Revista Opinión

Violencia incesante

Publicado el 30 abril 2010 por Franky
La tecnología, como siempre ha sucedido, también es aprovechada por el mal para extender sus garras y almacenar su cosecha de sangre y dolor. VIOLENCIA INCESANTE La agresión y la violencia no cesan. Ahora, se ha visto en televisión que un muchacho antifascista entra en el metro y le propina una brutal paliza a patadas y puñetazos a un neonazi sentado en su plaza; ambos, el agresor y su víctima, se conocían y se habían permitido lanzarse amenazas y ofensas en su comunicación por Internet, a través del sistema “Tuenti"; suelen estos jóvenes de ideología extremista ir a reventar las concentraciones del otro bando con insultos, refriegas y agresiones. Aún, se recuerda el caso de aquellas dos niñas que andando de trifulca juvenil se amenazan de muerte y se citan por la Red, para perpetrar su ajuste de cuentas, en cuyo acto una cae herida y a golpes va a parar a un hoyo, donde, la otra, su asesina, la deja desangrándose y, a sangre fría, guardando silencio criminal, se aleja sin avisar a nadie.

Una gran parte de la sociedad está vacía, anestesiada y enferma; le arrebatan sus fundamentos tradicionales y su valores religiosos quedando desnuda y a la intemperie y calla, guarda silencio cómplice y cobarde, no rechista, no protesta. Se deja romper la familia y arrebatar los principios que la sustentan, la responsabilidad, la disciplina, el aguantar la contrariedad y respetar a los demás; y así se permite asentarse en la permisividad y la pasividad y deja crecer a los niños sin educación, al aire de sus instintos y de sus fáciles deseos, sin someterse a la norma y sin ejercitar la voluntad con la repetición de actos; de modo que no educa a los niños, y, por ello, admite las lúdicas LOGSE y LOE. Se busca el loco placer y la vana felicidad; se le rinde mísero culto al dinero.

La educación de los hijos es una función insoslayable de los padres. Su dejación y descuido tiene efectos graves e irrecuperables para el desarrollo de la personalidad del niño. Los padres han de guiar y castigar los errores de los hijos; la educación no está en conceder todos los gustos que les piden, con ello, no educan, malcrían al hijo, están haciendo un monstruo tirano. El niño requiere cariño y reprensión, amor y disciplina, en una atención y reconducción diarias. El padre y la madre, en conjunción acorde, han de sembrar en el hijo los valores esenciales y los principios éticos y humanos, regarlos, laborearlos y cuidarlos con amor y firmeza constantes. La labor educativa en el seno familiar comienza desde el principio y no puede sustituirla nadie. La escuela viene después a construir imprescindiblemente sobre los cimientos que puso aquella. En la casa, aprende el niño los rudimentos esenciales y decisivos de su educación; con la orientación y corrección de la madre y con la disciplina y autoridad del padre, y sobre todo con el ejemplo, va sabiendo el valor de la honradez, del trabajo, de la renuncia a los gustos con responsabilidad en el cumplimiento del deber; este ejercicio es fundamental para el desarrollo de la persona.



C. Mudarra


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