Una nueva edición del clásico de Paco Menéndez y Juan Delcán se ha lanzado en estos días, por lo que el homenaje a La Abadía del Crimen no podía esperar
Me produce una ilusión tremenda porque, en realidad, siempre he añorado poder tener una caja y cinta originales, por todo lo que conllevó jugarlo y disfrutarlo en la época. Muchas personas comentan hoy en día en redes sociales, foros y comentarios en páginas webs que es un videojuego demasiado mitificado, que se le ha dado demasiado bombo a lo largo de los años y que no se merece tanta adulación. Yo creo que se equivocan. Cuando yo lo descubrí en su día me dejó totalmente asombrado. Me atrapó tanto que me llegó a obsesionar recorrer los pasillos de aquella enorme abadía.
Fue tal su atracción que, al poco tiempo de descubrirlo por primera vez, emitieron la película El nombre de la rosa en el canal Telemadrid, en 1990, y al enterarme de que estaba basado en el libro de Umberto Eco, obra que sirvió de inspiración para el videojuego de Paco Menéndez y Juan Delcán, caí totalmente rendido a sus pies. Al poco tiempo, tal era la fascinación por el juego y la película, que quise ahondar más en sus orígenes, comprándome, a los 13 años, el propio libro.
Todo esto me sucedió mucho antes de que el videojuego se convirtiera en el mito que es a día de hoy. Es por ello que opino que La abadía del crimen tiene ese aura especial que las grandes obras son capaces de irradiar. A mí me atrapó por completo, pero es que no fui el único, también hubo muchos otros chavales que cayeron bajo su influjo y se perdieron durante horas entre aquellos muros.
El videojuego que perteneciera a Mister Chip, en un primer momento, y después a Opera Soft, fue una rara avis entre el ecosistema de títulos en aquel momento. No había programas que tuvieran una historia tan elaborada o que te sumergiera en su atmósfera como este. Y aunque no se convirtiera en un superventas, su calidad fue lo que le delató rápidamente como un verdadero hito en la aún corta historia del software español.
Lo que sí que lo encumbró de verdad y lo elevó a la categoría de leyenda fueron los premios que se llevó el juego gracias a la revista Microhobby, que le otorgó los de mejores gráficos y mejor argumento. Por otro lado, Paco Menéndez se llevó el premio al mejor programador.
Este éxito entre los medios de comunicación y la crítica profesional no se tradujo, por desgracia, en unas ventas masivas, por lo que Menéndez se desilusionó y no siguió con la programación de videojuegos. Prefirió centrar sus esfuerzos en otro tipo de proyectos profesionales, aquellos sobre un lenguaje para una arquitectura de ordenador nueva, según contaba en una entrevista realizada por Microhobby en mayo de 1989. Se quejaba por entonces sobre el mundo de los negocios vinculados a los videojuegos, y llegó a decir que “antes programar era un arte, ahora es todo marketing”.
A partir de entonces comenzó la mitificación, tanto en su lado positivo como por el más negativo, ya que todo el mundo sabe a estas alturas que Menéndez falleció en 1999. Esto, teniendo en cuenta los derroteros que toma normalmente el gran público, hizo que todo adquiriese un cariz de leyenda, pues el autor del que era para muchos la gran referencia del software patrio, había sucumbido de una trágica manera. No entraremos aquí en las circunstancias que rodean al suceso, más que nada por respeto.
Lo que sí es una realidad es la trascendencia de La abadía del crimen. El haberse gestado entre solo dos personas y que su factura técnica fuera tan sublime, sería a todas luces lo que le encumbró como todo un prodigio de la programación. Independientemente de la capacidad que el juego tuviera después para enganchar a unos u otros con su peculiar mecánica jugable.
Esto para muchos es el gran hándicap, mientras el programa no fuera capaz de conectar de manera que el jugador se sintiera partícipe desde todas las perspectivas, no podría llegar a la categoría de juego, con todo lo que implica la palabra. Todo esto entronca con la percepción de cada uno, en mi opinión, sobre lo que significa ocio electrónico. Para unos, entre los que me incluyo, no es imprescindible que el videojuego te enfrente a un reto constante, sino que también puede constituir un viaje en el que se puedan sentir sensaciones de muchas maneras. El concepto de lo que divierte o no es muy subjetivo. A una persona le puede parecer el summum de lo divertido un Rainbow Island, y a otras un estilo de videojuego más pausado, donde se incida en otros aspectos menos explotados.
En el mundo de los videojuegos todo está permitido, siempre que, valga la redundancia, el jugador acepte las reglas del juego. La necesidad de estímulos, según la personalidad, es diferente en cada individuo, de ahí que cada cual se vea atrapado por una forma de diversión u otra.
Pienso que La abadía del crimen trascendió la idea de videojuego. Por supuesto que estaba enclavado dentro de esta concepción de ocio electrónico, pero su idiosincrasia lo llevaba por otros derroteros. El concepto que manejaba fue diferente, y a día de hoy lo enclavaría en el término de experiencia jugable. Sé que esto puede levantar susceptibilidades, pero lo digo desde el más profundo de los respetos hacia lo que crearon Menéndez y Delcán.
Sus autores lo sabían, ellos no estaban creando algo normal. Desde el primer día fueron conscientes de que no iba dirigido a todos los públicos, pero en su esperanza creyeron que lo que resultaría de su “experimento” conquistaría a gran parte de los jugadores. Aunque ambos eran unos genios en lo suyo, pecaron de ingenuidad al pensar que todo el mundo aceptaría un videojuego de semejante calibre. La sociedad aún no estaba preparada para este tipo de experiencias.
Todo aquel que lo ha experimentado sabe a lo que me refiero. No es ningún secreto que deambular en la abadía es perderse y, la mayoría del tiempo, no saber qué hacer. A menos que se disponga de un mapa y se conozcan las pistas para resolver las pesquisas, no es muy asequible para el común de los mortales. ¿Su diseño fue creado así intencionadamente? ¿No se supo cómo abordar su jugabilidad? ¿Fue un juego demasiado ambicioso para máquinas con tan poca capacidad y potencia? Habría un gran abanico de respuestas para estas preguntas, pero lo que es obvio es el innegable tesón que se puso en la creación de este gran armazón en el que se convirtió esta, para muchos, obra maestra.
Con independencia de lo que realmente quisieran hacer Menéndez y Delcán, su esfuerzo quedó más que patente. Solo el que se ha adentrado en esos muros y ha conocido lo que guardan, sabe que La abadía del crimen es más que un simple videojuego.
La entrada Vivencias: ¡Bits, para qué os quiero! – ‘La Abadía del Crimen’ se publicó primero en Coliseo Digital.