Ayer comenzó el Festival de Documentales CPH:DOX, que se celebra desde Dinamarca en formato online entre el 21 de abril y el 12 de mayo, y a partir del 29 de abril tendrá lugar el prestigioso festival canadiense Hot Docs, que tiene un formato híbrido. Son unas jornadas por tanto en las que el género documental se convierte en protagonista a través de diversos encuentros internacionales. A lo largo de los próximos días seguiremos cubriendo Visions du Réel hasta el fin de semana, pero también comenzaremos nuestra cobertura de CPH:DOX y haremos alguna incursión en Hot Docs.
COMPETICIÓN INTERNACIONAL LARGOMETRAJES
En el documental The decision to drop the bomb (Encyclopaedia Britannica Films, 1965), el científico J. Robert Oppenheimer citaba un texto sánscrito que él traducía como: "Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de los mundos". Y, aunque no se considera una traducción correcta de la escritura hindú Bhagavad-gītā, reflejaba la revelación emocional del científico considerado como padre de la bomba atómica frente a los resultados del Proyecto Manhattan. Con estas palabras comienza la película danesa Bellum - The Daemon of war (Davie Herdies, George Götmark, 2021) que investiga sobre el uso militar de la Inteligencia Artificial y la guerra de los drones. De hecho, los principales avances de la IA se desarrollan primero en el campo militar, por lo que no tenemos una certeza clara de hasta dónde han llegado las investigaciones científicas. El documental expone en un formato cercano al ensayo, con un empaque visual muy conseguido, las características de una forma de combate más tecnológica pero también más destructiva, a través de tres personajes: en Uppsala (Suecia), Fredrik Bruhn es un desarrollador de robótica aplicada al uso militar; en Hot Springs (Nevada), Bill Lyon está a punto de jubilarse de su trabajo como contratista militar tras muchos años participando en guerras en Oriente Medio; y en Kabul (Afganistán), la reportera de guerra Paula Bronstein ofrece a través de sus fotografías el retrato de los daños colaterales en personas civiles. Estos tres puntos de vista en torno a la guerra a veces actúan en oposición: mientras el ex-contratista deshumaniza la guerra a través de la mira telescópica de un rifle de asalto, representando esa transformación de la guerra real en algo parecido a un videojuego, la fotógrafa trata de encontrar un elemento de humanización de los efectos del combate.
Pero, curiosamente, es Paula Bronstein la que protagoniza la escena más controvertida, cuando comienza a fotografiar a un niño en lo alto de un edificio que deja ver los efectos de la devastación, y le pide que sonría: "Dame una sonrisa", que parece buscar una especie de manipulación de la realidad (¿tiene alguna razón ese niño para sonreir?), un embellecimiento de cara a la representación visual que veremos en Occidente. "Es un momento interesante, porque provoca al espectador", comenta el co-director David Herdies. "En la proyección del lunes hablamos mucho sobre esta escena. Y creo que la razón está en que es como un espejo de lo que hacemos muchas veces como documentalistas". Las tres historias se desarrollan en partes desiguales a lo largo del documental, que en un momento dado parece más fascinado por esa nueva vida del ex-contratista norteamericano, reflejada en esa especie de representación de Estados Unidos a través de sus guerras en que se convierte un bar en mitad del desierto de Nevada, donde se reúnen veteranos de la II Guerra Mundial, de la Guerra de Vietnam y de los conflictos de Oriente Medio. Un microcosmos que tiene su propia filosofía, que no se plantea pensamientos sobre la deshumanización de la guerra. En este sentido, el documental se mueve en un difícil equilibrio que no siempre consigue, quizás porque los editores, Ida Bregninge y Kristofer Nordin, tienen más experiencia en el género de ficción que en el documental, lo que parece una decisión consciente para darle una cierta forma narrativa que conecte con el espectador, pero al final no termina funcionando. "La guerra de Siria es probablemente la más documentada, hay imágenes de todo tipo sobe la guerra y sus consecuencias, y sin embargo no se ha conseguido detener", dice el joven director de Little Palestine (Diary of a siege) (Abdallah Al-Khatib, 2021), que muestra en su documental la vida diaria en el Distrito de Yarmouk (Damasco), que albergó el campo de refugiados palestinos más grande del mundo entre 1957 y 2018. Allí también nació el director, y experimentó cómo tras el estallido de la guerra en 2013, el régimen de Bashar-Al Assad lo consideró un posible centro de resistencia, y estableció un asedio que les privó de los servicios sanitarios, pero también de la entrada de alimentos y necesidades básicas. Abdallah Al-Khatib compone una especie de diario visual a través de una resistencia humana que trata de mantener la dignidad por encima de la tragedia.

