Revista Opinión

Vivencias Judiciales-“Una Difícil Decisión”. Capítulo Uno.

Publicado el 21 septiembre 2018 por Carlosgu82

Aquí tenéis todos los capítulos juntos de “Vivencias Judiciales-Una difícil decisión” compartidos hasta el momento. Muy pronto, tendréis ya el desenlace de esta historia. Espero que esté siendo de vuestro agrado.

Por otro lado, no olvidéis que, para mí, me es de mucha ayuda, así que os agradecería que al finalizar su lectura lo valoréis en las estrellas que encontraréis al acabar el relato y lo compartáis en vuestras redes sociales.

Ahora, solo me queda agradeceros vuestra visita y desearos una feliz lectura.

Vivencias Judiciales-“Una Difícil Decisión”. Capítulo Uno.

VIVENCIAS JUDICIALES-“UNA DIFÍCIL DECISIÓN”. Todos los capítulos juntos, hasta el momento.

—Eso no es buena idea, letrado —“El Balas” miró a Guillermo en tono amenazante, al ver que éste hacía además de descolgar el teléfono—. Además, ¿qué problema hay?

El caso, es que —pensó Guillermo—, no había un problema, sino cientos de ellos. Es más, “El Balas”, cuyo verdadero nombre era: Ramón Arias Pinto, era un problema por sí mismo. Ya le había advertido a su socio y hermano, Alfonso, que no podían coger más casos de ese hombre, era un caso perdido. Pero, no lo podía evitar, Alfonso era el “hermanito de la caridad” del bufete. A él eso no le importaba, si no fuera porque, una vez aceptado el cliente también por parte de Ana, todos los casos relacionados con ese hombre, se le asignaban a él. “Desde luego, eso es amor fraternal, y lo demás gilipolleces” —Se dijo, Guillermo, mientras contemplaba a “El Balas”—. Para ser sinceros, si de otra persona se tratara, sería un orgullo esa confianza, por no decir que el hecho de que un cliente te diga: “no quiero a otro abogado, le quiero a usted”, era para estar satisfecho. No era el caso; gracias a “El Balas” se recibían minutas desorbitadas, además, pagaba religiosamente,  y eso hacía que se creyera con derecho a llevar la voz cantante. El problema era que, por lo que se veía, lo estaba consiguiendo.

—A estas alturas —continuó—, tendrías que saber ya que no acepto una negativa, ¿o no te lo ha dicho tu hermano? Debería hacer más caso a la familia —prosiguió con tono… ¿amenazante? Además, es tu hermano mayor, ¿no? Hay que ser obediente… —Una risa entre tenebrosa y sarcástica hizo temblar las paredes.

Guillermo no entendía la terquedad de ese hombre. ¿Sería verdad lo que le comentaron de él? “El Balas”, según le refirió en su día, Nacho, del colegio de abogados, sufría un batiburrillo de enfermedades mentales fruto de su estrecha relación amorosa con las drogas, el alcohol, y todos los sucedáneos de éstos. Una de ellas era la manía persecutoria y enfermiza que podía desarrollar por algo o alguien, y que le hacían un individuo muy, pero que muy peligroso. Viendo sus gestos y escuchando sus palabras, no pudo por menos que observar que tenía todo el vello erizado: le había cogido manía a él.

—Muy bien, veo que poco a poco nos vamos a entender —siguió, “El Balas”, viendo que Guillermo dejaba el auricular en el lugar que correspondía—. Si al fin y al cabo hablamos el mismo idioma tú y yo. No te veo lo suficientemente calmado, pero creo que puedo que comenzar a contarte el motivo por el cual estoy aquí.

La verdad es que, a diferencia de las anteriores entrevistas, ese hombre mostraba una pose enigmática que no le había visto nunca. En el expediente que constaba en el bufete había casos de prácticamente toda índole: robos, estafas, amenazas, peleas…”El Balas” era como un grifo que gotea y que no hay forma de que pare. Pensándolo bien, ¿de verdad quería deshacerse de él?  Era un grifo que goteaba problemas, pero, por otra parte, una fuente rebosante de ingresos: “El Balas” era una especie de “Midas”. “Para, Guillermo, para…a ver si se te va a ir a ti también la cabeza” —Se dijo.

—¿Te importaría pedir a tu secretaria que me traiga un vaso de agua? —Lo miró fijamente a los ojos—. Ah, y para ti pide algo más fuerte, lo va a necesitar. Espera, no, a ver si se te va a ocurrir hacer alguna tontería. —Abrió una carpeta que había llevado consigo, sacó unos papeles y los puso sobre la mesa—. Te veo muy callado, y eso que se dice de ti que eres bastante locuaz. Conmigo esa característica tuya no se ha dado nunca, una lástima. Sí, se oye que Alfonso es el serio y tú el dicharachero. No sé, me da que con un chiste de tu hermano me reiría más. Disculpa, era por romper un poco el hielo, aunque te veo más helado si cabe. Bueno, a lo que vamos, y tranquilo que ya no te molestaré más. Ni a ti, ni a este despacho, éste será el último caso que me lleves. Además, es muy fácil, solo se trata de saldar cuentas. —Y mientras pronunciaba las últimas palabras, le entregó las hojas que anteriormente había sacado de la carpeta.

Guillermo echó un vistazo a los papeles,  “¿qué demonios? —Se dijo para sí—. En ellos constaba una serie de nombres que él conocía muy bien: personas que, en su día, habían presentado sendas denuncias o demandas contra el hombre que tenía frente a él, pero, también, un listado donde constaban jueces, fiscales y abogados. Fue inevitable el mirar esa nómina y comprobar si su nombre estaba en ella, así como el de su hermano. No, ni ellos, ni su otra socia, Ana, estaban en la lista.

—Veo que hoy no estás con humor para hablar —Encendió un cigarro y le dio una profunda calada—. Sí, lo sé, está prohibido. Pero, qué quieres, para lo que me queda me da igual.

—¿Para lo que te queda? ¿Qué quieres decir?

—¡Hombre, por fin, mi abogado tiene voz? Muy fácil, Guillermo, estoy enfermo. Ya sabes, el ritmo de vida que he llevado me ha pasado factura. Según los médicos, como mucho me quedan un par de meses de vida. No lo parece, ¿verdad? Te aseguro que no es ninguna treta, cuando quieras puedes comprobarlo.

—¿Y qué tiene que ver esta lista con tu enfermedad? —Guillermo no pudo por menos que sentirse más aliviado. Ni que decir tiene que no era tan cabrón como para desear la muerte a nadie, pero, qué demonios, con “El Balas” fuera de combate, se sentiría más tranquilo.

—Como te decía, me estoy muriendo, y, por si no te has dado cuenta, ahí están los nombres de toda esa gente que me la ha jugado o lo han intentado. Simplemente, quiero que te encargues, dado que yo debo saldar cuentas por otro lado antes de irme de este mundo, de esa lista por mí.  Dadas las circunstancias, Guillermo, no hay tiempo que perder.

Por mucho que se estrujara el cerebro, no podía imaginar que pretendía con todo esto. Su cliente comentaba que eran una serie de personas que le habían jugado una mala pasada, pero no podía alcanzar a comprender qué tenía que ver él en todo esto. Lo más sensato, se dijo, sería preguntar aunque, y no sabía por qué, le asustara la respuesta.

—¿Y qué se supone que debo hacer?

—Vaya, a buenas horas comenzamos a llevarnos bien tú y yo. Una lástima, la verdad, seguro que seríamos grandes amigos. —Guillermo no compartía esa opinión, pero se guardó muy bien de expresarla en voz alta—. Es muy fácil, —Se levantó, acercó su mirada a los ojos de Guillermo, y puso voz de misterio—, quiero que los mates…

Sin lugar a dudas, aparte de enfermo, estaba totalmente mal de la azotea. Vamos, orate perdido. Miró a, “El Balas”, que después de soltar ese cañonazo, se había vuelto a sentar, mostrando una pose de lo más tranquila y relajada.

