El artista Seydou Cisée (1981, Malí) estudió en España durante varios años y actualmente está afincado en Francia, habiendo participado como artista residente en la Casa de Velázquez, una institución francesa que está situada en la Ciudad Universitaria de Madrid que fomenta el intercambio cultural, donde se han presentado algunas de sus instalaciones como Esprit d'eau (2018), una proyección de video sobre listones de madera cubiertos de paja y crin de caballo, que representa el viaje migratorio de los jóvenes malienses a Europa. Su debut en el largometraje, Taamaden (Seydou Cissé, 2021), que compitió en la sección Luminous del IDFA 2021, tiene precisamente como protagonistas a algunos de estos emigrantes, a través de dos miradas paralelas: la del joven Bakary Tandia, que se prepara en Malí para iniciar el viaje hacia España y posteriormente a Francia, y el de un grupo de emigrantes africanos de diferentes procedencias que se dedican en Valencia a vender baratijas, única forma de subsistencia mientras tratan de conseguir un trabajo que les permita, no solo vivir sino también ayudar a su familia.
Lo más interesante de una propuesta que podría parecer el habitual acercamiento a las dificultades de la emigración y las esperanzas rotas, pero nunca peores que las que se viven en sus lugares de origen, es la atención que el director Seydou Cissé dedica a la espiritualidad. Todos los que participan, ya sean practicantes de la religión musulmana o cristiana, tienen sin embargo conexiones importantes con el mundo de los espíritus que proviene de las tradiciones africanas. Bakary Tandia, que intenta por segunda vez emigrar a Europa, está aconsejado por su morabito, el Maestro religioso que le encarga realizar una serie de rituales diarios como rociar su cuerpo con leche y romper huevos por cada día de la semana, para lograr que su viaje sea tranquilo, aunque también le advierte que se enfrentará a un hombre por dinero. El director extrae una cierta fisicidad erótica de estos rituales deteniéndose en el cuerpo del joven Bakary. Por su parte, en Valencia los jóvenes Doucouré de Liberia, Mamadou Balde de Guinea, Ouloulou de Senegal y Ousmane Kafia de Malí se sientan en el centro de la ciudad contando cómo fue su travesía y cuáles son sus intenciones. Ouloulou, por ejemplo, recibe asesoramiento para poder comenzar a estudiar en España y lograr al menos una residencia antes de viajar a otro país europeo.
Este acercamiento a la espiritualidad que guía a los emigrantes africanos conforma una mirada singular hacia el fenómeno migratorio, que no siempre está equilibrada en su estructura narrativa. Hay una escena en la que Bakary Tandia habla por mensajería instantánea con una joven que le espera en Francia, que resulta demasiado larga, mientras que algunos momentos de las conversaciones entre los africanos que se encuentran en España resultan más dinámicas. La llegada de la pandemia del coronavirus trastoca muchos de los planes que tenían estos emigrantes en cuanto a su desplazamiento a otras zonas, pero hay algunos paréntesis de tranquilidad y camaradería como cuando Mamadou Balde comparte con unos jóvenes procedentes del Magreb improvisaciones de hip hop. Pero, a pesar de estos desequilibrios, la película consigue abrir una perspectiva diferente que ofrece una visión cercana de una profunda espiritualidad pocas veces mostrada.
COMPETICIÓN CORTOMETRAJES Y MEDIOMETRAJES
El cortometraje Jaime (Francisco Javier Rodríguez, 2022) es básicamente un retrato, el del joven Jaime Saldaña, que sufre un trastorno mental que le hace distorsionar la realidad: "Tiene alteraciones tanto en la percepción como en el juicio de lo que es la realidad". A Jaime le vemos en pantalla hablando sobre su infancia, los abusos, que sufrió, la relación con su madre o un incendio que tuvo lugar en su casa, pero nunca sabemos qué es cierto y qué es mentira en su relato. De alguna forma, es un personaje entrañable pero cuyo comportamiento puede llegar a ser imprevisible, dependiendo de la percepción que reciba de aquello que le rodea. Jaime padece un tipo de esquizofrenia que le hace vivir en un plano de realidad diferente. Esta idea es la que el director Francisco Javier Rodríguez, de origen chileno pero residente desde hace años en Bruselas, explora a lo largo de los 37 minutos que dura el mediometraje. Y lo hace de una forma inventiva y extraordinaria, retando al espectador a ser partícipe de la distorsión que supone el propio concepto de realidad. ¿Cuál es la realidad que estamos viendo en pantalla?.
