Un último anuncio del excomisario de la policía José Manuel Villarejo, en prisión preventiva desde noviembre de 2017 por presuntas corrupciones, afirma que los atentados en los trenes de Madrid del 11 de marzo de 2004, que produjeron 192 muertos y unos 1.500 heridos, fueron organizados “por una potencia extranjera para condicionar las maleables actitudes y el volátil comportamiento del votante español”.
El expolicía afirmó esta semana en un comunicado “poder probar” que sus colegas y los servicios secretos españoles ocultaron pistas sobre quienes “planearon el mayor atentado de nuestra historia reciente, que cambió para siempre el curso de los acontecimientos políticos en España”.
Los choques de Villarejo con el antiguo servicio secreto CSIC, actualmente CNI, fueron constantes, y para su director cuando ocurrieron los atentados, el embajador Jorge Dezcallar, todo lo que señala el expolicía es poco fiable.
Algo en lo parece coincidir Fernando J. Muniesa, consultor-especialista en asuntos de inteligencia y uno de los mayores expertos españoles en espionaje.
Autor de libros sobre los servicios secretos como “Los espías de madera”, “La España otorgada” coescrito con el exagente del CESID, coronel Diego Camacho, y “La venganza de Mukhabarat”, sobre el asesinato en 2003 de ocho enviados del CNI a Irak, Muniesa cree Villarejo sólo dispone de la información que él mismo le facilitó verbalmente, y después en su libro hoy agotado, “El archivo amarillo” (Ed. Multimedia-Militar, 2011).
Esa potencia extranjera sería Marruecos, cuyo joven y entonces impetuoso rey, Mohamed VI, estaría irritado con José María Aznar por unas maniobras militares cercanas y la toma de Perejil en 2002.
Sus servicios secretos le habrían facilitado a los terroristas el explosivo militar C-4 –y no Titadyn, como recogió el auto judicial--, elemento ocultado para evitar una “lógica” guerra de represalia.
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SALAS