Tanto los disturbios de Madrid de este miércoles, con once heridos y otros tantos detenidos, como las protestas en otras 46 ciudades españolas contagiadas por las revueltas contra la reforma de una calle en Burgos, necesitan ser explicados por expertos en las emociones colectivas que generan incontrolables choques que pueden volverse sangrientos.
Nadie podía prever que muchos vecinos de un barrio apoyaran a grupos de violentos para oponerse crear un bulevar de paseo, con aparcamiento de pago bajo la superficie como en tantas otras ciudades españolas, y que sustituiría a una calle mucho más inhóspita.
No se trata de discutir aquí la idoneidad del proyecto, su presupuesto, o de si en lugar de esta reforma no sería mejor realizar otras inversiones.
Se trata de descubrir qué está ocurriendo en España para que unos ciudadanos, quizás minoría, pero notable, de un barrio de una ciudad de 180.000 habitantes, a los que las obras darían mayor calidad de vida, puedan apoyar los motines de jóvenes violentos, “turistas antisistema”, a los que suelen detestar.
Hasta la prensa extranjera le ha prestado amplio espacio a la violencia ciudadana, como el diario y biblia de la economía, Financial Times, en su edición de ayer, jueves.
La utraizquierda antisistema habla de “la revolución que viene”, y el republicanismo comunista de Izquierda Unida se une pidiendo la desaparición de la monarquía.
Los socialistas, cuyos programas proponen bulevares como el de Burgos para humanizar las ciudades, se niegan a apoyar este, y los populares, que rigen España y también la ciudad donde todo nació, parecen desconcertados.
La economía va mejor, y la corrupción, el paro y otras lacras no son mayores ahora que hace dos años, aunque lo parezca al instruirse causas de hace varios años.
En esta circunstancia, sin embargo, cualquier chispa podría iniciar un incendio; y agravarlo, además, la tensión civil que generan los independentistas que resucitan rupturas de los peores años del siglo XX.
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SALAS