—Creí que tu reacción sería otra. No sé, que pegarías un grito, que llamarías a tu hermano para entre los dos echarme a patadas…Menuda decepción. Pero bueno, mucho mejor así, ya sabes que jamás acepto una negativa y no iba a hacer una excepción.

—No puedo hacer lo que me pides —Guillermo era lo bastante cabal como para saber que era una frase peligrosa a oídos de ese sujeto—. Tendrías que saberlo.

—Sí, lo sé, pero como que me da igual. —“El Balas” volvió a fijar sus ojos en él—. El modo que utilices para quitártelos de en medio. Perdón, hablemos con propiedad, quitármelos de en medio me da igual, hazlo. —Se levantó, cerró la carpeta que había llevado consigo, y extendió la mano hacia Guillermo a modo de despedida, pero éste le rechazó.

—Está bien, te perdono los malos modos. —Se dirigió hacia la puerta, la abrió y, antes de salir, se volvió para decir sus últimas palabras—. Volveré en unas semanas para ver cómo va mi caso, que debe ser totalmente confidencial entre tú yo, ni se te ocurra jugármela. Espero que, por ese entonces, ya estés trabajando en él. No olvides que, del mismo modo que tú tienes una lista, yo tengo otra,  y nombres como el de tu hermano están en ella.

Y, sin más, Guillermo se quedó solo, sin más compañía que esa lista y el pensamiento de que, si no atendía a la locura de ese hombre, Alfonso corría peligro. ¿Qué hacer? ¿No hacer nada? ¿Volverse un sicario para que a su hermano no le pasara nada? A sabiendas de que se ponía él en peligro, y ponía en peligro a sus allegados, ¿contarlo a alguien? De momento, se dijo, la única opción era salir de allí dentro y tomar el aire. Así que se fue al cuarto de baño, se tiró agua en la cara, para que se notara lo menos posible su estado de ánimo, y se dirigió al bar donde había quedado con su amigo, Dani.  Ya pensaría, en otro momento, qué tenía que hacer.

Abrió el cajón que se encontraba a la izquierda de la mesa, sacó la cartera, se levantó y se dirigió a la puerta, con las últimas palabras de “El Balas” martilleando en su cabeza. Al salir, se encontró con Ana, la cual al verle no pudo evitar pararle y preguntar.

—¿Estás bien, Guillermo? Te veo desencajado. ¿Es por el juicio de hoy? —Miró a su socia con aire interrogativo, no recordaba tener ninguna vista—. Sí, hombre, la vista que tienes en media hora en el 2, lo del italiano. Creí que era una cosa sencilla. ¿O es otra cosa que te preocupa? ¿Puedo ayudarte?

A tenor del desarrollo de la anterior entrevista lo había olvidado por completo y, la verdad, no estaba en las mejores condiciones para personarse en una sala de vistas por muy simple que fuera el caso.

—Sí, tranquila; no me pasa nada, pero, ¿te importaría ir en mi lugar? No tengo el cuerpo hoy para juicios. Ya te digo, no es nada, solo necesito salir a que me dé el aire. He quedado con Dani. Un café y volveré como nuevo, ya verás.

—¿Y qué tal un café y el resto de día libre? No, mejor aún, una tila, que el café en las condiciones que te veo puede ser una bomba, y el resto del día libre. ¿Dónde tienes el expediente? No me gustaría llegar tarde, ya sabes cómo es el juez del 2.

—Sí, lo sé, más puntual que un cambio de guardia inglés. —Guillermo, pese a la tensión, esbozó un amago de sonrisa—. Gracias, Ana, de verdad, ya te sustituiré yo otro día. Un momento, que voy a por él. —Y, a los cinco minutos, su socia tenía el expediente en sus manos—. Siento que también te toque el marrón de disculparte ante mi cliente.

—Creo que preferirá tener a alguien con los cinco sentidos en la sala de vistas, por eso no te preocupes. Aunque, siendo sincera, me dejas un poco… ¿Seguro que no te pasa nada?

—Seguro, Ana, de verdad. Será algo que me sentó mal en la cena que tuve ayer.  Los restaurantes, a veces, es lo que tienen.

—Pues nada, si es así, me alegro. Oye, que me voy, a ver si encima llego tarde. —Se colgó el bolso en el hombro y se dirigió a la puerta—. Ah, y procura que no te encuentre aquí a la vuelta, ¿estamos? Ya revisaré tu agenda y nos encargaremos tu hermano y yo. ¿Tenías algo más hoy, aparte de este juicio?

—Creo que no, Ana. Pero, sinceramente, ni me acordaba del italiano, así que, vete a saber. De acuerdo, te haré caso. Me gustaría pedirte un último favor, a mi hermano no le comentes nada de todo esto. Quiero decir, que me has visto así.

—Y el motivo por el cual debo callar se debe a… —Dijo Ana, animándole a continuar—. ¿Por qué no quieres que lo sepa, Alfonso? Total, si solo es algo que te sentó mal. —Las últimas palabras fueron en tono, “sé que algo anda mal y no me lo estás contando”—. Está bien, tranquilo, no le digo nada a tu hermano. Pero tú y yo ya hablaremos, eso tenlo por seguro.

Vio como Ana salía a la calle y se quedó unos minutos meditando antes de él abrir también la puerta y encaminarse al bar donde ya, imaginó, estaría Dani esperándole. Sí, sabía que a su socia no podía tomarle el pelo. Ella intuía que le pasaba algo, como así era, y no habría forma humana de hacerle ver lo contrario. Pero debía mantener la boca cerrada, si, según palabras de ese capullo, Alfonso estaba nominado, lo más probable es que Ana fuera candidata también. Y, si indagaba más en su cerebro, imagina nombres como el de Dani, como otros compañeros de la abogacía: Fernando, Carlos, Alberto…procuradoras, imaginaba en la lista a: Julia, Begoña, Montse…así como, quizás,  funcionarias del juzgado, policías…Bueno, a lo mejor esos últimos nombres estaban en la nómina que tenía él en su poder, más que en la lista que le dijo “El Balas” que tenía. Recordó que no la había mirado con detenimiento, y se dijo que al volver, sería lo primero que haría.

Salió a la calle y se encaminó al bar, donde divisó a Dani en la terraza, tomándose ya su café. Al igual que el juicio, pensó, igual tenía que haberle llamado para decirle que no le apetecía ir a tomar nada, no tenía cuerpo, pero ya era tarde.

—Hombre, ya era hora. —Dani dio un sorbo a su café, y prosiguió—. No tengo ya mucho tiempo, ¿no habíamos quedado a las once?

—Si te soy sincero, no me acuerdo. —Fue la respuesta dada por Guillermo—. Siento que hayas tenido que esperar. —En ese momento hizo acto de presencia el camarero a quién, a consejos de Ana, le pidió una tila, dejando a Dani con los ojos abiertos y, también, al propio camarero—. ¿Qué pasa?

—Nada, es que no es normal que me pidas eso. —Sentenció el camarero—. Es más, si hago ejercicio de memoria, creo que no lo has pedido nunca, al menos en mi establecimiento.

—Yo tampoco te he visto beber tila nunca. —Comentó, Dani—. ¿Ha sucedido algo?

—No, nada destacable, ¿es que hay algún problema por pedir té? —Preguntó, mirando al camarero.

—Está bien, —dijo éste a modo de respuesta—, y tú, Dani, ¿te traigo algo más?

—No, gracias, estoy bien así.

