No fui convencida en absoluto, me pareció una exageración que por una migraña, la primera de mi vida, me manden directamente al especialista. Acostumbrada a la Seguridad Social donde te tienes que estar muriendo para que te miren porque si no, automáticamente es un catarro y a tu casa. Pero soy obediente y fui.
Me encontré con una doctora muy jovencita que se preocupó en saber cada detalle de cada molestia que tuve durante mi migraña, me hizo un test neurológico y finalmente me mandó una resonancia magnética.
A Futuro Papá se le pusieron los vellos como escarpias, yo tenía bastante con luchar contra mi fobia a la bata blanca, así que me limité a obedecer. Fui al mostrador de radiología a solicitar mi cita y cuando la recepcionista supo que estaba embarazada me pidió que esperara un momentito y se fue a buscar a la jefa del servicio de radiología. Futuro Papá no hacía más que decirme: “Si ni ella, que no tiene conocimientos sanitarios, lo tiene claro…”.
La jefa del servicio de radiología se presentó y nos pidió que nos fuéramos con ella a un aparte para no hablarlo ahí en medio de toda la gente. Muy amablemente nos dijo que si hay que hacerlo, se hace, que se han hecho resonancias magnéticas a fetos porque hacía falta, que no tiene contraindicación, exceptuando en el primer trimestre, pero que me decía sin decirme que me recomendaba sin recomendarme que no me la hiciera por una migraña. Me pidió que lo meditara tranquilamente en mi casa y si estaba decidida, llamara para pedir cita o anulara la que me había cogido.
Si yo no tenía claro el ir al neurólogo, imaginaros el hacerme una resonancia. Así que a menos que tenga más episodios de migraña, hasta aquí esa historia.