BURNING LIGHTS
Die große leere (The great void) (Sebastian Mez, 2021) es una representación muy lúcida y arriesgada de nuestro presente, el que nos ha mantenido confinados durante más de un año, y tiene una cierta mirada distópica pero desde una realidad que para nosotros se ha convertido en habitual. La película está construida a través de imágenes estáticas que muestran escenarios naturales primero, y más tarde espacios urbanos, donde el ser humano ha desaparecido, dejando tras de sí las huellas de su presencia en la Tierra. Curiosamente, el proyecto no tiene una relación directa con la pandemia del coronavirus, sino que surgió mucho antes. "En 2017 yo estaba estudiando en Los Angeles", comenta el director, "y quise descubrir la ciudad, pero allí es imposible si no tienes coche. Así que la recorrí en bicicleta, lo cual es peligroso porque no están acostumbrados, así que tuve este deseo de que la ciudad estuviera vacía, de que no hubiera seres humanos. En aquel momento no podía imaginar que tres años después esta realidad ocurriera de verdad".
De alguna forma, The great void parece una película de ficción en la que hay una cierta confusión al principio, como de viaje sin rumbo, pero que poco a poco va construyendo una narrativa que sigue un camino preciso y que reflexiona sobre la presencia del hombre y su influencia en la vida terrestre. "Hay muchos rastros en las imágenes que nos muestran la forma en que vivimos. Mi primer acercamiento fue en formato de televisión, no cinematográfico. Quería que se pareciera a esas películas de serie B o Z, donde vemos a estos héroes salvando el mundo de un enemigo". Nada en la película es aleatorio, y se pueden rastrear mensajes que parecen subliminales, y que a veces parecen jugar con un cierto sentido del humor. Vemos por ejemplo un plano con una etiqueta de la cerveza "Corona" tirada en el suelo, y el siguiente plano es un aparcamiento con un cartel que reza: "Dead end".
Esta exploración de la vida humana, o de la ausencia de ésta, consigue crear una atmósfera que produce desasosiego, que parece plantear una imposible vuelta atrás, también subrayada por la envoltura sonora del artista y compositor Genoël von Lilienstern. En un punto de la película, parece se adentra de lleno en el género de la ciencia-ficción, e incluso propone una especie de anticipación optimista. La única voz que escuchamos proviene de una grabación sobre un texto de Bertold Brecht, An die nachgeborenen (A los que vendrán después) (1939), que habla de "tiempos sombríos". "Para mí era importante incluir este poema porque Bertold Brecht lo escribió unas semanas antes de que estallara la II Guerra Mundial, y trataba de advertir de lo que estaba a punto de llegar".El director se acerca en los momentos finales a su propia realidad, haciendo la película más personal: "La escena final es el piso vacío de mi madre, después de que ella falleciera. Esta escena la rodé incluso antes de haber ido a Los Angeles. Rodé estas imágenes porque sentía la necesidad, pero nunca pensé que las utilizaría para una película años después". En The great void no puede haber un final optimista, porque nos advierte de nuestra propia existencia. LATITUDES
Por su parte, en Looking for horses (Stefan Pavlović, 2021) el joven director afincado en Amsterdam consigue acercarse a un lobo solitario, a un hombre que ha decidido vivir solo en los alrededores de un lago junto al pequeño pueblo del Norte de Macedonia llamado Orah, de donde son originarios los padres del cineasta. Interesado en la figura de este pescador, establece una conexión con él y comienza a elaborar un retrato del personaje, cámara en mano. Zdravko se dedica a pescar para sobrevivir y a cuidar una iglesia situada en la isla que se encuentra en mitad del lago. Una granada durante la guerra de la ex-Yugoslavia le dejó sin un ojo y con una creciente sordera, y de alguna manera esta discapacidad conecta también con el propio trastorno de comunicación que tiene el director, cuya tartamudez en la infancia le ha hecho reflexionar sobre el uso del lenguaje.


GRANDE ANGLE
La emigración también es un tema central en el documental Cuban dancer (Roberto Salinas, 2021), que ganó el Premio del Público en el Festival de Cine de San Francisco. Hay un claro paralelismo entre la historia del joven Alexi, que estudia en la Escuela Nacional de Ballet de La Habana, y el bailarín cubano Carlos Acosta, protagonista de la película Yuli (Icíar Bollaín, 2018), sobre todo cuando su familia, aprovechando la apertura de relaciones con Cuba iniciada por Barack Obama, consigue visas para viajar a Miami, donde se encuentra desde hace años su hermana. La resistencia de Alexi a este cambio radical, a lanzarse al vacío de comenzar desde cero cuando en Cuba ya viene desarrollando una progresiva evolución como bailarín, es el momento de ruptura emocional de la película. Pero Cuban dancer evita los cuestionamientos directamente políticos. Como dice su director: "Durante el montaje nos preguntamos si era necesario ocupar demasiado tiempo en abordar cuestiones que ya son conocidas. Todos sabemos cómo son las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Todos sabemos qué clase de presidente era Barack Obama y qué clase de presidente era Donald Trump. No estoy mostrando toda la información, pero estoy ofreciendo los suficientes elementos como para conectarlos".