—¿Sigues en fiscalía? —Guillermo decidió, antes de que su amigo le sometiera a un tercer grado, hacer él el interrogatorio-

—Sí, pero hoy ya termino, mañana ya toca ir a hacer una formación al Penal que, por cierto, aún tengo que acabar de prepararla. ¿Sabes? La gente se piensa, o al menos una parte, que mi trabajo consiste en ir de oficina en oficina explicando cómo funcionan las cosas y ya está. Si supieran…

—Ya, es lo que me pasa a mí; se piensan que es ir a los juicios y ya está. Bueno, ni tú ni yo arreglaremos el mundo, Dani, así que.

—Tienes razón, hay personas que no tienen remedio. —El camarero llegó con la consumición de Guillermo—. Qué se le va ha hacer—. En ese momento llegaba, Estela, quién trabajaba en el juzgado 2.

—¿Ya ha terminado el juicio? —No pudo por menos que preguntar, Guillermo, recordando que su compañera estaba allí—. ¿Cómo ha ido?

—Bueno, ya sabes cómo son estas cosas, —Estela se acercó a la mesa—, Ana ha expuesto sus motivos, Carmen los suyos, y, luego, visto para sentencia. ¿Y tú, qué tal? Me ha comentado, Ana, que no has venido tú porque no te encontrabas bien. —Miró la taza y prosiguió—. ¿Bebiendo té? Madre…desde luego aquí pasa algo. A ver, ¿qué le has hecho? —Preguntó a Dani con una sonrisa, intentando poner un toque de humor, dada la seriedad de alguien que, por norma general, era la definición de la alegría.

—¿Yo? Te aseguro que nada. Aunque llevas razón, —prosiguió mirando a su amigo—, algo le pasa.

—¡Pero qué manía todos, joder! —Tanto Estela como Dani se quedaron boquiabiertos, Guillermo no actuaba como de costumbre—. ¡Que no me pasa nada, ostias! —Y, con esas, se levantó y se marchó sin más explicaciones, dejando la tila prácticamente sin consumir.

—Yo también tengo que marcharme, me esperan en fiscalía. —Dani se levantó para dirigirse al interior del bar—. Aprovecha la mesa, Estela, si quieres.

—No sé qué decirte, igual está abducida por Satán. Bah, qué más da, correré el riesgo. Aunque, por si acaso, si no te importa, me sentaré en tu silla.

—¿Qué? ¿Supersticiosa, acaso? —Dani entregó el importe del café al camarero, dado que salía a servir otra mesa en ese instante.

—No, Dani, para nada, solo previsora.

—Eso está bien. Hasta luego.

—Hasta luego.

Guillermo llegó a su casa media hora después, se quitó la ropa de batalla, se puso cómodo, y se sentó frente al televisor. Comenzó a jugar con el mando a distancia, yendo de canal en canal, sin ningún resultado que fuera de su agrado. “Vaya mierda de programación”, se dijo. Se preguntó porqué le haría caso a Ana y decidió que lo mejor era regresar al bufete. Vale, no tenía su mejor día, y motivos había para ello. Pero, estar ahí, entre esas cuatro paredes, pese a solo llevar diez minutos, se le estaba haciendo insoportable. Se acordó también de los malos modos que había usado con Dani y con Estela, ninguno de los dos lo merecían, y se sintió culpable. Envió un washap a su amigo, disculpándose de la mejor manera que pudo, y se dijo que ya haría lo propio con Estela en cuanto tuviera ocasión, no podía actuar de la misma manera que con su amigo, no tenía su teléfono. Además, también quería regresar a su oficina porque necesitaba ver con exactitud los nombres que “El Balas” le había entregado en esa lista. Vio unos nombres de pasada, pero no todos, y era bastante extensa. ¿Pero qué pretendía ese hijo de la gran puta?

Al llegar, se encontró a su hermano en recepción hablando con Juana, otra compañera del despacho. Alfonso, al verle entrar, le preguntó.

—¿Qué haces aquí? Ana me dijo que no te encontrabas bien y que te tomabas el resto del día libre. Incluso me comentó que había ido ella al tema del italiano.

—En efecto, pero ya estoy mucho mejor. Ahora, si no te importa, tengo mucho trabajo atrasado.

Alfonso miró a su hermano mientras éste se dirigía a su despacho y pensó: “a mí no me engañas”. Pero, de momento, lo dejó como estaba, ya tendría tiempo de ejercer de hermano mayor.

Guillermo se dirigió a su mesa y abrió el cajón, el cual se encontraba religiosamente cerrado, sacó la lista y volvió a leerla. Pudo comprobar que todos los jueces que habían llevado casos de ese mal nacido estaban allí: Victoria, Carlos, Fernando, Tomeu.  Incluso los que en algún momento ejercieron de sustitutos, o que habían estado anteriormente en el puesto de llevar toga con puñetas estaban ahí, como Clara, Loreto, o Dani. Lo mismo pasaba con los fiscales, vio nombres de fiscales que hacía años que se habían marchado a otros destinos, pero, al parecer, también debía aniquilarlos. A ver, quién más, se preguntó, volviendo a fijar la vista en el papel: algunos funcionarios y funcionarias. No entendía esos últimos nombres, al fin y al cabo solo eran unos meros tramitadores sin capacidad de decisión, pero ahí estaban: Nuri, José Antonio, Mercé, Estela, Isa, Reyes, Ana, Elena…” ¿De verdad, Guillermo, te lo estás planteando? —Se preguntó a sí mismo—. ¿De verdad vas a caer en las fauces de ese monstruo?

Oyó pasos que se acercaban y volvió a esconder rápidamente la lista en el cajón. Alfonso entró y se dirigió a la estantería, repleta de códigos y leyes de todo tipo.

—Disculpa, necesito unos libros, enseguida me marchó. —Su hermano cogió unos volúmenes y se marchó.

En ese preciso instante, Guillermo halló la respuesta. Ninguna de las vidas que constaban en esa lista tenía el inmenso valor que para él tenía la vida de su hermano. Así que, por mucho que le doliera, tomó la determinación,  con lágrimas en los ojos,  de volverse un asesino.

Alfonso fue a su despacho y dejó los libros sobre la mesa, tenía que ir a hablar con Ana, a su hermano le preocupaba algo y ella a lo mejor sabía el qué. Podría habérselo preguntado a él mismo, pero conocía a Guillermo, como suele decirse, como si lo hubiera parido, y no le contaría nada. Tocó a la puerta de la oficina de su socia y abrió sin más, encontrándola con unos clientes, por lo que le pidió disculpas gesticulando, al mismo tiempo que le daba a entender que quería que se pasara por su despacho. Ana hizo señas de que así lo haría.

Mientras tanto, Guillermo, después de la decisión que había tomado, volvió a coger la lista entre sus manos. No sabía por dónde empezar o, mejor dicho, por quién ni cómo. Desconocía el manejo de las armas de fuego, y tampoco se veía empuñando un arma blanca. ¿Tendría la sangre fría de usar veneno? Tenía un buen dilema. Reconoció que algunos jueces, así como fiscales que estaban en la lista, dictaron resoluciones que le habían perjudicado, pero, de ahí a matarlos era otra cosa. La justicia, se dijo Guillermo, te da, por ejemplo, la opción de los recursos. Además, matando al juez, ¿qué se arregla? Quizás debería reunirse con, “El Balas”, e intentar disuadirlo  o, también, cabía la posibilidad de pasar de todo y pedir ayuda, pero recordó el tono y la mirada de ese cabrón al decir: “no hables con nadie”, y desistió al punto de esa opción.

Ana entró en la oficina de su socio y, sin más preámbulos, manifestó:

—No, Alfonso, no tengo ni la más remota idea de qué le sucede a tu hermano”. Lo único que sé es que me contó que se encontraba mal por una cena en mal estado; no me lo creí, claro está. Pero, algo le pasa, en caso contrario no me hubiera pedido a mí ir a su juicio. —Alfonso miró a Ana sin comprender—. Me refiero a un juicio que tenía en el número dos, algo sobre un italiano.

