voy a hacer un paréntesis en el viaje para contar mi experiencia en una de las aldeas arrasadas por el volcán Merapi.
Ha pasado un mes y medio desde la última gran erupción el 6 de noviembre de 2010. Luego de dos años con una actividad muy leve, el volcán comenzó una serie de erupciones que a medida que pasaban los días iban en aumento hasta terminar en la fecha que anteriormente mencioné. Luego de nuestra escapada de la ciudad, y aprovechando que subiríamos a Jalan Kaliurang para una reunión, llamamos a nuestro amigo español (Diego) quien ya había subido varias veces y que fue uno de los valientes que se aventuró a tomar fotos mientras el volcán hacía erupción, para que nos llevara a recorrer lo que había dejado el desastre.
Comenzamos a subir sin saber qué nos esperaba, había una mezcla de sentimientos: miedo, inocencia, curiosidad, ignorancia. Recordaba que hacía menos de un año yo había subido a un parque ubicado en las faldas del volcán, con animales, una caída de agua, caminerías, bancos. Me venían a la mente las casas, las señoras que vendían cambures y plátanos a lo largo de la vía. Seguíamos subiendo y todavía se veía verde, los arrozales, los árboles, las casas, todo estaba bien. Llegamos a una calle pequeña en la cual cruzamos a la izquierda y nos encontramos con una represa destruida por los ¨lahar dingin¨(ríos de lava fría) que se han formado a partir de las lluvias que caen día a día. Pasada la represa, el mundo comienza a ser blanco y negro, y reinan las calles abandonadas. Llegamos a una especia de peaje, cuidado por los habitantes de la zona, que a raíz del desastre y de haberlo perdido todo intentan rebuscarse. Muy triste.
Llegamos pues a Kaliadem, una de las zonas más afectadas. No hay palabra que se adecue más para lo que vimos que: ARRASE. Creo que los humanos todavía no entendemos el poder de la tierra, lo insignificantes que somos al ver el alcance que tiene un fenómeno natural. Se cuentan las casas que fueron destruidas, pero no se cuenta la cantidad de familias que perdieron a alguien o se perdieron todos. Mi idea de subir era para fotografiar, captar todo lo que pudiera. Pues no pude hacer sino algunas fotos, simplemente me impactó lo que ví, hablar con las personas que vivían allí y que intentan recuperar sus casas, casas que las cenizas se devoraron. El único sitio por el que se puede caminar es por donde pasó la nube caliente de cenizas, a menos de 50 metros veíamos el camino dejado por el río de lava que bajó hasta 12 kilómetros, con unos 3 ó 4 metros de altura. No se decir. La mezcla de cenizas, barro y agua lograron una trampa para zapatos de la cual cuesta salir, por lo que era aun más difícil entrar a las casas. Sólo logré entrar a una, hasta la sala, donde quedaban los esqueletos de las sillas, mesas, ventanas. Cuenta Luisfer, que logró entrar hasta el cuarto, que la cama estaba parcialmente quemada y con restos de ropa, una peinadora que conservaba todavía los adornos y algunos juguetes. Imágenes fuertes.
Algunas casas ya no tienen cenizas dentro, pero no tienen techo, ni paredes. La gente espera volver en un año, comenzar desde cero, pues allí está su tierra, sus vecinos, crecieron junto al Merapi, es parte de sus vidas, y le perdonarán todas las erupciones, hagan lo que hagan.
Luego de media hora allá (capaz menos tiempo, pero a mí se me hizo eterno) comenzó a llover, y tanto Luisfer como yo nos comenzamos a sentir mal, estábamos muy impactados, decidimos bajar en plena lluvia, lo que sorprendió a muchas personas de allí que me decían que esperara a que la lluvia bajara. Les expliqué que estaba triste y conmovida por todo, comenzaron a reirse entre ellos y me decían que no había por qué estar así, que ya no pasa nada. Y es verdad. Lo peor había pasado.