Nota: * * *
Tras sacar adelante la cínica Los Idus de Marzo, rodar Monuments Men fue algo así como ver la luz al final del túnel para el guionista Grant Heslov y el director George Clooney. Al menos, los dos cineastas confesaron sentirse algo aliviados al abordar esta producción bélica que pretende huir del desencanto que emanaba del film político echando mano de la nostalgia. Es decir, intentando recuperar el espíritu de aquellas maravillosas películas de la Segunda Guerra Mundial donde desfilaban rutilantes estrellas y actores de primera categoría. Querían captar algo así como los ecos de Un puente lejano.
Sin embargo, esta vocación de ‘divertimento’ no hizo buenas migas con el tipo de cine de evasión que querían recuperar. Efectivamente, la película cuenta con el atractivo de fantásticos y versátiles actores como Cate Blanchett, Bill Murray y John Goodman; emergentes y exóticas estrellas afincadas en Hollywood, como Jean Dujardin, un tema poco visto y un tono despreocupado que la convierte, curiosamente, en un producto de entretenimiento que divierte lo justo.
Basada en una historia real, la misión de los protagonistas es tan mastodóntica como errática. Pero eso es lo de menos. En medio del caos de la contienda, los Monuments Men han de intentar localizar las obras de arte que sistemáticamente robaron los nazis en los territorios que ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial. Capitaneados por un Clooney con pocas ganas de destacar como protagonista (en la piel del teniente y conservador de museo, Frank Stokes), esta unidad de expertos en obras de todos los tiempos se desperdigan por el centro de Europa para cumplir su objetivo sin, al parecer, más estrategia que la de sus inclinaciones personales hacia ciertas piezas que siempre han sido objeto de su admiración. En cualquier caso, deben darse prisa porque el ejército alemán tiene que acatar órdenes y destruirlas en caso de que el Reich llegue a su fin.
Definitivamente, a George Clooney se le da mejor abordar aquellos temas que le tocan las vísceras, con los que renueva sus votos hacia un cine comprometido y de denuncia (la mencionado los Los Idus de Marzo o la fantástica Buenas noches, y buena suerte, por ejemplo). El sarcasmo es un lenguaje que domina y por eso cuando lo abandona y experimenta con otros géneros más amables, pierde su magia.
En la película hay poca acción, poco retrato de personajes y, sin embargo, se busca constantemente la empatía del espectador. Y el resultado es irritante: en ella la emoción brilla por su ausencia, en especial la que se trata de forzar, a toda costa, recreándose en ciertos momentos sentimentalones. Es curiosa también la visión frívola, casi estereotipada, que llega a hacerse del arte. En la película parece quedar reducido a una especie de complemento que le sienta bien a la sociedad occidental. De hecho, en un momento del film se hace esta identificación explicando poco más o menos que la misión de estos hombres es luchar “por nuestra cultura” y además por “nuestro estilo de vida”. Como si Miguel Ángel, por poner un caso, alguna vez hubiera estado interesado en inmortalizar el sueño americano. Afortunadamente, en la película siempre nos quedará Bill Murray para quitarle tanta tontería al asunto.
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