Nota: * * *
La gran ganadora de los últimos Premios Goya es de esas buenas películas cuya corrección es su mejor y peor baza. Es una historia contada con una gran sensibilidad, buen gusto y cierto preciosismo que incluso resulta original a la hora de remontarnos a nuestra todavía reciente historia franquista. Basada en una historia real, la de un profesor de inglés que viajó en 1966 a Almería para conocer a su ídolo, John Lennon, que rodaba allí la antibelicista Cómo gané la guerra, Vivir es fácil con los ojos cerrados es probablemente la mejor película hasta el momento de su realizador, David Trueba. Y lo es porque desprende una sencillez y sutilidad tan visibles, en una época tan complicada para España, que apenas deja espacio para la crítica por lo naif y delicado de cada fotograma.
Una breve introducción por separado de sus tres personajes principales deja espacio más que suficiente al cineasta para permitir que el soñador y beatlemaniaco Antonio (Javier Cámara) y sus improvisados compañeros de viaje, Belén (Natalia de Molina) y Juanjo (Francesc Colomer) se den a conocer poco a poco a través de un guion que adolece de algunos cambios de rasante pero que parece ir corrigiéndose a sí mismo cuando lo necesita, a través de detalles que son más notables en los gestos de los actores que en sus palabras. Cámara es el gran orador y gurú de la película, el que aporta toda su sencilla y simpática filosofía. Un Premio Goya más que merecido (y que ya tocaba) aunque su personaje peque a ratos de ingenuidad.
El único problema de esta historia es su falta de matices. No resulta excesivamente complaciente, ni pedagógica, ni excesiva, ni fantástica, ni realista. No es marcadamente de ninguna manera, salvo correcta y agradablemente naturalista. Se queda en ese medio camino que hace que muchas películas nos gusten pero que las olvidemos rápidamente. Y eso que Trueba se busca una magnífica justificación en esas palabras del profesor donde explica que las canciones de los Beatles son como la vida, alegres unas veces y melancólicas otras, para que así concibamos también esta historia.
Es inevitable no bizquear también echando de menos la música de los de Liverpool, que no suena por ningún lado cuando tanto se les menciona a ellos y a sus letras, aunque de sobra sepamos que ninguna responsabilidad es el del realizador, sino de los cafres gestores de los derechos de autor del cuarteto británico, que llevan décadas funcionando de espaldas a los nuevos tiempos. Lo mejor es que de esta manera resulta mucho más conmovedor escuchar al final el Strawberry Fields (cuya segunda estrofa da título a la película) cantado por John Lennon con una simple guitarra. Otra ventaja: ese espacio en la banda sonora lo ocupa el mulitpremiado guitarrista de jazz Pat Meteheny, cuyos acordes hasta consiguen que nos olvidemos del rock.
Manías aparte, Vivir es fácil con los ojos cerrados es estupenda, amable y costumbrista. Nos gusta mucho más el Trueba inquieto y escritor, la parte literaria y militante de su talento, pero no por eso vamos a dejar de admirarle el gusto de haber firmado su mejor película con honestidad y humildad. Solamente por aquello de que “hay canciones que te salvan la vida” y por haber creado un personaje tan adorable como Antonio, ya merece la pena abrirle los ojos a este relato sobre los sueños, el miedo y la juventud.