—Ah, ya, creo que sé cuál me dices.  —Alfonso cogió un bolígrafo y se puso a juguetear con él—. Si es el que yo pienso, anda que no ha dado vueltas. Y, ¿cómo se ha tomado el cliente que mi hermano no se haya presentado?

—¿La clienta? Pues, la verdad, no ha comentado nada.

—Y, ¿tenemos sentencia?

—No he comprobado las notificaciones todavía, pero imagino que sí. A ver, Alfonso, que es el Juzgado de Carlos, raro sería que la resolución no estuviera ya.

—Bueno, volviendo a Guillermo, así que no sabes qué le pasa. Hablaré con él a ver si a mí me lo cuenta. Gracias, Ana. Por cierto, ¿con quién estabas hablando antes?

—Son dos empleados de una empresa de bisutería que quebró hace casi un año. Al parecer aún les deben dinero, ya sabes.

—Pues si quebró, no sé qué esperan cobrar.

—Dicen que da igual quién o quienes se hagan cargo, pero dicen que el dinero es suyo. Si no te importa, voy a echar un vistazo a toda la documentación que me han traído. Además, mañana tengo otra vista de cláusulas suelo, tendré que repasar. ¿Sabes? A veces me da la impresión de que estoy preparando un examen y que estoy a punto de ponerme delante de un profesor.

—Si lo miras bien, —Alfonso dejó el bolígrafo en la mesa—, en cierto modo es así. De acuerdo, Ana, gracias por todo.

—A ti, y mantenme al tanto del asunto de tu hermano. La verdad, es que conociéndole, me tiene preocupada—. Y, sin más, abandonó el despacho.

Tres días después, Guillermo se encontraba en la puerta del nuevo edificio judicial esperando a que llegara la comitiva del Juzgado de lo Social, para la celebración de las vistas de ese ámbito jurídico. Tuvo la tentación de volver a pedirle a Ana que le sustituyera, no estaba de humor, pero, al final, desistió de la idea.

Decidió que lo mejor sería esperar dentro, pero cuando iba a entrar, oyó una voz a su espalda que le hizo estremecer. Era su mayor pesadilla en los últimos tiempos, “El Balas”, y deseó tener el don de la invisibilidad, o tener a mano una máquina del tiempo.

—Buenos días, Guillermo, ¿qué tal estamos hoy? Yo no muy bien, la verdad. —Dijo, sin darle oportunidad de dar respuesta—. Es más, si viera alguna noticia de alguna muerte, o alguna esquela en prensa, estaría mucho mejor. Tú ya me entiendes. —Miró a Guillermo de manera fulminante—. Igual tendré que tomar medidas.

—¿A qué te refieres? —El juez del social, que llegaba en ese mismo instante, les dio los buenos días y entró en el edificio—. ¿A qué medidas te refieres?

—Te lo puedes figurar. De todos modos, te doy dos días. Si en dos días, no has matado a nadie, atente a las consecuencias.

Y, sin más, marchó, dejando a Guillermo hecho una auténtica mierda. Pero sus clientes no tenían culpa, así que respiró hondo, contó hasta diez, y entró. Ya tendría tiempo, después del juicio, de pensar seriamente en esa amenaza y obrar en consecuencia.

Al acabar el juicio, se despidió de sus clientes y se marchó a su despacho. Abrió el cajón de la mesa y volvió a sacar esa maldita lista. La miró de nuevo, y volvió a preguntarse por dónde empezar. Después de cavilar mucho, pensó que lo más sensato sería hacerlo por el principio e ir tachando nombres a medida que fuera quitándoselos de en medio. Si seguía posponiendo esa macabra tarea, sabía seguro que “El Balas” cumpliría su amenaza, y no estaba dispuesto a que así fuera.

Volvió a coger el papel, y vio que la primera persona que constaba en ella era Ana, y que ese cerdo le indicaba que se trataba de la funcionaria del Juzgado nº 1. ¿Qué había hecho para que deseara su muerte?, se preguntó. Bien, se dijo que mejor no pensar en ello, y sí en cómo quitarla de en medio. Lo sintió mucho, le tenía mucho aprecio, pero su familia y amigos dependían de él. Así que no tenía más remedio, hubiera o no motivos, Ana tenía que morir.

Llegó a su casa alrededor de las ocho, encendió el televisor y se puso a ver un partido de su equipo favorito, que había grabado meses antes, con la intención de distraerse con algo y mantener la mente ocupada en cosas más agradables. Pero fue en balde, Guillermo no podía quitarse a Ana de la cabeza. Mañana, sin falta, tenía que morir. Y, para colmo, aún no había pensado en cómo ejecutaría su primer asesinato. Sí, porque era consciente de que vendrían más. Apagó el televisor, total, ya sabía el resultado: el Sporting resultó derrotado en ese encuentro, así que no valía la pena seguir torturándose, con un problema tenía suficiente. Bueno, no es que el fútbol fuera un problema, al menos si lo comparamos con una vida humana, se dijo.

Cuando el reloj alcanzó las nueve menos cuarto de la noche se hizo un bocadillo, pese a tener el estómago cerrado y salió a la calle, necesitaba aire fresco para pensar. ¿Cuál sería el método? Sobre todo, pensó, tenía que aniquilarla de manera que “pareciera un accidente” y sin levantar sospechas, algo que no era nada fácil. A Ana solo la veía en los juzgados, donde, por norma general, estaba atestado de gente. Es más, en la oficina donde trabajaba, tenía tres compañeros más: Marga, Eva, y Juan Carlos, así que descartó hacerlo con arma de fuego, el ruido sería demasiado descarado. ¿Arma blanca? Sí, podría ser una opción, si no fuera porque la sangre es muy escandalosa, por lo que no pasaría desapercibida. De repente, recordó la novela que le había regalado, Estela, “Sangre y corazón” e intentó hacer memoria. No, no servía, allí el homicidio se producía a  navajazos. ¿Y en sus anteriores novelas? Sí, quizás allí encontraba algo. Volvió a su casa, encendió el portátil, y se fue a la web de amazon, donde buscó “Y el vino se derramó” y “Detrás de las sombras”. Las adquirió en formato ebook y, sin pérdida de tiempo, se puso a leer.

Leyó las dos novelas en un suspiro, la verdad es que eran bastante amenas, de fácil lectura, y no muy extensas, se dijo que las recomendaría a sus amigos. Pero, por desgracia, no le había aportado ningún tipo de solución. El único método discreto, por llamarlo de alguna forma, era un asesinato en “Detrás de las sombras” que se ejecutaba con veneno. “Claro” —dijo mentalmente—. Seguro que hoy en día puedo adquirir cicuta, arsénico, o algo similar sin que nadie pregunte.

Sin saber muy bien porqué, quizás porque se hallaba pensando en líquidos letales, le vino a la mente el mata ratas. Es más,  visualizó la muerte de Ana como si estuviera viéndola en el cine. La invitaría a un café, que iría a buscar él mismo evidentemente, y, con disimulo, pondría una cantidad de líquido mata ratas suficiente para que fuera letal. “No, Guillermo, un momento, —Su mente funcionaba a marchas forzadas, y se obligó a poner freno—, si tú le sirves el café envenenado, enseguida irán a por ti y no podrás continuar con la lista”. Sí, tenía que pensar en ella, de la lista dependían su familia y amigos.

A la mañana siguiente, una vez realizado el ritual matutino, se dirigió a la cocina, cogió el insecticida y lo metió dentro de su maletín. Salió a la calle y se dirigió al bufete donde estaba hermano, Alfonso, ya había llegado. Miró su reloj y vio que eran las ocho y media.

—¿Hace mucho que has llegado?

—Una media hora, más o menos.

—¿A las ocho estabas aquí? —Guillermo miró a su hermano con cara de sorpresa—. ¿Te has caído de la cama o qué?

