante la estancia en su finca de Formias por la falta de tiempo ante las visitas que tiene que recibir.
“Respecto a la composición de obras que con frecuencia me aconsejas, nada puede hacerse. Tengo una basílica, no una finca, según es la afluencia de formianos, pero, ¡qué clase de basílica!, ¡la tribu Emilia! Mas dejo a un lado a la plebe; a partir de la hora cuarta los demás no molestan: mi vecino más próximo, o, mejor dicho, mi comensal ya inseparable es Gayo Arrio, quien incluso afirma que no va a Roma para filosofar aquí conmigo todo el día. Y por la otra parte tenemos a Seboso, aquel íntimo de Catulo. ¿A dónde me escapo? Por Hércules que me iría enseguida a Arpino si no me pareciera que es mucho más cómodo aguardarte en la finca de Formias, pero con tal de que sea hasta el 6 de mayo: pues ves a qué individuos tengo condenados mis oídos. ¡Maravillosa ocasión para comprarme mi propiedad de Formias, si alguien quisiera hacerlo, mientras éstos están a mi lado!” (Cicerón, Cartas a Ático, II, 14)
Pintura de Stephan Bakalowiczj
Los miembros de la élite mantenían vínculos sociales con sus pares y clientes que continuaban en su traslado a las villas marítimas. Invitaciones a cenas, reuniones políticas y estancias vacacionales se sucedían dependiendo de las posibilidades de la villa y de la cercanía a ciudades u otras villas. Los viajeros podían contar con la hospitalidad de sus amistades para encontrar donde pasar la noche en el transcurso de sus desplazamientos.
“Yo, dadas las circunstancias, a la finca de Túsculo, nada de nada (está a contramano 'para los que me buscan' y tiene otros 'inconvenientes'), sino de la de Formias a Terracina el 29 de diciembre; de ahí a las alturas de Pomptino; de ahí a la mansión albana de Pompeyo; de modo que a las puertas de la Urbe el 3 de enero, día de mi cumpleaños.” (Cicerón, Cartas a Ático, VII, 5, 3)
Pintura de Alma-Tadema
Las oportunidades económicas que ofrecían las villae maritimae no quedaban, a veces, por debajo de las de las villae rusticae, ya que abarcaban desde la piscicultura y la extracción de sal hasta la viticultura. Por tanto, estas propiedades no solo tendrían valor por su uso recreativo, sino por la posibilidad de sacar un rendimiento económico.
La construcción inicial de villas costeras en el área de Fundi pudo deberse a la intensificación de la viticultura y la comercialización del vino fundano y otros como el cécubo por parte de propietarios locales.
“La llanura Cécuba es limítrofe al golfo de Cayatas y, a continuación de ésta, Fundos, ciudad que está situada en la Vía Apia. Todos estos lugares son productores de un vino excelente: los de Cécuba, Fundania y Setinia están entre los renombrados, exactamente igual que el Falemo, el Albano y el Estatano.” (Estrabón, Geografía, V, 3, 6)
Mapa de la bahía de Nápoles, Campania, Italia
Un elemento arquitectónico que suele repetirse en las villas marítimas es la presencia de una piscina o estanque para criar peces. Generalmente había tres tipos, los que contenían agua dulce, los que se llenaban con agua de mar, o los que sus aguas eran salobres por estar en lagunas costeras. Sus tamaños variaban, pero en muchos casos constituían una inversión económica rentable porque se podía obtener un beneficio de la venta de pescado fresco para el que existía gran demanda y era un producto de lujo, o bien podía abastecer la propia demanda interna de la villa y quizás la de los mercados locales.
Piscina, Villa de Arianna, Stabia, Italia
Columela describe la piscicultura como una ocupación rentable, sobre todo para las villas construidas en islas o áreas costeras donde el terreno no permite buenos cultivos. Además, también se podía obtener rendimientos de otros productos marinos muy demandados como ostras y múrices para los tintes.
“El que hubiere comprado islas o haciendas marítimas, y no pudiere sacar frutos de la tierra por la esterilidad del suelo que se advierte comúnmente en la orilla del mar, constituirá un fondo de rentas sobre sus aguas. Pero es como el principio de esta empresa examinar la naturaleza del lugar donde se hubiere determinado hacer las piscinas, pues no se pueden tener todas las especies de pescados en todas las costas.” (Columela, De Agricultura, VIII, 16)
Villa de Sperlonga, Latina, Italia. Ilustración de Jean-Claude Golvin
En las villas más suntuosas y elegantes al aspecto práctico de disponer de un suministro de pescado fresco para consumo o venta se unía el deseo de disfrutar de una cena en medio del estanque para amenizar las noches de verano con la brisa marina y los peces nadando bajo el agua. Tiberio tuvo un serio percance mientras cenaba en una gruta natural habilitada como cenador en la actual Sperlonga.
“Comiendo en la Espelunca, quinta así llamada entre el mar de Amicla y los montes de Fundi, dentro de una caverna natural, despegándose de improviso las piedras que formaban la boca o entrada, cogieron debajo algunos miembros del banquete y espantaron a todos, poniendo en huida la mayor parte de los convidados.” (Tácito, Anales, IV, 59)
Cenatio de la gruta de Sperlonga, Latina, Italia. Ilustración de Jean-Claude Golvin
Otra actividad propia de las villas costeras era la producción de sal, dejando evaporar el agua de sal en hondos estanques. La sal era una materia prima muy apreciada que hacía posible la conservación y almacenaje de comida. Estas salinas podían estar relacionadas con el procesamiento de productos derivados del pescado.
