Siempre os digo que los mejores secretos, los más agradecidos y que más se disfrutan, son aquellos que se te presentan ante los ojos sin esperarlo ni tener noticias de su existencia. Es lo que me ocurrió el otro día, mientras visitaba el Palacio del Marqués de Villafranca, actual sede de la Real academia de Ingeniería, en una de las visitas incluidas dentro del programa Bienvenidos a Palacio. Y es que, el tour por este precioso palacio, cuyos orígenes se remontan al siglo XVII, guardaba una increíble sorpresa final: uno de los escasísimos viajes del agua que se pueden ver en Madrid.
Ya nos lo avisó la guía al comenzar el tour, de poco más de una hora de duración, que al final del recorrido tendríamos la suerte de ver algo único en la capital, y así fue. Pero antes de ello recorrimos las estancias e historia de este recargado inmueble, ubicado en la calle Don Pedro, en plena Latina, y cuya sobria fachada de color rojizo, no hace más que disimular la belleza de sus estancias.
Atravesamos el comedor de gala, el salón de baile, la sala de juntas y muchas más, sin perder detalle de su mobiliario, decoración. Pero como os comentaba, fue al final del tour cuando nos aguardaban dos sorpresas repletas de historia. La primera, es que en sus bajos se puede admirar un fragmento de 20 metros de la segunda muralla cristiana (del siglo XII) que envolvió Madrid, y cuyos muros alcanzan los dos metros y medio de grosor. No obstante, accediendo al baño y atravesando una puertecita, nos aguardaba otra inmensa,y lúgubre, sorpresa.
Allí se ubica, desde hace siglos, un fragmento de un viaje del agua. Por si alguno se está preguntando qué es esto, deciros que los viajes del agua fueron una serie de canales subterráneos creados para abastecer del agua a la ciudad de Madrid. Los investigadores no se ponen de acuerdo para establecer sus orígenes el en tiempo. Algunos hablan de la época musulmana, otros del siglo XVII cuando se establece la Corte en Madrid y aumenta su población, y por tanto, sus infraestructuras. De lo que no hay dudas, es que estas galerías permitieron el abastecimiento de agua entre los habitantes de la capital, hasta la creación del Canal de Isabel II.
Este laberinto de galerías subterráneas tiene algo casi de mitológico, precisamente por lo difícil de verlos y visitarlos (creo que solo hay otro Viaje del Agua visitable en la ciudad, en Amaniel). Así que, después de tantos años leyendo sobre ellos, poder ver uno con mis propios ojos y sentirlo fue realmente mágico (aunque este tapiado y solo pueda disfrutarse unos pocos metros). Por ciero, a modo de curiosidad os diré que hace años en este palacio estuvo uno de los restaurantes más lujosos de la capital, el Puerta de Moros. Al que acudían por ejemplo Ava Gardner, y la cocinera del restaurante siempre contaba cómo usaban el frescor y condiciones de esta galería, para usarla de bodega.