-Hay tantas cosas que quisiera decir, que quisiera vivir, sentir para poder escribirte mis últimas palabras, pero nunca sé por dónde empezar, quizá por el error, o tal vez por la reivindicación no lose… lo cierto es que lo siento, siento que jugamos con fuego y al final caímos en el mismísimo infierno, un infierno del que solo yo quiero salir…Sabes que te amo. Que siempre te he amado, pero esto es más fuerte que yo. PERDÓNAME –
Fue la última nota que escribió en un retaso de papel de un cuaderno cualquiera que quedó reposando sobre la mesa de noche que acompañaba una cama solitaria de un cuarto de alquiler ya sin sombras ni destino…
Aun era oscuro cuando él llegó, abrió la puerta y cuando vio todo el panorama tan solitario, con una resignación premeditada buscó la nota de despedida, ni siquiera necesito hurgar, ya sabía dónde estaría, se recostó en la cama y prendió un cigarro tomo la hoja y empezó a leer, fumaba lentamente y releía una y otra vez… unas lágrimas empezaron a salir de sus ojos y las dejaba caer sin piedad… como si lo mereciera, como si eso le disminuyera la culpa.
-No quiero que duela- murmuró- simplemente no quiero que duela.
Se paró de inmediato se lavó la cara y corrió afuera, caminó un rato por acá y por allá pasaba entre la gente como una sombra mustia, una estrella matizada, llegó a un apartamento y tocó. Una chica pálida abrió la puerta.
-¿qué diablos haces aquí, sabes qué hora es?-
-se fue Naty… se fue…- y se quebrantó por completo rompió a llorar sobre la chica que lo miraba con una mezcla de compasión y antipatía. Lo abrazó y lo dejó entrar. Lo sentó en el sofá y fue a cerrar la puerta del cuarto donde un hombre reposaba boca abajo semidesnudo.
-espera un momento- le dijo al afligido y entró al baño
Cuando salió este ya estaba más tranquilo tumbado sobre el sofá, con la mirada perdida
-se que quieres hablar- dijo la mujer- pero sabes que no soy buena para eso, pero tengo esto para ti- y abrió su mano y mostró 3 pastillas- vamos a drogarnos hasta que te olvides de esa perra-
-Naty, no, no vine a eso-
-Cállate, he esperado más de un año aquí siempre en el mismo lugar, a que te des cuenta que esa mierda no iba a llagar a nada-
-No vine tampoco por un sermón-
-entonces a qué coño viniste- y se paró, él la sostuvo de la mano y la jaló hacia él. La sentó sobre sus piernas y acaricio su silueta con persuasión. Ella lo miró enternecida pero no podía ocultar como el ímpetu del hombre la excitaba, puso las píldoras en su lengua y las pasó a él con un beso frenético.
El dolor que sentía el hombre en su alma lo encripto en su pecho y fue adormecido por el placer de un deseo ambiguo, por el narcótico y alucinante instante de tomar para sí el cuerpo de una y mil mujeres a la vez. Y entre la multitud de rostros, entre gemidos, verla a ella. Aunque sea un momento, sentirla a ella, su olor su aliento, ella siempre ella…