Ser visibles en los espacios donde habita la mayoría parece lo ideal, pero puede ser «tóxico» si las normas de estos entornos no nos favorecen. Esa parece ser la lógica que sustenta la decisión de The Guardian, empresa informativa que anunció su retiro de la red social X por considerarla un paraíso para la desinformación. Mientras académicos, periodistas y otros actores cuestionaban la decisión, otro medio europeo también se despidió de la plataforma administrada por Elon Musk: La Vanguardia. Más que un simple abandono de espacios, estos retiros avivan un viejo debate: ¿las redes sociales son un terreno hostil para el periodismo? O, más bien, ¿estamos aceptando la incapacidad de conquistar esos espacios, en una apuesta por un futuro sin redes?
En el terreno argumental, The Guardian apunta a la naturaleza arisca de la red social, donde sostenía 80 perfiles con 27 millones de seguidores. El medio resiente el salto dado por la plataforma nacida en 2006 al cambiar de dueño. Hoy, la aprecia como un terreno fértil para las ideas de extrema derecha, las teorías conspirativas, el racismo y el extremismo. ¿El punto de inflexión? La influencia ejercida por el actual dueño de X en la reciente campaña presidencial de Estados Unidos.
El antiguo Twitter hoy es «una plataforma mediática tóxica» y su dueño, Elon Musk, «ha sabido utilizar su influencia para moldear el discurso político», recalca The Guardian. Sin embargo, sus reporteros podrán mantener sus perfiles y usar este medio social como fuente informativa. Era predecible, tratándose de un entorno donde «están los periodistas», como dicen algunos expertos de marketing.
Detrás del medio británico se lanzó La Vanguardia, que sumó otro argumento: el uso exacerbado de bots para fomentar la desinformación e influenciar negativamente los debates. Como un refuerzo a su posición, recordaron que otros medios de comunicación, organizaciones y grupos también salieron de X por las mismas razones. En Venezuela, donde la red fue restringida, el presidente Nicolás Maduro acusó a Musk de apoyar la espiral de violencia desatada tras las elecciones del pasado 28 de julio.
Vistas como conjunto, todas estas posiciones llaman a la sensatez. Sin embargo, en el caso del periodismo, sería imperdonable no profundizar más: las redes sociales han puesto a la profesión en una competencia más dura contra otras formas de comunicación. Hay influenciadores con más credibilidad que un medio con décadas de experiencia; los bots también hacen de las suyas en otras plataformas, y redes como TikTok complejizan la adaptación del lenguaje periodístico a esos entornos. Para rematar, el tráfico de las RR. SS. a los sitios web de los medios parece ir en picada.
Con semejante panorama, ¿cuál es el verdadero espacio del periodismo? ¿Es imposible tener un nicho poderoso, como ocurrió alguna vez con los medios tradicionales? ¿Asistimos al fracaso de las capacidades creativas de la comunidad periodística o presenciamos la dictadura de nuevos códigos? ¿Es un problema de los algoritmos o de la falta de credibilidad? Queda mucho por responder para reivindicar a una profesión nacida de la propia curiosidad humana.
Rosa E. Pellegrino