Revista Educación

Viva la cirrosis

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Durante el último año, lo confieso, he maltratado a mi hígado. Lo he sometido a un baño de vinachos peleones, deglutidos entre convulsiones ácidas que apenas he podido disimular. “¿Está bueno?”, me preguntaban ellos. “Se deja beber”, era mi respuesta defensiva. Entre sorbo y sorbo, gomosas tiras de cerdo abrasado, rezumante de colesterol. Y, de postre, café chamuscado y extremo: amargo como un dolor de muelas o sólido de azúcar. Gastronómicamente, ha sido un año para olvidar.

Viva la cirrosis
Y sin embargo…

He visto llorar a Ismael, al recordar el nombre de un morro mil veces caminado. He contenido el aliento con Marcos, mientras narraba su descenso a la Fuente de Mantigua. Me he estremecido con Quico, al relatar la traicionera explosión de aquel cartucho de dinamita. He compartido la alegría de Enidelso, rescatado al límite de sus fuerzas después del ictus. Y la de Rufo, tan bien recuperado de su radioterapia.

He fumado con Diomedes, aunque solo fuera tragando su humo. He bebido con Antonio, aunque no probara ni gota de su aguardiente. He palpado la válvula cardíaca de Nicolás y acariciado la lanza favorita de Víctor. He acompañado a Everardo en su viaje a La Guaira. Me he asomado a los chalafurnos negrísimos de Gabriel. He aliviado la soledad amarga de Tito y disfrutado de la risa contagiosa de Manolo. He sufrido con la fragilidad de Antonia, tan precariamente colgada de su bastón.

Sé muy bien que ni Ismael, ni Marcos, ni Enidelso, ni Rufo, ni Quico, ni Diomedes, ni Antonio, ni Nicolás, ni Víctor, ni Everardo, ni Gabriel, ni Tito, ni Manolo, ni Antonia leerán nunca estas líneas. Su sabiduría es inmensa, pero ágrafa.

Admito que se irán yendo quedamente, olvidados del mundo y de la historia. “Aquí largaré el tamarco”, sentenció una vez Manuel. Y yo también, amigo mío, más tarde o más temprano que tú.

Polvo seré, mas polvo agradecido.


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