Llegó a su casa alrededor de las ocho, encendió el televisor y se puso a ver un partido de su equipo favorito, que había grabado meses antes, con la intención de distraerse con algo y mantener la mente ocupada en cosas más agradables. Pero fue en balde, Guillermo no podía quitarse a Ana de la cabeza. Mañana, sin falta, tenía que morir. Y, para colmo, aún no había pensado en cómo ejecutaría su primer asesinato. Sí, porque era consciente de que vendrían más. Apagó el televisor, total, ya sabía el resultado: el Sporting resultó derrotado en ese encuentro, así que no valía la pena seguir torturándose, con un problema tenía suficiente. Bueno, no es que el fútbol fuera un problema, al menos si lo comparamos con una vida humana, se dijo.
Cuando el reloj alcanzó las nueve menos cuarto de la noche se hizo un bocadillo, pese a tener el estómago cerrado y salió a la calle, necesitaba aire fresco para pensar. ¿Cuál sería el método? Sobre todo, pensó, tenía que aniquilarla de manera que “pareciera un accidente” y sin levantar sospechas, algo que no era nada fácil. A Ana solo la veía en los juzgados, donde, por norma general, estaba atestado de gente. Es más, en la oficina donde trabajaba, tenía tres compañeros más: Marga, Eva, y Juan Carlos, así que descartó hacerlo con arma de fuego, el ruido sería demasiado descarado. ¿Arma blanca? Sí, podría ser una opción, si no fuera porque la sangre es muy escandalosa, por lo que no pasaría desapercibida. De repente, recordó la novela que le había regalado, Estela, “Sangre y corazón” e intentó hacer memoria. No, no servía, allí el homicidio se producía a navajazos. ¿Y en sus anteriores novelas? Sí, quizás allí encontraba algo. Volvió a su casa, encendió el portátil, y se fue a la web de amazon, donde buscó “Y el vino se derramó” y “Detrás de las sombras”. Las adquirió en formato ebook y, sin pérdida de tiempo, se puso a leer.
Leyó las dos novelas en un suspiro, la verdad es que eran bastante amenas, de fácil lectura, y no muy extensas, se dijo que las recomendaría a sus amigos. Pero, por desgracia, no le había aportado ningún tipo de solución. El único método discreto, por llamarlo de alguna forma, era un asesinato en “Detrás de las sombras” que se ejecutaba con veneno. “Claro” —dijo mentalmente—. Seguro que hoy en día puedo adquirir cicuta, arsénico, o algo similar sin que nadie pregunte.
Sin saber muy bien porqué, quizás porque se hallaba pensando en líquidos letales, le vino a la mente el mata ratas. Es más, visualizó la muerte de Ana como si estuviera viéndola en el cine. La invitaría a un café, que iría a buscar él mismo evidentemente, y, con disimulo, pondría una cantidad de líquido mata ratas suficiente para que fuera letal. “No, Guillermo, un momento, —Su mente funcionaba a marchas forzadas, y se obligó a poner freno—, si tú le sirves el café envenenado, enseguida irán a por ti y no podrás continuar con la lista”. Sí, tenía que pensar en ella, de la lista dependían su familia y amigos.
A la mañana siguiente, una vez realizado el ritual matutino, se dirigió a la cocina, cogió el insecticida y lo metió dentro de su maletín. Salió a la calle y se dirigió al bufete donde estaba hermano, Alfonso, ya había llegado. Miró su reloj y vio que eran las ocho y media.
—¿Hace mucho que has llegado?
—Una media hora, más o menos.
—¿A las ocho estabas aquí? —Guillermo miró a su hermano con cara de sorpresa—. ¿Te has caído de la cama o qué?
—No, para nada, tenía que arreglar unos asuntos y he preferido venir antes. ¿Y tú qué?
—¿Yo? —¡A qué venía esa pregunta! Sin poder evitarlo, comenzó a ponerse nervioso—. ¿Qué pasa conmigo?
—Eso me gustaría saber a mí, estás muy raro, y Ana piensa lo mismo.
—¿Qué sabrá Ana de lo que me pasa o no?
