En Virginales nos encontramos con el estreno editorial de Maurice Pons. Son relatos de 1950 pero poco importa, porque las aventuras y desventuras que nos cuentan se sitúan en ese momento mágico de inicio de la adolescencia y salvando las distancias son vigentes hoy en día. Porque todos hemos sentido ese vacío, ese deseo oculto, ese no saber qué es ser virgen, todas esas sensaciones se reflejan bien en los diez relatos que Pons nos enseña como las chicas enseñábamos de modo inocente nuestras rodillas. En todos nos encontramos con la pureza infantil, con la ternura de los niños hacia las criadas, las niñas, con la maldad de niños que son capaces de perseguir a unos enamorados para fastidiarles. ¿Quién no ha hecho eso alguna vez? Leyendo Virginales he revido mi infancia, mis juegos, mi ingenuidad, las maldades -qué no lo eran- que hacíamos de niños. He recorrido esa edad con Balzac, con el naña, con La primera Comunión. He disfrutado como un niño leyéndole a él cuando recordaba momentos juveniles. He disfrutado con todos y cada uno de los relatos, pero sobre todo con Mathilde, con su imaginación desborda, con la maldad que no es maldad, con el deseo de encontrar un paraíso de muertos que viven en medio del desierto. Con eso de que no queríamos hacerle daño, sólo matarla y la traición final, de niños acorralados que confiesan su crimen a los padres. Porque los padres tienen un peso enorme dentro de los relatos, son aquellos que juegan con los niños, y los que los corrigen. Como hacen todos los padres, a veces juegan y a veces regañan. Los padres son los secundarios que no aparecen pero que están dentro de cada relato, la sombra permanente. Los padres pesan en los niños que se hacen mayores, en los que se dan cuenta que ya no son héroes y empiezan a verlos como personas. Y si los padres pesan, pesa el descubrimiento del sexo, el ver a las mujeres como otro que nos ellos. Ver las ligas el día de la comunión y darse cuenta que un liguero puede ser un objeto de deseo. Y buscar el deseo en todo, en la criada, en la madre enaguas e incluso creer que a las chicas se les caen las bragas, con la risa que da eso, y pensar que las recogen y las meten en la cartera. Son relatos en definitiva que nos enseñan lo que fuimos y lo que serán. Hacerse adulto sigue siendo hoy igual que entonces cuando los niños andaban en pantalón corto y con piedras en los bolsillos. Es lo bueno que tienen los temas universales, el tiempo no pasa por ellos. De "Los mocosos" hizo Truffaut un corto con éxito. No lo he visto, pero no importa, "Los mocosos" es un relato evocador pero real. Leánlo. Merece la pena.
Virginales
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