No somos solo espectadores pasivos, sino que cada momento de deformación de esta realidad nos invita a preguntarnos sobre lo que estamos viendo, y por tanto nos hace formar parte activa de la propia película. Ganador de una Mención Especial del Jurado en el festival Visions du Réel, el proyecto surge de un taller artístico comisariado por los artistas Lote Lemm (que participa en el propio mediometraje) y Ariel Ayers, a través del estudio HK57A Werkplaats, que fundaron en Bruselas durante 2020. Jaime es posiblemente una de las más originales propuestas en torno a las enfermedades mentales, un juego artístico que al mismo tiempo cuestiona profundamente la idea que tenemos de "normalidad" y la forma en que la sociedad se relaciona con los problemas psiquiátricos. Es una película tan ficticia como real, pero al mismo tiempo tan real como ficticia.
En Sombra vertical (Felipe Elgueta, Ananke Pereira, 2022), los dos jóvenes directores confrontan la cordillera de los Andes con los edificios que forman parte del paisaje urbano de Santiago de Chile, con sus seis millones de habitantes. Rodado durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus en 2020, la mirada se centra en la forma en que afrontan este encierro los habitantes de los denominados edificios súper densos de Estación Central. Construidos entre 2014 y 2016 en medio de polémicas sobre si la normativa urbanística permitía edificios tan altos, se ha convertido en una zona donde habitan principalmente inmigrantes, a la que se le llama los "guetos verticales", porque contempla un hacinamiento en altura. Los permisos de construcción en esa comuna contemplaron densidades de 15.000 habitantes por hectárea, mientras que el promedio de la comuna de Estación Central es de 79 habitantes por hectárea.
Escaleras, pasillos y pisos minúsculos de unos 17 metros cuadrados, se convierten en lugares de confinamiento durante la pandemia, donde quienes habitan estos edificios tratan de utilizar el ingenio para pasar los días de encierro. Esta cotidianidad es mostrada por los directores con una mirada observacional, sin introducir elementos explicativos o informativos, porque las imágenes son suficientemente explícitas. La horizontalidad de la cordillera de los Andes contrasta con la verticalidad de esta monstruosidad arquitectónica que parece un gran juego de tetris colocado en medio del paisaje urbano. Eso sí, visto de forma cenital, algunos edificios parecen disponer de piscina en las azoteas.
La directora marroquí Dalila Ennadre (Marruecos, 1966-2020) consideró al escritor y poeta francés Jean Genet (Francia, 1910-1986) como un alma gemela, por la percepción que tenían ambos de las clases menos favorecidas, y su intento de reflejarlas en su obra pero al mismo tiempo de servir de apoyo en sus vidas. En Jean Genet, notre-père des fleurs (Dalila Ennadre, 2022), que se ha convertido en la película póstuma de la directora, fallecida hace dos años, la sombra del poeta se encuentra presente en el denominado "cementerio español" de la localidad marroquí de Larache, principal escenario de la película, el lugar donde Jean Genet quiso ser enterrado, con una sola piedra que indicara su nombre, frente al Atlántico. Aunque no se menciona en el film, en este mismo lugar fue enterrado también el escritor español Juan Goytisolo en 2017, junto al poeta francés y a los restos de españoles que murieron durante los conflictos coloniales con Marruecos entre los años veinte y cincuenta.
