Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena.
Eduardo Galeano
La vida tiene una larga lista de asuntos y prácticas necesarias, pero muy difíciles de aprender. Donde hubo un buen maestro, probablemente, los estudiantes no aprovecharon la oportunidad. Casi siempre se cumple la máxima: «La letra con sangre entra», así sea a la lista de traumas o tareas no deseadas. Si se trata de comprobarlo, solo basta con mirar todo lo que implica tomar una decisión, así sea sencilla. Lo sabemos: nunca se está lo suficientemente preparado, no importa si se trata del destino de un país o de una simple compra.
El campo de las decisiones es amplio, complejo, variopinto y cambiante, en la misma proporción que la naturaleza humana. Aquello que resulta una elección predecible para una persona puede ser un dolor de cabeza para otra. Algunos ven los riesgos ignorados por el resto, otros miran fantasmas. La mayoría, por tendencia natural, suele escoger el camino más frecuente para «no equivocarse».
Aunque resulte esquivo, el acto de decidir es de extremo interés: el mundo está hecho de osadías y temeridades precedidas por una elección. Es ámbito de estudio en distintos campos, desde el militar hasta el familiar, pero, por lo general, aparece asociado como materia a carreras dirigidas a la planificación y al área gerencial. La apuesta es lograr acertar en cada paso dado. Suena bien, al menos en el plano formal, pero, hacia abajo, en la cotidianidad, ¿tenemos esa misma conciencia de cómo dar en el blanco? Sobre todo, ¿sabemos cómo romper con las estructuras que nos imponen qué y cómo decidir?
Escoger una carrera, un estilo de vida o una forma de hacer las cosas, aunque se haga frente a distintas opciones, es un acto cargado también de imposiciones, que podrán sortearse en la misma medida en que se amplíe la mirada sobre esos temas. Es casi norma tomar las rutas convencionales, movidos por lo usual, lo aceptable o lo conveniente. Pocos nos muestran otros senderos y una minoría casi imperceptible se atreve a buscar alternativas por cuenta propia. Lo que parece un ejercicio de libertad resulta más bien un esquema para conservar las convenciones sociales.
Descubrir o al menos pensar en las posibilidades más allá de lo evidente es un ejercicio que toma años. Quizás uno nunca logre desmarcarse de esas imposiciones, pero la vida misma en algún punto nos empujará hacia el reto de decidir distinto. La maternidad, el amor, el trabajo, el dinero, la convivencia humana: son muchas las situaciones que nos plantean que, luego de seguir las rutas convencionales, necesitamos actuar distinto, pensar diferente y elegir bajo otros criterios.
Hoy, cuando la tecnología pretende decirnos cómo pensar, desafiar los cánones tradicionales para decidir es un reto para la libertad colectiva. Cuando un individuo decide plenamente, así vaya a contracorriente, rompe barreras para otros.
Rosa E. Pellegrino