Con una cesta gigante de mimbre en la cabeza, y dando saltitos para no pisar los caracoles, ni los charcos grandes en la acera, voy a ver el primer partido de la selección española en suelo enemigo. Está lloviendo en Suiza y llegamos quince minutos tarde.
Vamos al centro italiano de Kreuzlingen en busca de ambiente neutral. Interrumpimos en la sala donde retransmiten el mundial. Está llena de suizos. Vaya chasco. Paola se ríe, y en bajito me desea buena suerte.
¿In bocca al lupo? Sí, estamos en la boca del lobo. Avanzamos y con disimulo nos sentamos en primera fila. Prefiero ignorar la marea de banderas suizas y cencerros, las miradas pueblerinas que dejo atrás de ¿y tú de quién eres?. Intento concentrarme. “Quizás es mejor si no te pones las calcomanías rojas y amarillas”, sugiere con diplomacia mi amiga suiza Paola. Compartimos piso y la adoro. Y a Torres, pero ¿dónde está Torres?
Empieza a dolerme la espalda. La atmósfera es pesada y mi jugador favorito no está sobre el césped. ¿Por qué no fui ayer a la sauna?, ¿por qué me baño en el lago cuando hace frío?, ¿por qué me empeño en ir en bici cuando llueve?, ¿por qué me ha venido la regla? En mi cabeza bulle un interrogatorio. ¿Por qué me siento tan incómoda? ¿Soy yo o es lo que me transmiten los jugadores? Su falta de arrojo me paraliza.
Falta poco para acabar la primera parte, tenemos la posesión del balón pero el gol no llega. De repente un rugido colectivo me saca del estupor. Han hecho una falta a Iniesta. Antes de repetir la imagen los suizos lo tienen claro, no ha sido, ninguna de las tarjetas les parece justa, estos españolitos son unos quejicas. ¿Por qué no tira a puerta Villa? ¿A qué vienen esas filigranas? Carecemos de sentido práctico. Paola me invita a una cerveza, está caliente y me sabe muy amarga.
Comienza la segunda parte, continúa la pesadilla. “Jajajaja, goooooool de Suiza, lo siento Raquelita”. Rossana, otra amiga de Bérgamo, acaba de llegar con Isabelle y su voz aguda se me clava en el esternón mientras me abraza con sorna. Lleva una semana recibiendo comentarios jocosos porque Italia, campeona del mundo, empató y se regocija de la mala suerte española.
Isabelle intenta consolarme. Cuando sale Torres aplaude. Cada vez que España tira a puerta y falla dice ¡jodeeeeer! con su dulce acento francés, sin ser consciente de que la maquinaria de la fatalidad se ha puesto en marcha. Vamos directos a la guillotina. Lo que sigue es un recital de intentos fallidos y desesperación. Acaba el partido y siento que me falta el aire.
La calle se llena de hinchas y banderas suizas. Paola celebra por dentro el triunfo, no se atreve a gritar de felicidad como los demás ante mi desconsuelo. El bus no llega, Rossana apunta, “qué extraño en cinco años que llevo aquí nunca se ha retrasado”. Cuando montamos Paola dice “para nosotros vencer a España es un sueño” y añade, “no hemos jugado bien, hemos tenido suerte, el partido era de España”.
Enfilamos la avenida principal. El tráfico está cortado, solicito la parada, cojo a Paola del brazo “venga, vamos a celebrarlo”. Se abre la puerta y nos unimos a la marea de cláxones y gritos de aupa ¡hopp Schwizz! Dejo atrás mis malos pensamientos.
A diario me hierve la sangre. Trabajo en el equipo internacional de HolidayCheck y veo cómo los españoles compartimos la comida, hacemos horas extra, no nos colgamos medallitas... Es hora de espabilar y dejarnos de retórica. Un Mundial no es para jugar bonito. Un Mundial es para ganarlo. La victoria es lo único que cuenta. Los resultados priman sobre la calidad.
En los periódicos suizos esta mañana nadie habla del gol de carambola. Ningún detalle. Hablan de héroes, disciplina, fortaleza, juego defensivo, sistema. Se quejan de las tarjetas y los cinco minutos de descuento. “Sentí todo el tiempo alfileres en la tripa, los españoles presionaron mucho y hemos rezado hasta el último segundo para que no nos marcaran un gol” ha declarado la ex miss suiza... No me creí ni por asomo que pudieran remontar el partido. Me sentía anestesiada por su falta de alegría y garra.
Necesito un equipo con sangre en las venas y ganas de ir a por todas. Un toro que quiera embestir. Y dejar claro un mensaje. España no necesita ser rescatada por nadie.