Hay varias coincidencias que conectan la obra de Jean Genet y Dalila Ennadre, pero sobre todo en la última parte de sus vidas la tragedia del cáncer, la enfermedad que sufrieron ambos. El cáncer se convierte en una especie de prisión que somete a un régimen férreo a quienes lo padecen, y de alguna forma este encarcelamiento del cuerpo se representa a través de la elección del título, una referencia a Santa María de las flores (1943, Ed. Alba Editorial), la primera novela escrita por el autor francés mientras se encontraba en la prisión de Fresnes (París). La presencia de Jean Genet en la película está mostrada también a través de las conversaciones con el cuidador del cementerio y algunos habitantes de la localidad que recuerdan todavía al poeta y que intentan mantener limpia su sepultura. El cementerio es un espacio de tranquilidad, con tumbas encaladas de blanco que contrastan con el azul del cielo y del Atlántico, formando uno de esos paisajes idílicos de la costa marroquí. Allí, recuerdan, iba el poeta a leer mientras se sentaba frente al mar. Dalila Ennadre quiso terminar la película antes de fallecer, pero finalmente fue concluida por un grupo de cineastas y su hija Lilya Ennadre como reflejo de ese cine comprometido de la cineasta.
La filmografía de Dalila Ennadre está formada por películas que tienen un nexo en común, una vinculación con la vida cotidiana de Marruecos, como en Par la grâce d’Allah (1987), sobre un molinero que habitaba las montañas; El Batalett, Femmes de la Médina (2001), donde mostraba la vida de las mujeres en el barrio de Casablanca en el que ella misma nació; La caravane de Mé Aïcha (2003), sobre una poetisa del desierto; Fama... une héroïne sans gloire (2004), sobre la activista Me Fama, que luchó contra la colonización de Francia y España; o J'ai tant aimé… (2008), que se centraba en una prostituta marroquí empleada por el ejército colonial francés. La cineasta se reflejaba en la propia obra de Jean Genet, que fue una de sus principales influencias, pero también en los paralelismos de sus vidas. Es un hermoso retrato de la soledad y del dolor que permanece tras la muerte, pero también contiene reflexiones sobre la inmigración a través de dos jóvenes que esperan tener la oportunidad de cruzar el Atlántico (una travesía que supone poner en peligro la propia vida), o sobre las diferencias sociales (el cementerio está situado frente a un barrio empobrecido en lo alto de una pared montañosa que muestra un grave riesgo de derrumbe, lo que acabaría sepultando a quienes allí viven). La muerte está siempre presente, dentro y en los alrededores del cementerio.
OPENING SCENES
Esta sección que presenta primeras obras de estudiantes de escuelas de cine, está abierta a la exploración del formato audiovisual, y buen ejemplo de esto es Olores (Alba Esquinas, 2022), un cortometraje de 10 minutos en el que, a partir de una vieja fotografía familiar en la que nadie reconocía a las tres personas que estaban en ella, la directora crea una reflexión sobre la memoria y el pasado. En la foto hay dos mujeres y un hombre, pero tiene la intrigante particularidad de que el rostro del hombre está cortado, como si alguien hubiera querido en algún momento negar su reconocimiento. A partir de esta foto, Alba Esquinas (Murcia, 1999) construye un relato inventado que se desarrolla a partir de otras fotografías antiguas, material de archivo que encaja con la historia que cuenta ella como narradora en primera persona. Y de esta forma contextualiza en una narración personal una serie de imágenes que a su vez ha descontextualizado, referidas a la participación de la madre en la tradicional matanza del cerdo, como carnicera de un pequeño pueblo al que llegó embarazada pero sin marido.Es un interesante ejercicio de falso documental que habla de una época pasada desde la mirada del presente, donde lo verdadero y lo falso se convierten en una misma cosa, que utiliza recuerdos reales a partir de conversaciones con la abuela de la directora para hilvanar una historia no real, pero que refleja unas vivencias que están muy cerca de la realidad su propia familia. Los olores se convierten en los elementos de conexión con la memoria, ese olor "a sangre, a carnaza y a lejía" que ha impregnado las ropas, el olor también de las viejas fotografías que acaban cobrando vida en un cortometraje sensorial y profundamente emocional, en el que juega un papel fundamental la atmósfera sonora creada por Laura Gantes (Murcia, 2000), montadora de sonido y co-editora junto a Alba Esquinas, para la que se utilizan sonoridades extraídas del presente para representar el pasado. Estableciendo así otro camino abierto a la interconexión de diferentes realidades.