—No, para nada, tenía que arreglar unos asuntos y he preferido venir antes. ¿Y tú qué?

—¿Yo? —¡A qué venía esa pregunta! Sin poder evitarlo, comenzó a ponerse nervioso—. ¿Qué pasa conmigo?

—Eso me gustaría saber a mí, estás muy raro, y Ana piensa lo mismo.

—¿Qué sabrá Ana de lo que me pasa o no?

—Puede que Ana no, pero yo soy tu hermano. —Comentó, Alfonso, buscando la mirada evasiva de Guillermo.

—Vale, lo pillo, veo que ahora no tienes ganas de conversación. Pero ya hablaremos tú y yo, tenlo por seguro. Me voy a mi despacho, si me necesitas, ya sabes.

“Madre mía, si tú supieras, —dijo para sus adentros—, claro que te necesito, hermano, y, en estos momentos, más que nunca. Seguro que me ayudarías a encontrar una solución, a evitar que esté a punto de cometer la mayor de las locuras, pero debo mantener la boca sellada. Solo espero que algún día puedas perdonarme”.

Dos horas después, llegó al juzgado, decidido a quitarse a Ana de en medio. Pero se llevó la mayor de las sorpresas cuando Juan Carlos le informó que su compañera se había cogido el día libre, eso no estaba en sus planes. ¿Y ahora qué? Oyó la melodía del móvil, lo sacó del bolsillo del pantalón y se percató de que quién llamaba era “El Balas”. Se dijo que lo mejor sería cogerlo, por lo que pudiera pasar.

—¿Cómo lo llevas, abogado? —A Guillermo le podían los nervios cada vez que escuchaba a ese canalla—. ¿Tenemos alguna muerte? Recuerda que para la primera el plazo acaba en quince minutos.

—¿Perdón? —Le cogieron todos los males habidos y por haber—. ¿Qué acabas de decir?

—Que si, en ahora doce minutos, no me entero que has aniquilado a alguno de la nómina que te entregué, tendrás noticias mías. —Y, sin más, colgó, dejando a Guillermo hecho mierda.

Tal era el convencimiento de matar a Ana que ahora no sabía qué hacer. ¿Y si en realidad todo era un mal sueño? O, tal vez, “El Balas”, solo estaba jugando con él, poniéndole a prueba, quizás tampoco pretendía matar a nadie. De repente, se puso más nervioso de lo que estaba, porque, sí, a lo mejor solo era un macabro entretenimiento, pero a lo mejor no. ¿Y si resultaba que ejecutaba de la misma forma que él había pensado? El primer nombre que salía en esa lista, era Alfonso. No, seguro que ese capullo alargaría la partida, no era factible aniquilar a su hermano el primero. Miró el reloj, percatándose de que habían pasado más de quince minutos, así que solo cabía rezar a todos los santos.

Pasaron las horas y Guillermo no recibió noticia alguna, por lo que pensó que su pensamiento se confirmaba: todo había sido una trampa. Respiró más tranquilo, no tuvo necesidad de matar a nadie y, ese cerdo, tampoco había asesinado a nadie. Menos mal, se dijo, que Ana no había acudido a los juzgados, menuda papeleta hubiera sido.

Cayó la noche, así que se fue a su casa, donde durmió a pierna suelta toda la noche. No recordaba un sueño tan profundo desde hacía tiempo, y, la verdad, le sentó estupendamente. El amanecer ya le enseñaría que el mejor de los sueños puede convertirse en la mayor de las pesadillas.

Morfeo cayó sobre él tan profundamente que se despertó casi a las diez. Menos mal que no tenía ningún compromiso importante, se dijo. Se tomó un café rápidamente y marchó al bufete. Ana y Alfonso estaban en la entrada, presumió que hablando sobre el juicio de cláusulas que tenía Ana ese día. Otro más, ¿cuántos habrían llevado ya entre los tres? Y, al parecer, la cosa iba a más.

El teléfono de la centralita sonó y Alfonso fue a cogerlo. Cuando colgó, su rostro era blanco como la cal.

—¿Qué pasa? —Ana, viendo el rostro de su socio, perdió la calma que la caracterizaba—. ¿Alguna desgracia?

—Sí, Ana, sí. Guillermo, era Estela. Aún no se sabe quién, ni cómo ha sido,  lo están investigando, pero han matado a Dani.

Guillermo no dijo nada, se limitó a dar media vuelta y dirigirse a su despacho. Él sí sabía muy bien quién había sido, porque a Dani lo había matado él.

En el juzgado, Tonia y Celeste, intentaban dar consuelo y calmar a una temblorosa Laura, compañera de Dani y persona que había descubierto el cadáver. Aunque, lo más correcto sería decir que su muerte se produjo estando ella presente.

—Ha sido horrible. —Laura lloraba, arropando su cabeza en el hombro de Tonia, mientras Celeste intentaba que bebiera un poco de agua—. ¡Es que no me lo puedo creer!

—Bueno, ahora lo que tienes que hacer es calmarte un poco. —Celeste le acercó el vaso de nuevo—. No creo que tarden en venir a preguntar por ti para interrogarte, y tendrás que estar preparada. —Tonia movió la cabeza asintiendo y dando la razón a su compañera.

—Sí, Laura, esto ha sido un duro golpe, y no solo para ti. Sabes que aquí todo el mundo apreciaba a Dani, pero tenemos que ser fuertes.

—Tenéis razón. Pero, ¡joder, no es fácil! —En ese momento, entró Gemma, la forense, interesándose por su estado.

—Está bastante alterada. —Se adelantó Tonia—. ¿No tendrás algún calmante o algo que la sosiegue un poco? Por cierto, ¿sabemos de qué ha muerto? ¿Qué dice la autopsia?

—De momento, no hay nada claro. —Gemma un pequeño envoltorio de color púrpura del bolsillo trasero de su pantalón y se lo acercó a Laura—. Toma, chúpalo, te sentará bien. En cuanto Laura pueda contarnos algo más de lo que ha sucedido, quizá pueda hacer alguna conjetura.

—¿Y qué dice el juez? —Se interesó, Tonia, mientras echaba una ojeada a Laura—. Porque supongo que algo habrá comentado.

—Fernando, como todos creo, está hecho polvo. Tramitar el procedimiento de un asesinato, y esto tiene todas las papeletas, no es agradable, imagina cuando es alguien conocido. Y, para postres, le toca porque Victoria está de vacaciones.

—Ya me encuentro mucho mejor, gracias por el calmante. —Interrumpió la conversación, Laura—. Si quieren hablar conmigo de lo sucedido, estoy lista.

—¿Estás segura? ¿No necesitas un poco más de tiempo? —Tonia cogió de la mano a Laura—. ¿Quieres otro vaso de agua?

—Sí, estoy segura. Tarde o temprano tendré que hacerlo, ¿no? Además, cuanto antes mejor, más pronto podremos intentar descubrir quién ha sido el hijo de puta. Solo pediré una cosa, que en cuanto le pillen no esté yo delante, porque mi sentencia no le gustaría en absoluto.

—La venganza no conduce a ningún lado. —dijo, Celeste—. Por no decir que esas palabras a Dani no le gustarían en absoluto.

Laura no pudo evitarlo y volvió a derrumbarse, echándose a llorar desconsoladamente.

