Me sorprende, por la situación de excepcionalidad que padecemos, pero no me desagrada celebrar el Día del Libro confinado en mi domicilio. Seguramente, no exista mejor oportunidad que ésta para rendir homenaje al libro que leyendo, aprovechando el tiempo ilímitado que disponemos, sin que nos reclamen otras urgencias cotidianas, enfrascados en la lectura de aquellas obras que reposaban silentes en los anaqueles de nuestras bibliotecas, esperando ser abiertas y recorridas por la mirada pausada y atenta de un lector que no va a ser interrumpido en su deleite. Algo bueno tenía que traer este cautiverio. Y es brindarnos la ocasión de conmemorar un Día del Libro absortos en unas páginas que nos transportan a otros mundos y otras épocas, nos hacen vivir aventuras inimaginables, nos permiten ampliar conocimientos que nos enriquecen, nos abren el espíritu a estadios de sensibilidad y belleza de indescriptible lirismo o, simplemente, nos divierten y entretienen con curiosidades y anécdotas interesantes.
Tampoco es que necesitemos un día expresamente para leer. Pero a los que carecen del hábito saludable de la lectura, la celebración de un Día dedicado al libro les puede incitar a adquirir o abrir un libro y experimentar el privilegiado placer que se disfruta con la lectura, un acto, como hablar, que distingue al ser humano sobre el resto de los animales y que le posibilita compartir vivencias y saberes, no sólo con sus coetáneos, sino con personas de cualquier tiempo y lugar. Por eso, hoy, no me desagrada estar enclaustrado si puedo sentirme libre gracias al libro que sostienen mis manos, sin necesidad de celebrar ningún día. Pero, si encima es el Día del Libro, mejor todavía.