—Puede que Ana no, pero yo soy tu hermano. —Comentó, Alfonso, buscando la mirada evasiva de Guillermo.
—Vale, lo pillo, veo que ahora no tienes ganas de conversación. Pero ya hablaremos tú y yo, tenlo por seguro. Me voy a mi despacho, si me necesitas, ya sabes.
“Madre mía, si tú supieras, —dijo para sus adentros—, claro que te necesito, hermano, y, en estos momentos, más que nunca. Seguro que me ayudarías a encontrar una solución, a evitar que esté a punto de cometer la mayor de las locuras, pero debo mantener la boca sellada. Solo espero que algún día puedas perdonarme”.
Dos horas después, llegó al juzgado, decidido a quitarse a Ana de en medio. Pero se llevó la mayor de las sorpresas cuando Juan Carlos le informó que su compañera se había cogido el día libre, eso no estaba en sus planes. ¿Y ahora qué? Oyó la melodía del móvil, lo sacó del bolsillo del pantalón y se percató de que quién llamaba era “El Balas”. Se dijo que lo mejor sería cogerlo, por lo que pudiera pasar.
—¿Cómo lo llevas, abogado? —A Guillermo le podían los nervios cada vez que escuchaba a ese canalla—. ¿Tenemos alguna muerte? Recuerda que para la primera el plazo acaba en quince minutos.
—¿Perdón? —Le cogieron todos los males habidos y por haber—. ¿Qué acabas de decir?
—Que si, en ahora doce minutos, no me entero que has aniquilado a alguno de la nómina que te entregué, tendrás noticias mías. —Y, sin más, colgó, dejando a Guillermo hecho mierda.
Tal era el convencimiento de matar a Ana que ahora no sabía qué hacer. ¿Y si en realidad todo era un mal sueño? O, tal vez, “El Balas”, solo estaba jugando con él, poniéndole a prueba, quizás tampoco pretendía matar a nadie. De repente, se puso más nervioso de lo que estaba, porque, sí, a lo mejor solo era un macabro entretenimiento, pero a lo mejor no. ¿Y si resultaba que ejecutaba de la misma forma que él había pensado? El primer nombre que salía en esa lista, era Alfonso. No, seguro que ese capullo alargaría la partida, no era factible aniquilar a su hermano el primero. Miró el reloj, percatándose de que habían pasado más de quince minutos, así que solo cabía rezar a todos los santos.
Pasaron las horas y Guillermo no recibió noticia alguna, por lo que pensó que su pensamiento se confirmaba: todo había sido una trampa. Respiró más tranquilo, no tuvo necesidad de matar a nadie y, ese cerdo, tampoco había asesinado a nadie. Menos mal, se dijo, que Ana no había acudido a los juzgados, menuda papeleta hubiera sido.
Cayó la noche, así que se fue a su casa, donde durmió a pierna suelta toda la noche. No recordaba un sueño tan profundo desde hacía tiempo, y, la verdad, le sentó estupendamente. El amanecer ya le enseñaría que el mejor de los sueños puede convertirse en la mayor de las pesadillas.
Morfeo cayó sobre él tan profundamente que se despertó casi a las diez. Menos mal que no tenía ningún compromiso importante, se dijo. Se tomó un café rápidamente y marchó al bufete. Ana y Alfonso estaban en la entrada, presumió que hablando sobre el juicio de cláusulas que tenía Ana ese día. Otro más, ¿cuántos habrían llevado ya entre los tres? Y, al parecer, la cosa iba a más.
El teléfono de la centralita sonó y Alfonso fue a cogerlo. Cuando colgó, su rostro era blanco como la cal.
—¿Qué pasa? —Ana, viendo el rostro de su socio, perdió la calma que la caracterizaba—. ¿Alguna desgracia?
—Sí, Ana, sí. Guillermo, era Estela. Aún no se sabe quién, ni cómo ha sido, lo están investigando, pero han matado a Dani.
Guillermo no dijo nada, se limitó a dar media vuelta y dirigirse a su despacho. Él sí sabía muy bien quién había sido, porque a Dani lo había matado él.
CONTINUARÁ.