Hace un par de semanas estuvimos de excursión visitando los castillos del desierto. Existen varios de ellos tanto en el norte del país como hacia el sur, vestigios de una época en la que los cristianos y musulmanes andaban a torta limpia (como han cambiado las cosas ¿verdad?) y las guerras se hacían a mano, no con videojuegos.
Vimos tres: uno del que quedaban apenas unos muros de pie y en el que había que imaginar más que otra cosa, otro que era bastante grande y que contenía cosas curiosas –como que las vigas y las puertas estaban hechas de piedra, que eran de color negro,…- ; y en otro que mantenía las murallas intactas pero a cuyo interior no pudimos acceder porque era tarde.
Es curioso observar estos castillos, en los que no podrían vivir más de 25-30 personas juntas –me río de las batallas de las pelis-, que están en medio del más puro desierto, con absolutamente nada en kilómetros a la redonda. Si bien es verdad de que no eran tontos y solían hacerlos cerca de humedales y caminos, no deja de ser interesante imaginarse la perra vida que tenían que llevar en esos muros, achicharrados durante el día y helados por la noche, sin otro paisaje que el marrón de la tierra y con no muchas alternativas de ocio a la vista.
El viaje se vio salpicado de otros episodios interesantes. Pudimos ver las gigantescas colas de camiones cisterna (más de 100) aparcados en espera de ser pesados y cargaditos de rico petróleo (o gasolina, es algo que no sabemos) de la aún más rica Arabia Saudí, país del que cada vez que conocemos más cosas menos ganas nos dan de visitarlo.
También pudimos retomar nuestra época más juvenil y deleitarnos sacándonos fotos por una autopista del desierto completamente vacía mientras corríamos con el culo al aire; vimos búfalos de agua en uno de los pocos humedales que existe en el país –y que justo la semana anterior había sufrido un incendio- y finalmente aprendimos cómo funcionan las cosas aquí si tienes un accidente de coche.
Después de que venga la policía y toda la historia para ver quién tiene la culpa –en este caso el otro coche fue el que nos pegó-, te enteras en la oficina del coche de alquiler que el del otro coche y los de la oficina han llegado a un acuerdo según el cual, como ninguno de los dos tenía seguro, el que tuvo la culpa paga la mitad y la otra nosotros, que para eso somos unos turistas pringaos. En fin, que tras la pelea llega la calma, y al final se van a comer el arreglo entre ellos, pero manda narices….