El pinchazo la devuelve a la realidad. Está sentada en una silla acolchada de color gris. A su alrededor hay una sala blanca de azulejos iluminada por unos halógenos que zumban débilmente. Una camisa de un color blanco grisáceo que parece de pijama le cubre el pecho; se le cuela el frío por el amplio escote que deja el primero de los botones. No sabe dónde está ni por qué, aunque tiene la leve noción de que está ahí por voluntad propia. Una mujer con un traje blanco y el pelo oscuro recogido en una coleta le sonríe. —¿Te he hecho daño? En ese momento se da cuenta de a qué se debe el pinchazo que la ha hecho despertar. La mujer le ha hundido la gruesa aguja de una vía intravenosa en el dorso de la mano derecha. Una válvula blanca cubre el punto en el que se […]
Revista Cultura y Ocio
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