En época romana, numerosas zonas del litoral italiano estaban ocupadas por marismas salobres, donde la sal se acumulaba naturalmente con la evaporación del agua durante los meses de verano.
“Me entretengo en observar unas salinas situadas al pie de la finca (de Albino), pues con este nombre se designa una laguna salada en la que entra el mar por unos canales en pendiente cavados en la tierra y en que una fosa pequeña reparte el agua a unas albercas de muchas secciones. Pero cuando aplica Sirio su fuego ardiente, cuando palidece la hierba, cuando está sediento el campo todo, entonces se cierra el paso al mar con las compuertas de las represas para que, abrasada, la tierra endurezca las aguas allí retenidas. La masa coagulada que surge de forma natural recibe la fuerza punzante de Febo y con el calor del verano se cuaja una pesada costra, de un modo que no difiere en absoluto de cuando el hórrido Histro queda endurecido por el hielo y permite, al solidificarse, el arrastre de carros enormes.” (Rutilio Namaciano, El Retorno, I, 475)
Estanques de sal por evaporación, Gozo, Malta
Algunas zonas costeras entre Roma y Nápoles gozaban el privilegio de poseer aguas termales, consideradas medicinales o terapéuticas, por lo que surgieron ciudades convertidas pronto en destinos vacacionales de los nobles y nuevos ricos romanos que construían sus villas en sus alrededores. Este es el caso de la ciudad de Bayas, que acabó siendo famosa tanto por la calidad de sus aguas como por el desenfreno de su vida social.
“Nada más doblar el cabo Miseno, al pie mismo del promontorio, hay un puerto y, a continuación, la costa forma un golfo de una profundidad casi interminable, en el cual se encuentra la ciudad de Bayas y sus aguas termales, que son apropiadas tanto para una vida de lujo como para la curación de enfermedades.” (Estrabón, Geografía, V, 4, 5)
El Juicio de Paris, pintura de Henryk Siemiradzki
Las villas marítimas, especialmente las situadas en islas, eran lugares elegidos para los destierros y los exilios. Varios miembros de la dinastía Julio-claudia fueron confinados en islas tras ser desterrados de la corte. Algunos fueron asesinados en sus villas por orden de otros miembros de la familia, como es el caso de Agripa Póstumo. El emperador Tiberio se autoexilió a la isla de Capri durante los últimos años de su vida, donde habitó en una villa ubicada en lo alto de un promontorio y llamada Villa Jovis, dentro de un complejo que albergaba varias villas, termas y jardines, y que gozaba de una espléndida vista del mar y de la costa peninsular, además de ser un lugar de difícil acceso.
“Mas César, habiendo dedicado sus templos por la provincia de Campania, aunque mandase por edicto público que ninguno se atreviese a interrumpirle su quietud, y pusiese soldados para impedir el concurso de los naturales del país, cansado con todo eso de los municipios, de las colonias y de todos los lugares situados en tierra firme, se escondió en la isla de Capri, apartada del promontorio de Sorrento espacio de tres millas de mar; agradándole aquel puesto, a lo que creo por la soledad, porque el mar entorno, privado de puerto, no recibe sino bajeles pequeños, ni era posible arrimarse alguno sin ser descubierto por las guardias. Gozaba de un cielo templado y agradable en el invierno a causa de tener los montes opuestos al ímpetu del viento, y en el verano el estar vuelta aquella isla al Favonio, con el mar libre y abierto por todas partes, y el gozar de la vista de aquel agradable seno, antes que el monte Vesubio con sus cenizas mudase la forma de aquellos lugares, la hacían extremadamente apacible y amena.” (Tácito, Anales, IV, 67)
Pintura de Henryk Siemiradzki
Los ricos propietarios no solo apreciaban las villas junto al mar, sino que también tenían en gran consideración las que se hallaban junto a los lagos. Plinio iguala la construcción de sus villas en el lago Como con las villas marítimas de su amigo Romano.
“Me escribes que estas construyendo una casa. ¡Bien!, ya he encontrado un apoyo para hacerlo yo, y ya puedo calcular el costo de la construcción, puesto que lo hacemos a la par. Pues, tampoco es diferente que tú construyas junto al mar, yo junto al lago Lario. En su orilla ya tengo varias mansiones, pero dos de ellas, al mismo tiempo que me proporcionan un gran placer, me mantienen en constante inquietud. Una de ellas, construida sobre unas rocas a la manera de Bayas, tiene unas vistas magnificas sobre el lago, la otra, también construida a la manera de Bayas, bordea el lago.” (Plinio, Epístolas, IX, 7)
Pintura de una villa, Pompeya
Bibliografía
Roman Villas in Central Italy. A Social and Economic History; Annalisa Marzano; Brill https://www.academia.edu/3408034/Keeping_up_with_the_Joneses_Competitive_Display_within_the_Roman_Villa_Landscape_100BC-AD200; Keeping up with the Joneses: Competitive Display within the Roman Villa Landscape, 100 BC- AD 200; Hannah Platts https://intranet.royalholloway.ac.uk/classics/research/laurentine-shore-project/documents/pdf/litus-laurentinum-english-version.pdf; Discovering a Roman Resort-Coast: The Litus Laurentinum and The Archaeology of Otium; Nicholas Purcellhttp://oa.upm.es/39225/; La arquitectura de la Villa Laurentina; Ignacio Villafruela García https://www.researchgate.net/publication/262554871_Las_Epistolas_de_Plinio_el_Joven_como_fuente_para_el_estudio_de_las_uillae_romanas; Las Epístolas de Plinio el Joven como fuente para el estudio de las uillae romanas; Alejandro Fornell-Muñoz