Mientras, Guillermo, recibía un escueto washap en su móvil: “te lo dije, mantén la boca cerrada”. A él no le hacían falta mensajes de este tipo, ya tenía la certeza absoluta de quién había matado a su amigo. Alfonso se puso en contacto con el juzgado que llevaba el caso, y, de momento, no sabían nada. Estaban a la espera de poder hablar con Laura, su compañera de trabajo, pero no había sido posible dado su estado. Era quién había visto la muerte en directo de Dani, y, al parecer, no había sido una escena agradable. Pero, ¿cómo diantres había matado a su amigo ese cabrón?, se preguntaba Guillermo. Esto no podía continuar así, estaba seguro de que después de Dani vendrían más. Y pensar que había tenido la ocurrencia de que todo era una especie de broma de “El Balas”, que en realidad ese individuo no se atrevería a matar nadie. Visto lo visto, se atrevía. Y, si se atrevía con uno de sus mejores amigos, no dudaba que haría lo mismo con su familia. Así que, por tercera o cuarta vez, ya no estaba seguro, se dirigió a su mesa, y sacó la lista del cajón. Decidió, esta vez, hacerlo de manera distinta, copió todos los nombres en papelitos individuales y los introdujo en un gran cenicero que tenía sobre la mesa. Hizo él mismo de mano inocente, sacó uno, y lo abrió despacio y con nerviosismo. El desenlace, le llenó de tristeza, pero se dijo que el resultado hubiera sido el mismo con cualquier papel: la vida de su colega, el abogado Fernando Carretero, tenía las horas contadas. Dos días después, la prensa se hacía eco de su muerte, y Guillermo recibía otro sucinto mensaje: “Así me gusta, ya te quedan menos, veo que has aprendido la lección”.

Dos meses después, seguían las investigaciones en el mismo punto que habían comenzado, sin conocer quién era el asesino, o asesinos. Lo que tenía más en jaque, tanto a la policía, como a la justicia, como al personal médico, era saber cómo murió Dani, puesto que el caso de Fernando era más común. Dos navajazos muy cerca del corazón que acabaron con él a la primera. “Al menos, no sufrió mucho” —Se dijo, Gemma, en su día, al practicar la autopsia. Pero, lo de Dani, era otro cantar. No compartía la decisión tomada en su día por Fernando, quién, a tenor de la declaración prestada por Laura y del informe forense realizado por ella misma, dictaminó que la muerte se había producido de manera natural. No, allí había algo más, en eso estaba totalmente de acuerdo con la informática. Pero, ¿qué? Además, ya no tenía remedio: Dani estaba muerto y bajo tierra. ¿Pedir que lo desenterraran? Sí, era una opción, pensó Gemma. Por enésima vez, recordó lo que le contara Reyes, la fiscal, de la declaración prestada por Laura, e intentó concentrar la mente para encontrar algún fleco que sirviera para terminar de construir ese rompecabezas.

—¡Les estoy diciendo la verdad! ¿Por qué no me creen? —Laura miraba a un incrédulo juez y a una alucinada fiscal.

—Mujer, ponte en mi lugar. —El juez, en sus palabras, manifestó que estaba perdiendo la paciencia—. Me estás diciendo que Dani ha entrado en vuestra oficina, por llamarla de alguna forma, ha encendido el ordenador y se le ha dicho que cambiara la contraseña, ¿es así? —Fernando hizo gestos con las manos, dándole a entender a Laura que no dijera palabra, que la pregunta era retórica—. Y, luego, coges y me saltas con que al ponerla a empezado a sudar, a encontrarse mal, a dar señales inequívocas de que se ahogaba…y que, en cuestión de minutos, ha caído fulminado al suelo. Como tú comprenderás, Laura, decirme que tu compañero a fallecido por culpa de una nueva contraseña…No sé, ahora, si quieres, me cuentas una de indios y vaqueros. ¿Tú qué dices, Reyes?

—Yo creo que lo que nos está dando a entender Laura, simple y llanamente, es que se trata de una muerte natural. —La fiscal la miró detenidamente—. Desde luego, otra cosa no cabe. Sí, Dani no tenía edad para morir. Pero, peores cosas se han visto.

—Como no me des argumentos que me hagan cambiar de opinión, —Esta vez era el magistrado quién le hablaba—, tendré que hacer caso a mi colega y dictaminar en consecuencia.

—Vamos a ver, puede que no me haya explicado bien. —Laura cruzó sus piernas—. No digo que la contraseña haya matado a Dani. Digo que se ha producido su muerte en ese instante. Creo que no es lo mismo.

—Y, aparte de los síntomas que has mencionado, ¿nada más? —Reyes animó a Laura a seguir hablando, en busca de algo que les llevara a otra conclusión. Pero, a veces, la primera impresión es la que es, aunque duela. Porque, dada su juventud, siempre era mejor que a Dani lo hubieran asesinado. Lo contrario, como parecía que era, nadie de los allí presentes quería contemplarlo.

—Que yo recuerde, no. Dani ha llegado esta mañana como de costumbre.

—Está bien, Laura, puedes irte.. —Fernando dio por concluida la declaración—. En unos días te llamaré de nuevo, por si recordaras algo que ahora se te haya pasado por alto.

Nada, pensó Gemma, no había ninguna frase, ni palabra, nada a lo que agarrarse. Bueno, seguro que lo había, aunque ella por el momento no conseguía visualizarlo. Lo único que necesitaba era no pensar en ello, tener la mente abierta y, seguro, la solución llegaría a ella como lo suelen hacer el paso del tiempo y las estaciones: solo.

Laura salió del despacho del juez y se encontró con Elena, la funcionaria de fiscalía, quién le preguntó cómo se encontraba.

—¿Cómo quieres que me encuentre? Pues echa una mierda. —Menuda pregunta, le dieron ganas de decir—. La verdad es que se me hace muy cuesta arriba llegar y ver esa silla vacía. Han pasado dos meses, pero para mí es cómo vivir cada día atrapada en el tiempo.

—Imagino. O eso creo, vamos. Aunque me parece a mí, que lo que tú pasaste no se lo puede imaginar nadie.

—Te aseguro a ti que no. Y encima van y deciden que ha sido muerte natural, no te digo…

—Y tú no compartes esa opinión, claro.

—¡Por supuesto que no! Mira, yo no entiendo de leyes, ni de medicina, pero lo de Dani no fue nada natural,  te lo aseguro. Sé muy bien lo que he visto, Elena. ¡Ostras, que se murió a mi lado!

—Vamos, Laura, no te alteres. Lo que tienes que hacer es contárselo todo a Fernando, sin dejar ningún detalle.

—Elena, pero si ya lo hice en su día, y ni él ni Reyes creyeron ninguna de mis palabras. Pero, no te preocupes, que ya haré algo por mi cuenta. Te aseguro que esto no quedará así. Dani no se lo merece.

—¿Qué estás queriendo decir? —Elena miró a la informática, preocupada—. No vayas a meterte en un lío, Laura.

—No te preocupes por mí, se cuidarme sola.

—Solo te digo que no te metas en problemas y no quieras jugar a las películas de detectives tú sola. Si necesitas ayuda, ya sabes dónde encontrarme.

—Gracias, Elena, lo tendré en cuenta.

—No tienes por qué darlas. Bueno, voy a llevarle a Andrés el expediente del caso de Fernando, el abogado. Por cierto, ¿cuándo podrás venir a arreglarnos el sistema?

—Creí que los funcionarios de auxilio os traían los expedientes. Si puedo, me pasaré antes de acabar el día.

—Es que he ido un momento al otro edificio y me venía de paso. Otro caso que no hay por dónde cogerlo, aunque al menos es seguro que lo mataron.

—Pues sí. Y, ¿cómo está, Alejandra? La vi muy afectada el día del funeral. Lógico, por otro lado, era su marido.

—Sí. La verdad es que ha sido un duro golpe para ella, la pobre. Siempre tan alegre y jovial, y ahora no es ni la sombra de lo que fue. Bien, voy a llevarle esto a Andrés, nos vemos luego.

Laura se despidió y se dirigió a la oficina de decanato. Celeste y Tonia atendían a dos mujeres, así que esperó en la entrada. Cuando vio que salían, entró.

—Hola, chicas, ¿qué tal? —Les preguntó, mientras se sentaba en un silla—. ¿Podéis hacerme un favor? No tendréis el número de teléfono de Estela, por casualidad.

