" Mañana, ayer, ¿qué significan esas palabras? Solo existe el presente. En un momento dado, nieva. En otro, llueve. Luego hace sol, viento. Todo eso es ahora. No ha sido, no será. Es. Siempre. Todo a la vez. Ya que las cosas viven en mí y no en el tiempo. Y en mí, todo es presente. "
Sentenciaba estas líneas Agota Kristof en su Ayer, las pienso ahora. Admiro ese presente que contiene todos los tiempos a la vez. "Es. Siempre."
Me gusta tender la ropa fuera, aunque haga frío. Comprobar que ese sol de invierno calienta, lucha ante la adversidad del bajo cero, y seca las prendas. Cierro los ojos para recibir el disparo de los rayos. Me calientan y me vitaminan. Justo ayer leía el tweet de Eva Piquer, " La vida té un rerefons trist i d'això no ens n'escapem. Però també hi ha el sol d'hivern. " Y sí, la tristeza está, pero tendemos la ropa fuera. Me gusta recordar la luz andaluza impactando en las naranjas de Mollina. Fotografiarlas como si fueran pájaros en extinción, frutos sagrados, imposibles de ver lejos de allí. Darle importancia a esa hora del día, porque la sensación es más dulce, porque estoy ahí para verlo.
Mollina, diciembre de 2021.
Sally Rooney escribe que la belleza es arbitraria pero que una vez das con ella aporta, indiscutiblemente, placer a tu vida. Será eso. Saber encontrarla. " ¿O eran ajenas en ese instante, o algo más que ajenas: eran de algún modo invulnerables, insensibles a la vulgaridad y la feúra, porque estaban atisbando algo más profundo, algo camuflado bajo la superficie de la vida, no irrealidad, sino una realidad oculta: la presencia en todo momento, en todo lugar, de un mundo bello? " Ser conscientes de todo lo hermoso que nos acompaña, de lo que en un momento concreto nos sirve y nos engrandece. Tener la capacidad de mirar debajo, de mirar minuciosamente, de mirar sin miedo. Dar valor a todo aquello que alejará la tristeza y será un poquito como el sol de invierno.
Atesorar el zumo recién hecho de la mañana, el olor de los berberechos en el vermut, la temperatura del parqué a mediodía. Atender a los sonidos que nos rodean. Grabarlos. " ¿Cuál sería la banda sonora / de ese álbum de los recuerdos? [...] ¿La pérdida tiene sonido? [...] ¿Qué sonido nos determina? / ¿Todo esto tiene fin? / ¿El sonido acompasa? / ¿O nos parte en dos?" Hasier Larretxea me acompañaba estos días con su Otro cielo y me exigía atención a los sonidos.
Al maullido de Vic si tiene hambre, a la canción de la lavadora una vez terminado el programa, al pitido del termómetro cuando tiene noticias. Valorar cada mensaje como si fuera una receta. Aquel que aún te recuerda a la hora de la cena. Anotar las miradas bonitas, aunque tan solo las imagines. Hacer lista de los besos y abrazos que necesitas una vez desconfinada. Porque todo eso reconstruye el mundo bello que la tristeza malmete. Fortalece exprimir cada momento para que la vitamina se quede aquí. El mundo bello existe y está en el zumo y en el sol de invierno. Es. Siempre.