Hoy se inaugura el Festival suizo Visions du Réel, uno de los más importantes de Europa en cuanto a su programación de películas que transgreden los formatos tradicionales. A pesar de eso, no es uno de los certámenes a los que los festivales españoles dedican demasiada atención para conformar su programación, mucho más atentos a otros certámenes más convencionales como Berlín, Cannes o Venecia. El año pasado el festival que se celebra en la ciudad de Nyon, sustituyó su formato presencial por una versión online debido a las consecuencias del coronavirus, iniciativa que supuso un éxito con 60.500 visionados. Y este año, como ha ocurrido con otros festivales en los primeros meses de 2021, la situación ha obligado a volver a organizar un formato digital.
el 52 Festival Visions du Réel, que se celebra entre el 15 y el 25 de abril, ofrece este año una selección de 142 películas, de las que 82 son estrenos mundiales y 16 son estrenos internacionales, que se dividen entre las secciones competitivas: Internacional de largometrajes y cortometrajes; Nacional para producciones suizas; Burning Lights, dedicada a las obras más innovadoras; y otras secciones no competitivas como Grand Angle, Latitudes y Doc Alliance. Hay dos talleres-retrospectiva dedicados a la directora argentina Tatiana Huezo y al director italiano Pietro Marcello, mientras que el invitado de honor de esta edición es el guionista francés Emmanuel Carrère, que escribió y dirigió la película La moustache (Emmanuel Carrère, 2005), ganadora del premio al mejor Director en Sitges, y también es autor de los guiones de la serie Les revenants (Canal+, 2012-2015). Este año presenta su tercera película como director, Le quai de Ouistreham (Emmanuel Carrère, 2020), protagonizada por Juliette Binoche.
INAUGURACIÓN
Visions du Réel se ha inaugurado con la producción francesa Le chant des vivants (Cécile Allegra, 2021) con un visionado gratuito a través de la plataforma del festival. El documental se acerca al trabajo de la Asociación LIMBO, una ONG que trabaja con jóvenes emigrantes que provienen del exilio de países como Eritrea, Sudán, Somalia, Guinea, la República del Congo o Libia. A través de una estancia de varios meses en el pequeño pueblo de Conques, la asociación les proporciona un lugar seguro donde hacer frente a los traumas psicológicos que ha provocado la guerra y el exilio. Porque de alguna forma las autoridades entienden la acogida como una simple búsqueda de trabajo y estancia para estos jóvenes, sin afrontar las consecuencias psicológicas que llevan consigo. A través de diferentes sesiones de arteterapia y mediación artística, la Asociación LIMBO trabaja en lo que ellos denominan "la reconstruction".
Un grupo de jóvenes visita Conques, una pequeña localidad de la región de Aveyron, al Sur de Francia, en mitad de los bosques y junto a una abadía histórica cuyo enrejado está forjado con el hierro de las cadenas de los esclavos cuando fueron liberados. Allí hablan de su experiencia, de sus miedos y de sus ilusiones, intentan dejar atrás el pasado y construirse lentamente un futuro. La directora Cécile Allegra muestra estas sesiones de liberación emocional colocando su cámara cerca, mostrando las huellas del exilio en los rostros de los jóvenes, dejando que fluyan las conversaciones y los pensamientos, pero también las emociones. Hay paseos por el bosque que tienen ecos de una respiración profunda, de una exhalación de libertad y de paz.
Los jóvenes escriben textos que muestran estas inquietudes, sus recuerdos y sus experiencias, sus sentimientos frente a la tortura y la violencia. Sobre estos textos, el compositor Mathias Duplessy, que participa en las sesiones de arteterapia, crea canciones que interpretan los propios protagonistas. Y así el documental se convierte en un musical, construyendo la memoria a través de la música, en escenas que parecen videoclips pero que tienen una profundidad emocional desbordante. Mathias Duplessy, que ha compuesta la banda sonora de películas como Finding Fanny (Homi Adajania, 2014) o Laal Rang (Syed Ahmad Afzal, 2016), convierte a estos emigrantes en cantantes, en excavadores de los recuerdos, como una medicina contra el dolor y el trauma. Es el canto de los supervivientes, de los que están vivos y tienen hambre de vida. Le chant de vivants construye así una mirada hacia los refugiados que quizás pueda parecer algo naif, pero que resulta absorbente y liberadora.
FILM MARKET
Aunque la presencia española en la programación de Visions du Réel es escasa, el Mercado del Cine nos permite acercarnos a algunas producciones que iremos comentando a lo largo de estas crónicas.
Entre ellas se encuentra la multipremiada La calle del agua (Celia Viada Caso, 2020), que ganó en el Festival de Gijón el Premio FIPRESCI a la Mejor Dirección, el Premio al Mejor Guión, el Premio del Público y el Premio Europa Joven. La directora comentaba en Gijón que, tras realizar diversas entrevistas a personas de la localidad asturiana de Corao, de donde nunca salió la protagonista, la desconocida fotógrafa Benjamina Miyar, decidió cambiar el enfoque de su película. Porque la memoria de las personas, muchas de ellas ancianas, y cierta reticencia a adentrarse en los recuerdos de una mujer que fue luchadora republicana en un pueblo que, suponemos, tuvo una tendencia ideológica más cercana al franquismo, no conseguían construir un perfil completo.