—Sí, claro, espera un momento. —Tonia sacó su móvil del bolso—. A ver que lo busque…

—Gracias. —Y, sin más, se puso en pié, salió de la oficina, y llamó al móvil que le acababan de facilitar.

Alfonso terminó de hablar con unos clientes, salió de su despacho y se dirigió al de su hermano. Guillermo seguía insistiendo en que no le pasaba nada, pero sabía que mentía. Llevaba meses con una actitud muy extraña, siempre a la defensiva, y respondiendo de malos modos a todo lo que se le preguntaba. Además, a su ahora arisco carácter, se añadía que prácticamente no salía de su oficina, delegaba con alguna excusa sus juicios a Ana o a él, y tampoco salía con sus amigos. En cuestión de meses, la alegría de su hermano, se había convertido de la noche a la mañana en la mayor de las tristezas y a él le daba rabia no poder ayudarle.

Después de dos meses sin tener noticias, Guillermo pensó que “El Balas” se había olvidado de él. Quién sabe, a lo mejor con un poco de suerte ya puedo volver a hacer vida normal, pensó. Naturalmente, era una forma de hablar. Nada volvería a ser normal, y menos desde aquel fatídico día.  Recordó cómo su amigo le recibió en su bufete con los brazos abiertos, tan jovial y atento como acostumbraba Fernando, y él solo había respondido con dos puñaladas. Seguro, se dijo, que ese cerdo ya tiene suficiente. Pero, como pasa siempre, Murphy aparece cuando menos te lo esperas. Esta vez, en forma de llamada.

—¿Sí? Dígame, ¿con quién hablo? —El número era desconocido para Guillermo, pero, aún así, respondió. No se sabía nunca cuando podía llegar un nuevo cliente para el bufete—. Se sentó y esperó.

—Hola, abogado. ¿Has pensado mucho en mí durante todo este tiempo? Porque yo en ti, sí, te lo aseguro. —La voz de “El Balas” se oía desde el otro lado de la línea—. Supongo que creías que el juego se había terminado, ¿verdad? No te hagas ilusiones, solo he estado un tiempo fuera por cuestiones médicas. Pero, he vuelto, así que ya sabes qué tienes que hacer. Date prisa, porque, como te dije en su día, no me queda mucho tiempo.

Y, sin más, colgó. Guillermo se levantó y se dirigió raudo a la calle. Necesitaba tomar aire, aunque en esos instantes se ahogaba en cualquier lugar. Eso hizo que recordara la muerte de su amigo, y se hundió aún más. Pensó que ya podía ver luz al final del túnel, pero esa llamada le hizo ver que no era así. Seguía en un callejón sin salida, y siendo la marioneta de un desalmado.

Volvió a preguntarse si debía correr el riesgo y contárselo a alguien. Difícil decisión: ahora, no solo era el peligro de que Ricardo Arias, “El Balas”, tomara cartas en el asunto, sino que también lo hiciera la ley. No podía olvidar que se había convertido en un asesino, y la única persona que le venía a la mente era, Alfonso. Al fin y al cabo era su hermano, sangre de su sangre, sabía que no le delataría. Pero, al mismo tiempo le hacía dudar, ¿hacia qué lado de la balanza se inclinaría, Alfonso? ¿Le ayudaría y callaría, o, por el contrario, haría que cayera sobre él todo el peso de la ley? “Creo que ese canalla no te ha dado muchas opciones. —Se dijo a sí mismo—. O matas por segunda vez, o hablas con Alfonso”. Miró el cenicero y los papeles que aún estaban allí, y, como si alguien hubiera accionado un botón y guiado sus pasos, cogió uno de los papeles: “Eduardo”.

Laura, una vez conseguido el teléfono, llamó a Estela sin pérdida de tiempo, y le contó a grandes rasgos lo que se le había ocurrido.

—¿Puedo contar contigo, verdad? —Tomó un sorbo de café, mientras esperaba respuesta.

—Sabes que sí. Pero, ¿estás segura que quieres correr ese peligro? —Estela era consciente del riesgo al que, Laura, se enfrentaba. Aunque, también, era consciente de que tal vez era la única forma de poder dar con quién había matado a Dani.

—No, claro que no estoy segura. Es más, estoy cagada de miedo. Pero, de momento, la única posibilidad es que me meta dentro del ordenador de Dani a ver si encuentro algo que nos ayude. Mejor dicho, que le ayude.

—Está bien. ¿Qué te parece si quedamos mañana y lo estudiamos con calma? Ahora no puedo seguir hablando, ya me entiendes. De todas formas, no comprendo qué quieres de mí, la entendida en informática eres tú. Por cierto, ¿sabes si van a mandar al sustituto pronto?

—Ni idea. Mira, por un lado tengo ganas que llegue, pero, por otro, quiero que esa silla continúe vacía. Es más, yo accederé a su ordenador desde el mío. Conozco muy bien cuál era su usuario y contraseña. Bueno, eso si no me dice a mí también que la cambie.

—Sigues con las mismas, por lo que veo. Oye, mira, Laura, en serio, no puedo seguir hablando, tengo gente en la puerta. Te llamo mañana.

Estela colgó el teléfono y se guardó el móvil en su bolso. Después, abrió el documento correspondiente e hizo pasar a la primera persona que aguardaba.

Guillermo contempló durante unos segundos el papel. Así que le había llegado el turno al fiscal. “Sí señor” —Se dijo—. “Eso es apuntar alto y lo demás tontería”. “No, ya basta, correré el riesgo, y ya está”. —Decidido, se levantó y salió de la oficina—. “Total, ¿cómo puedo decir que le tengo miedo a la ley, cuando ya estoy condenado?

La puerta de la oficina de su hermano estaba medio abierta, así que lo aprovechó para introducirse en su interior sin pérdida de tiempo.

—¿Se puede? Tengo que hablar contigo de una cosa muy importante. —Se sentó, esperando a que Alfonso se pronunciara. Pero éste, estaba totalmente absorto,  fijando la vista al ordenador y a unos papeles que había sobre la mesa—. ¿Me estás escuchando? —Preguntó, elevando algo el tono de voz.

—Perfectamente, no soy sordo. —Alfonso, con cara seria, miró fijamente a su hermano—. ¿Vienes a contarme que demonios te está pasando, y el motivo por el que llevas meses así de raro? Mira, si es así, adelante. Si no, como puedes ver, tengo mucho trabajo. Tú mismo.

—No es fácil, Alfonso. Pero, ahora que he tomado esta decisión, no puedo echarme atrás, pese a que me odiarás con todas tus fuerzas.

—Yo no podría odiarte nunca, Guillermo, eres mi hermano. A ver, ¿qué pasa? —Cerró el portátil y apartó los documentos, fijando toda su atención en la persona que tenía frente a él.

—¿Te acuerdas hace unos meses, que vino “El Balas” a verme? —Cruzó las piernas, y siguió hablando—. Ese día, comenzó mi condena.

Guillermo se lo contó todo, con todo lujo de detalle. De vez en cuando, miraba a su hermano, y callaba, a la espera de alguna reacción. Pero, al ver que ésta no llegaba, seguía contándole a Alfonso lo que, para él, estaba siendo una pesadilla.

—Eso es todo. —Se hizo el silencio—. ¡Vamos, dime algo, no me tengas así!

—Márchate. —Señaló la puerta con un gesto de cabeza—. Necesito asimilar todo esto.

—Alfonso, por favor, no me dejes así. —Se acercó más, fijando la mirada en los ojos de su hermano—. ¡Necesito tu ayuda!

—Y yo necesito digerir que mi hermano es un asesino. ¡Fuera! —Lo dijo con tanta fuerza, que no sería nada extraño que se hubiera oído en la otra punta de la ciudad.

