Sí, está bien escrito. No nos estamos refiriendo a «turistas», «taoístas» o «tarotistas». Esta columna está dedicada a una legión extraordinaria, consistente y cohesionada: los tareístas. Es un grupo que no necesita cruzar palabra para luchar por el mismo propósito: sentir que cumple una tarea, sin importar su resultado, utilidad o propósito. Para ellos, en lo más profundo de sus vísceras, la peor diligencia es aquella que no cierra con la frase: «… pero se hizo».
En la casa, la universidad y la oficina siempre podremos encontrarlos: no importa de qué se trate, procurarán cumplir con la misión encomendada. Puede ser reunir 10 mil dólares o exhibir en una plaza un elefante con pecas moradas. ¿El resultado? De eso no hay garantía plena, pero tenga por seguro que pondrán el mayor empeño posible, así se reúna solo un manojo de billetes desgastados de un dólar o se tenga que dibujar un elefantito en una hoja de papel bond. Algo se ingeniarán para procurar su cometido, porque su modus vivendi es ese: intentarlo siempre, aunque no se logre.
Proponerse cumplir con lo encomendado siempre es un valor agregado en esta sociedad. No nos gusta ser adversados al momento de actuar por un propósito. Resulta lógico, además: contar con quien haga la tarea que necesitamos en cualquier espacio siempre es un alivio (temporal o no). Por instantes, sabemos que no estaremos solos en lo que emprendamos, sea un plan necesario o una locura. Y quien asume la tarea, aun con miedo, siente que la peor forma de defraudar es dejar de intentarlo. Es casi un acto de fe. ¡Vaya compromiso!
Así, los tareístas son un grupo admirable, especialmente entre sus antípodas: los «antitarea», esos que se niegan a cumplir con aquello que consideran mandados imposibles o acciones innecesarias. A esas personas también las conseguimos en el camino, oponiéndose a hacer aquello que consideran irrealizable, a asumir desafíos que de antemano definen como un fracaso o rebatiendo cualquier argumento que pretenda empujarlos por un camino que consideran inútil. Puede ser una simple expresión de rebeldía, de suficiente experiencia acumulada o mera desconfianza: nada parece convencerlos de la utilidad de la empresa que se les encomienda. Y no se trata de gente cómoda, sino de quienes no siguen instrucciones por mero instinto.
Aunque están en los extremos, tareístas y antitareas tienen mucho más en común de lo que creemos. El cumplidor de tareas de hoy probablemente fuera un enemigo infranqueable de perder el tiempo en «cosas sin resultado». Detrás de esa disposición, puede estar un humano cansado de luchar contra un sistema que solo espera de él una acción, y dejarse llevar por la corriente del momento. Poco a poco, la indocilidad va dando paso a la calma de hacer algo sin más expectativas que demostrar laboriosidad.
En ese hastío hay matices. Se combinan la simulación con el empeño y el instinto de supervivencia con las buenas intenciones. Al final, se trata de gente intentando evitar ser excluida. Por eso, donde vea a alguien tomándose una foto para indicar que está haciendo algo, pidiendo con urgencia datos para un listado que debía mandarse ayer o tratando de resolver lo irresoluble, déjelo ser. Usted y yo también nos hemos puesto alguna vez la camiseta de los tareístas.
Rosa E. Pellegrino