
En las fechas en que nos encontramos, al abigarramiento de las luces multicolores, las guirnaldas, los abetos cargados de adornos o la nieve artificial -que inundan calles y comercios de las transitadas ciudades y de los sosegados pueblos- se ha unido la algarabía infantil de los villancicos, que, en centenaria tradición, acamparon musicalmente en el imaginario colectivo de nuestro país.
Aunque en su origen no estaban asociados a las fiestas navideñas, ni siquiera a asuntos religiosos, los cantares y coplas al Niño nacido en Belén se comenzaron a llamar villancicos (canciones populares, de pueblo o de villanos) precisamente por la presencia en ellos de pastores y gentes del pueblo. En el último tercio del siglo XVI, además de mantenerse todavía el sentido etimológico de este vocablo, se conservaba también su aspecto formal, que, como género más abundante de la canción lírica, estaba sujeto a una estructura métrica concreta difícil de eludir. Ajustados a esa forma escribió Santa Teresa de Jesús sus villancicos, a los que supo inspirar su gracia personal, su devoción religiosa y toda la ternura de su corazón.
Sobre la motivación que le llevó a elaborar estas poéticas canciones, fue ya el jesuita Francisco de Ribera (1537-1591) -autor de la primera biografía de la Santa- quien, al resaltar su condición de compositora de coplas y su modo de ejecutarlas, introdujo la siguiente nota sobre sus villancicos: "Gustaba la Madre de que sus monjas anduvieran alegres y que cantasen en las fiestas de los santos e hiciesen coplas. Mas como gustaba de dar ejemplo en todo, hacíalas ella misma y las cantaba en unión de sus monjas, sin instrumento ninguno de música sino acompañándose con la mano, dando ligeras y suaves palmadas, para llevar compás y hacer cierta armoniosa cadencia. Pero aun los mismos villancicos rebosaban de amor divino".
Hasta el momento se conservan siete villancicos teresianos considerados auténticos, siendo de destacar -para la profesora Borrego Gutiérrez¹- el elemento pastoril que todos ellos poseen, así como la presencia constante de un componente dialógico y, en cierto modo, parateatral, de manera que no presentan solo una mera exposición poética a dos voces, sino también una clara interactuación de los personajes. De ellos, cuatro son de Navidad, dos de Circuncisión y uno de Reyes.
De los de Navidad son buena muestra estos escogidos versos de 'Pastores que veláis': "¡Ah, pastores que veláis, / por guardar vuestro rebaño, / mirad que os nace un Cordero, / Hijo de Dios Soberano! / Viene pobre y despreciado, / comenzadle ya a guardar, / que el lobo os le ha de llevar, / sin que le hayamos gozado [...]". O los entresacados de ´Para Navidad´: "Pues el amor / nos ha dado Dios, / ya no hay que temer [...] / Danos el Padre / a su único Hijo: / hoy viene al mundo / en pobre cortijo. / ¡Oh gran regocijo, / que ya el hombre es Dios! / no hay que temer [...] / Qué fuerte amorío, / viene el inocente / a padecer frío; / deja un señorío / en fin, como Dios, / ya no hay que temer [...]".
Unida a la Navidad está la fiesta de la Circuncisión, que rememora la que, según precepto de la ley judaica, se le practicó a Jesús a los ocho días de su nacimiento. Al parecer, Santa Teresa era muy devota de esa celebración litúrgica y los villancicos que tratan este rito resaltan el dolor que sufrió el Niño a causa de la incisión. Así sucede en 'Este Niño viene llorando': "[...] Dime, Pascual, ¿qué me quieres, / que tantos gritos me das? / Que le ames, pues te quiere / y por ti está tiritando. / Mírale, Gil, que te está llamando".
El único villancico teresiano dedicado a los Reyes tipifica los motivos que serán fijos en la evolución de las piezas conmemorativas de la festividad litúrgica de la Epifanía: "Pues la estrella / es ya llegada, / vaya con los Reyes / la mi manada. / Vamos todas juntas / a ver el Mesías, / pues vemos cumplidas / ya las profecías. / Pues en nuestros días, / es ya llegada, / vaya con los Reyes / la mi manada. / Llevémosle dones / de grande valor, / pues vienen los Reyes, / con tan gran hervor. / Alégrese hoy / nuestra gran Zagala, / vaya con los Reyes / la mi manada [...]".
En definitiva, los villancicos de la descalza castellana hicieron visible la humanidad y la divinidad de Jesús en los primeros momentos de su existencia, señalando así la realidad de un acontecimiento cuya grandeza desborda la mente humana: la introducción de la humanidad en la dimensión de la divinidad y su consiguiente participación en la vida divina.
¹Cf. BORREGO GUTIÉRREZ, Esther, "Villancicos de Teresa, villancicos para Teresa. De 1562 A 1661", en Edad de Oro, XXXVII, Revista de Filología Hispánica, Departamento de Filología Española, Facultad de Filosofía y Letras, Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2018, pp. 45-74, disponible electrónicamente en < http://dx.doi.org/10.15366/edadoro2018.37.002> y en < https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2018/11/20/villancicos-de-teresa-villancicos-para-teresa/> [Consulta: 1 de diciembre de 2019].