Cuban dancer es un documental que pretende ser básicamente humano, y que tiene la fortuna de encontrar unos protagonistas cuyas vidas parecen escritas para una película. El proceso de rodaje fue largo, durante varios años, pero la película se va construyendo a base de una empatía especial con Alexi, pero también con el resto de su familia, especialmente sus padres. En algún momento el espectador puede pensar que la decisión de salir de Cuba es egoísta teniendo en cuenta que su familia ha apoyado en todo momento la formación como bailarín de Alexi, pero poco a poco entendemos la necesidad vital de emigrar. Y, aunque no entra en cuestiones políticas, se echa en falta una equidistancia en la presentación de la información. Por ejemplo, se menciona que los padres de Alexi tienen que trabajar para poder pagar los estudios del joven en Estados Unidos, pero no se menciona que la Escuela Nacional de Ballet de Cuba es gratuita, como todas las instituciones educativas cubanas.
A lo largo del documental se desarrollan una serie de números de baile que están coreografiados por Laura Domingo Agüero, que también es co-guionista, una fórmula habitual en este tipo de documentales, pero que consigue momentos de gran belleza. Cuban dancer es la historia del desarrollo personal de un joven y su intención de cumplir sus sueños. Y en este sentido, sin demasiada profundidad pero con una especial facilidad para construir una narración dinámica, consigue vislumbrar una mirada honesta hacia el esfuerzo y el pundonor.
FILM MARKET - DOCUMENTALES ESPAÑOLES
Lo peor que ha traído el confinamiento son los documentales sobre el confinamiento. Los directores parecen haber salido todos a las calles para grabar ciudades vacías. Hemos visto más planos de avenidas solitarias este año que nunca. De alguna forma, Interregno (César Souto Vilanova & Fernando Gómez Luva, 2020) incide en la misma práctica. Desde una despedida en un aeropuerto norteamericano, el confinamiento mantuvo aislados a uno y otro director en Santiago de Compostela y Barcelona, respectivamente. A partir de ahí, se construye un intercambio de imágenes y textos que funcionan como una especie de diálogo epistolar mantenido durante este "interregno" obligado por la pandemia. El interregno es un período de tiempo en el que un estado se mantiene sin gobierno, que de alguna manera está representado en una referencia implícita a las acusaciones de corrupción contra el rey emérito de España (su hijo Felipe parece una marioneta en televisión), y por otro lado también se puede ver como una crítica a un cierto desgobierno que ha vivido España durante la pandemia.

Presente en la Sección Oficial del Festival de Jihlava 2020, el documental propone algunas ideas interesantes, como la reflexión sobre cómo nuestras vidas pueden llegar a transformarse, y sobre todo cómo podemos acostumbrarnos a esta transformación. "La ciudad parece tener esa tranquilidad aparente de un gato antes de espantarse". El documental Os días afogados (César Souto Vilanova, 2015) fue muy premiado en festivales nacionales e internacionales, y éste guarda cierta conexión, sobre todo en la utilización de la imagen como elemento no solo estrictamente visual sino también reflexivo. Pero da la impresión de que la propuesta se queda demasiado en la superficie, en la anécdota de la documentación del confinamiento que no puede evitar tener un cierto aroma anacrónico. Es más interesante cuando se hace objetivo, con un tono experimental, que cuando se entabla un diálogo no demasiado trascendente entre los co-directores. Hay una escena en la que se recuerda el momento en el viajaron a Nueva York antes de la despedida con la que comienza Interregno. Estaban buscando información sobre el poeta estadounidense Wallace Stevens y grabaron algunas imágenes: "Los árboles tienen aspecto de tener nombres tristes y seguir en las mismas, diciendo la misma cosa una y otra vez". No podemos evitar tener la misma sensación viendo este documental.
Cómo filmar a las flores (Francesca Maria Svampa, 2021) también es una mirada personal hacia la cuarentena. En este caso se propone como un ensayo que reflexiona, no tanto sobre la vida en el confinamiento, sino sobre la forma en que la directora se enfrenta a la tarea de hacer una película sobre sí misma. En este sentido, es una mirada que no hace tanto hincapié en las consecuencias de la pandemia, aunque afirma que debido al confinamiento "ha perdido el trabajo y la pareja", sino que bucea en sus propios recuerdos, a través de imágenes de archivo familiares de sus orígenes italianos, o usando algunas secuencias de un documental filmado en México sobre la revolución de Chiapas, en el que le regalaron un pañuelo con el que se ha fabricado su propia mascarilla. Francesca Svampa utiliza diversos recursos como la animación en stop-motion y la narración en off para ir construyendo una visión personal que reflexiona más sobre ella misma que sobre el confinamiento.
