Revista Opinión

Vivencias de un enclaustrado (12)

Publicado el 13 abril 2020 por Daniel Guerrero Bonet

Iniciamos otra semana (¿cuántas?) de cautiverio, de un encierro que ya soportamos con pocas ganas (¿tuvimos alguna?) y en el que tenemos que hacer esfuerzos por contener la apatía y ocultar la hartura. Estamos a merced de las incertidumbres y la ceguera. No sabemos qué va a pasar ni vemos una salida clara a este túnel. Toleramos, a la fuerza, este confinamiento jamás imaginado como aguantamos la vejez cuando nos llega: porque no hemos podido esquivar ninguna de las dos cosas. Nos caen encima de improviso, sin habernos preparado en la vida para experiencias tan limitantes y angustiosas. Las sentimos como si nos amputaran habilidades y deseos, no sólo movimientos, que transforman nuestro ser y nos agrian el carácter. A estas alturas, ya ni las bromas nos hacen forzar una mueca que parezca una sonrisa, ni los afanes de quienes nos acompañan llaman nuestra atención o nos entretienen. Ni siquiera las actitudes de los demás, como la de los que se dedican a aplaudir todas las tardes a los sanitarios, nos irritan por hipócritas, por aplaudirse a sí mismos para darse ánimos en vez de considerar siempre la dedicación profesional de los que no respetan fuera de estas circunstancias.
Este tiempo congelado incita a recluirnos cada vez más en nosotros mismos, a enclaustrarnos en silencio en nuestra intimidad, aislarnos del entorno y de todos, abstraídos en consumir jornadas siempre semejantes y horas, todas vacías. A dejarnos invadir por el desaliento de si seremos capaces de extraer alguna enseñanza de estos momentos excepcionales y admitir nuestra necesidad de políticas de justicia social, sanidad pública y educación pública para afrontar, como colectividad, embates para los que individualmente somos vulnerables, sobre todo si no somos pudientes. Si, en estos tiempos líquidos y turbios, sabremos reconocer que nuestros sentimientos morales se han corrompido, como diría Tony Judt, al volvernos insensibles a los costes humanos que están teniendo elecciones políticas que creemos racionales, pero que anteponen el capital a las personas. O si cambiaremos nuestro desquiciado estilo de vida, enfocado al consumismo, el materialismo y las máquinas, que nos aleja cada vez más de la naturaleza y de los demás seres humanos, como advirtiera hace tiempo Jürgen Habermas. No podemos evitar que, con tanta soledad y abatimiento, descubramos el monstruo que llevamos dentro y perdamos la esperanza en nosotros mismos y en un futuro sin tinieblas. Y nos da miedo.   

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