Una imagen también es el punto de partida de Solastalgia (Violeta Mora, 2022), realizada en la Escuela de San Antonio de los Baños, que parte de la representación de un antiguo lago en Cuba que se ha secado, y del que solo queda como recuerdo una vieja pintura descolorida. A partir de esta imagen, la directora inicia un viaje que tiene también un fuerte elemento sensorial en el que trata de encontrar la forma de recuperar la visión de ese lago. La solastalgia se define como una forma de angustia y estrés provocada por el deterioro medioambiental. Considerada como un trastorno de ansiedad, la definición fue acuñada en 2005 por el filósofo Glenn Albrecht en el año 2005, expresamente vinculada a los fenómenos del cambio climático. Al comienzo del cortometraje, la imagen de este cuadro deteriorado se coloca en el entorno donde se encontraba el antiguo lago, formando un contraste con el terreno ahora seco y poblado de maleza.
Con la participación de Vinícius Silva (Brasil, 1989) en el guión, Solastalgia plantea una búsqueda que intenta captar la percepción de lo que no se puede percibir de una forma visual. Las entrevistas con habitantes del lugar que conocieron el lago conforman un relato formado por una serie de historias, quizás algunas de ellas más mitológicas que reales, en torno a lo que fue el terreno. La artista Violeta Mora (Honduras, 1990) continúa explorando el lenguaje audiovisual como en Frontera (2017), donde también se refería a estados de ansiedad y pánico en el entorno de la realidad cotidiana. De nuevo aborda un proceso autorreferencial que incluye el uso y la reescritura de imágenes que contienen vivencias, sensaciones y sueños que se transforman y reinterpretan al ponerlos en contacto con nuevas imágenes, sonidos o temas.
El cortometraje español Mater inerta (Adrià Expòsit Goy, 2022) participa estos días en la Sección Oficial de Cortometrajes del Festival de Las Palmas de Gran Canaria, donde se proyecta el 27 de abril con la presencia de su director. Se trata de una mezcla entre documental y ficción que tiene como protagonista a Teresa, una mujer que vive en las montañas catalanas junto a su perra Luna, y que se está viendo afectada por la cercanía de las empresas que explotan los recursos naturales a través de la tala de árboles. El entorno de tranquilidad y de libertad se refleja sobre todo en el comportamiento de Luna, que corre con absoluta despreocupación por los prados. Pero el monstruo de la deforestación no es solo una visión cada vez más próxima de la destrucción del entorno, sino que de alguna manera también afecta a la personalidad de Teresa y Luna. Hay una cierta armonía del hombre con la naturaleza que comienza a verse perjudicada, aunque ya las máquinas de ordeño han sustituido el contacto de las personas con las vacas, una especie de premonición de lo que paulatinamente irá ocurriendo en la montaña.
La idea de desaparición está construida por Adrià Expòsit Goy (Cataluña, 1998) desde la generalidad del entorno, pero también desde la particularidad de la protagonista, sobre todo cuando su perra Luna también desaparece. Mater inerta construye una atmósfera inquietante, gracias a un logrado trabajo de edición de sonido a cargo de Hans Ludwig, pero también de la fotografía de Jordi Sanpra que convierte un entorno idílico en una especie de infierno de neblina y oscuridad, cuya sensación claustrofóbica es ampliada por el formato 4:3. El ser humano se desconecta gradualmente de la naturaleza, se desvincula de esa conexión necesaria para construir una unidad que le mantiene en contacto con ella. El cortometraje es un trabajo notable de representación de la imagen para crear un estado de concienciación, sin necesidad de utilizar palabras o discursos medioambientales. Y refleja cómo el hombre ha ido construyendo un muro cada vez más opaco en su relación con el medio ambiente.
Mater inerta se proyecta el 27 y el 30 de abril en el Festival de Las Palmas de Gran Canaria.