De hecho, pocas son las fotografías que se conservan, porque gran parte de ellas fueron arrojadas al río o quemadas debido a las represalias. De forma que el documental se construye básicamente sobre la narración de la propia directora, y la mezcla de imágenes de archivo y grabaciones actuales. Con un montaje acertado, aunque usando esa tendencia al "maquilllaje" sonoro a través del uso de foley (efectos de sonido) sobre las fotografías antiguas, que supone una deliberada manipulación de la memoria, el documental trata de construir un retrato más o menos claro sobre el personaje, pero se nota que hay falta de material de apoyo. No funciona, por ejemplo, la conexión con el presente, que parece más un relleno que una aportación sólida, y juega en su contra cierto tono de trascendencia que la directora añade a su narración.
También hay que destacar en el Film Market Tránsito y felicidad (Jonás Benarroch, 2020), un documental que tiene como protagonista a Rosa María, mujer trans que decide someterse en su madurez a una operación de reasignación genital en Tailandia. El documental ofrece un retrato del proceso de tránsito de género a través de la experiencia de la protagonista, pero es un proceso más reflexivo, porque la acompaña sobre todo en su viaje interior y psicológico. De alguna manera, nos recuerda a otro documental que pudimos ver recientemente en Zinegoak, Candela (Cecilia del Valle, 2020), que acompañaba a la protagonista en su decisión de dar el paso hacia el cambio de género a sus sesenta años.
Rosa María también es una mujer madura que decidió salir de su caparazón masculino cuando tenía 57 años, lo cual ofrece una visión interesante y diferente de la transexualidad desde el punto de vista de quienes no se han manifestado en su verdadera identidad hasta una edad avanzada. De hecho, resulta curioso cómo tanto Candela como Rosa María trabajan en entornos laborales que son eminentemente masculinos. Tránsito y felicidad tiene la valentía de apoyarse en el perfil de un personaje que tiene claroscuros. Cuando era Ramón, se comportaba como un típico machista, una persona déspota y conflictiva; y de alguna manera esta transición hacia su condición de mujer (aunque confiesa sentirse mujer desde los 21 años) ha terminado suavizando su carácter, "haciéndola mejor persona". Es, por tanto, una revelación de la felicidad y la satisfacción que produce ser lo que uno es, en vez de lo que se supone que debe ser. "Quería entender cómo alguien que siempre se había sentido mujer pudo comportarse a la vez de manera hiper masculina durante seis décadas", comenta el director Jonás Benarroch.
Tampoco el proceso de "visibilización" ha resultado fácil en un entorno familiar conservador y de clase media alta. Pero el hecho de tomar la decisión radical de mostrarse como mujer y someterse a la operación de reasignación a una edad madura ha permitido a Rosa María hacerlo sin temor a las consecuencias. Hay una especie de aceptación a regañadientes de la nueva realidad por parte de la familia, pero también se manifiesta un cierto rechazo inconsciente, sobre todo en su hermana, con reflexiones ciertamente sorprendentes pero significativas: "Es cierto que he ganado una hermana, pero estamos en un proceso de duelo, porque hemos perdido a Ramón". Las ex-esposas y una de las hijas de Rosa María no han querido participar en la película.
Tránsito y felicidad lanza una serie de ideas que conforman un interesante objeto de debate, como la integración de las mujeres transexuales como mujeres, no como transexuales, en una especie de empoderamiento de su identidad femenina. Aunque hay algunos aspectos en los que habríamos deseado que se hubiera profundizado más, como la relación de amistad entre Fina y Rosa María, compañeras de tránsito, de la que conocemos pocos detalles. La mayor debilidad del documental, igual que ocurría con Candela, es una tendencia a la genitalización de la transexualidad que supone una mirada reduccionista hacia el tema. Quizás no se trata exactamente de un problema de los directores, sino de las propias protagonistas, cuyo tránsito parece tener como principal objetivo la reasignación genital. Pero existe una limitación evidentemente al tratar la transexualidad como un problema de vaginas o penes, frente a una visión mucho más amplia en torno a la identidad. Hay en el documental algunos apuntes en torno a esta discusión ("¿una vagina te hace ser más mujer?", se preguntan en un momento), pero no se desarrolla lo suficiente como para que alimente la propuesta reflexiva general de la película.
Rosa María es un caso paradigmático de mujer transexual que se mantiene aún en un sistema de género dual y genitalizado, desconfiando de las características identitarias que promueve el movimiento transgenerista. Esta idea del género binario ya está superada en propuestas recientes en torno a la definición de los géneros como masculino y femenino. Y de hecho existe ya un interesante debate en torno a las personas trans que se niegan a la binarización de su género, a la etiqueta masculina o femenina. En su aspecto formal sencillo, pero honesto, Tránsito y felicidad es un documental que propone muchas preguntas y se abre a una reflexión profunda en torno a la identidad transexual, y a la visibilización de ésta. Es interesante por ejemplo, que Rosa María no haga ningún esfuerzo por cambiar su voz grave o sus maneras "masculinas", encontrando la feminidad en aspectos que no son estrictamente superficiales. Ahí es donde gana terreno y amplitud la mirada hacia la transexualidad de este documental.