Cuando salió, Alfonso se puso en pié y comenzó a dar vueltas por el despacho. Su sentido del deber, su afán siempre de justicia, le empujaban a entregarle. Pero, por otra parte, Guillermo era su hermano, y su amor por la familia se lo impedía. Ahora, él también estaba sentenciado.

De repente, se le ocurrió una idea. Descabellada, sí, pero era la única salida que encontraba, por el momento. Se dirigió al despacho de su hermano, a quién encontró sentado, de espaldas a la puerta, y cara a la pared como si fuera un niño al que han castigado por haber hecho una travesura.

—Guillermo, ¿dónde esa lista de la que me hablas? He tenido una idea. —Alfonso, se sentó frente a él—. ¿Me estás escuchando? Y mírame a la cara cuando te hablo. Aunque sea por el respeto que me debes por ser tu hermano mayor. ¿Qué dónde está esa lista?

—No tengo nada que decir, te lo he dicho todo. —Se giró, su rostro reflejaba indicios del llanto. Abrió el cajón, y le mostró el papel—. Aquí la tienes. ¿Qué piensas hacer, convertirte en un asesino tú también?

—Ni por asomo, ¿por quién me has tomado? —Respondió, mientras iba leyendo—. Aunque, bueno, tampoco imaginaba que tú fueras capaz de serlo, así que puedo comprenderte. Bien, y, ahora, pon todos tus sentidos que voy a explicarte cuál es el plan. Según me comentaste, el siguiente que tenías que quitar del mapa era Eduardo, ¿no es así?

—Así es. ¿Se puede saber qué te traes entre manos?

—Óyeme, en lugar de cuestionarlo todo.  —No tenía muy claro si debía contarle el plan, estaba muy alterado, pero no quedaba más remedio si quería que fuera un éxito. Al fin y al cabo, Guillermo era la pieza fundamental. —Vamos a hablar con todas estas personas —dijo, mientras señalaba la lista—, y vamos a decirles que finjan su muerte. Con el primero que hay que contactar es con el fiscal, mañana iré a hablar con él.

—Esto no es una serie americana, Alfonso, es la realidad. Además, ¿qué excusa vas a ponerle?

—Pues mira, ninguna. Habrá que contar la verdad, Guillermo. No se me ocurre otra forma de que nos puedan ayudar. Perdón, te puedan.

—¡Pero no te das cuenta de que si le largas todo esto al fiscal voy directo a la cárcel! Además, ¿qué pruebas voy a presentar? ¿Una lista? ¿Una lista que no está ni firmada, ni nada de nada? ¿Eres consciente de que, “El Balas”, podría negarlo todo? ¿Decir que esa no es su letra? —Se levantó, y comenzó a andar de arriba abajo por la oficina—. De todos modos, todo es por tu culpa, tú trajiste a ese hijo de puta a este despacho, y, encima, me lo endosaste a mí. Te dije que nos traería problemas, Alfonso, ¡te lo dije!

—Guillermo, escucha. —Se levantó, se acercó a su hermano y le puso una mano en el hombro, que fue rechazada.

—No, escúchame tú a mí. Por culpa de ese mal nacido, ¡Dani, está muerto! Y, encima, van y dicen muerte natural. ¡Y una mierda! Mira, ¿sabes qué?, me da igual. Habla con Eduardo, si quieres.

A la mañana siguiente, Laura llegó más pronto de lo habitual. Varias incidencias que tenía que solucionar la estaban esperando, pero, antes, la estaba esperando la más importante. Se sentó en la silla que había pertenecido a su compañero, encendió su ordenador y esperó a que le mostrara la pantalla de inicio. Cuando se lo pidió, puso el usuario y la contraseña que el propio Dani había modificado antes de morir y cruzó dedos para que le permitiera el acceso sin ponerle ningún tipo de problemas. Bien, en realidad, la había modificado ese fatídico día de nuevo, pero esperaba poder entrar con la anterior. Por suerte, la fortuna le sonrió, así que una vez metida en el sistema, se dedicó a indagar. Miró el móvil, y vio que eran las nueve. En diez minutos tenía que realizar el soporte de una videoconferencia, aún no había averiguado nada y se sentía fatal. “Bueno, no pretendas dar con la solución el primer día, Laura, —Se dijo—, Zamora no se ganó en una hora”.

Alfonso entró en la oficina de fiscalía, saludó a las funcionarias, y preguntó por Chema, quién se encontraba de baja laboral por problemas de salud desde hacía ya más de un año. Después del interés, solicitó tener una cita con Eduardo, verdadero motivo por el cual había ido hasta allí. Gracia le comentó que en ese preciso instante se encontraba en Ciudadela, pero que a esa hora ya tenía que haber llegado. Y, lo que son las casualidades, el fiscal hizo acto de presencia.

—Dejo los expedientes en mi despacho y me voy a tomar un café, lo necesito. —Dijo al entrar—. Buenos días, Alfonso, ¿ocurre algo?

—Venía a hablar contigo. Es un problema muy grave, que no admite demora.

—Por tu semblante, entiendo que sea así, pero, el tiempo de tomar un café sí podrá esperar.

—Me temo que no. ¿Qué te parece si te invito y te cuento?

—Como quieras, dame dos minutos. —Los que tardó, Eduardo, en dejar los autos sobre la mesa y la toga en el armario—.  No tardaré en volver, por si preguntan por mí.

—¿Me lo puedes volver a repetir? —El fiscal no daba crédito—. Perdóname, es que me ha parecido oír que fue tu hermano quién asesinó a ese abogado.

—Es que es lo que he dicho, me has entendido perfectamente. Pero se trata de una especie de legítima defensa.

—No, no, Alfonso, eso no existe. Sé que eso duele, pero voy a tener que procesar a Guillermo.

—Comprendo, y no te estoy pidiendo que no lo hagas. Solo te pido, si has escuchado el resto de lo que te contado, que me des un plazo de tiempo, y que me ayudes. Mucha gente está en peligro, como ves.

—Sí, claro, que me haga el muerto para que así “El Balas” se confíe y… ¿me has tomado por imbécil o qué? Por cierto, ¿se puede saber qué le ha hecho, o, mejor dicho, qué le hizo Fernando a tu hermano? De todos modos, porque me lo has contado tú, que si me viene otra persona lo mando a freír monas. No tenía a Guillermo por un asesino.

—Te aseguro que yo tampoco. Está bien, haz lo que consideres oportuno. Procésalo, enciérralo, y actúa como legalmente debes hacerlo. Solo espero que no te arrepientas, Eduardo, recuerda que estando encerrado mi hermano no podrá hacer nada, pero, quizás, ese cabrón tiene otras personas para quitarte de en medio. Tú ya me entiendes.

—A ver, ¿cómo tenía pensado matarme a mí? Si es que no se puede ser bueno, me cago en todo.

—Gracias, Eduardo, de verdad, no te arrepentirás. Pues, creo que en realidad aún no lo había pensado. ¿Cómo te gustaría morir?

—¡Y yo que sé! Deja que me lo piense y te llamo a lo largo de la mañana. Ahora me voy que estoy de guardia y, además, tengo que hacer un informe. Y no hagáis nada sin antes contármelo a mí, ¿estamos? —Alfonso hizo un gesto de afirmación, se dieron la mano, y se fueron cada uno por su lado a continuar con sus quehaceres.

A Laura lo único que le faltaba ya era desmontar el ordenador de Dani a trozos. Indagó dentro del IP, del servidor, de la configuración, dentro del panel de control…Nada, allí no había ni rastro de ninguna presencia extraña. Quién sabe, tal vez se estaba obsesionando y, pese a que doliera, a su compañero sí le había dado un ataque. Decidió dejarlo estar y continuó con su trabajo, no sin antes apagar el ordenador. Una vez sentada en su silla, le dio al botón de arranque del suyo, y, lo primero que vio, fue una pantalla de color sangre en la cual rezaba: “¿Qué, morena, quieres morir tú también? Cuidado con las contraseñas…”


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