Revista Empresa
Situación 1: Dos amigos, y compañeros de trabajo, quedan a comer. Restaurante con mesas muy juntas, menú discreto, altas dosis de conversación (algo de cine, algo de música, algo de actualidad, … preferiblemente temas no profesionales). Uno de ellos (algo mayor) le regala al otro (algo joven) un cd de música. Reflexión sobre la no necesidad de hacer algo así hoy en día (para eso están los formatos digitales “sin soporte físico”). Reflexión sobre cómo eran las cosas hace tiempo… Podías prestarle a un amigo un disco, un libro o una película (recomendable hacerlo sólo con amigos, por cierto). Ello significaba que mientras tu amigo tenía el disco, por ejemplo, tú no lo tenías. Era algo así como una “colaboración competitiva”. Hoy en día a través de los formatos digitales el compartir algo no significa prescindir de ello (“todo lo mío es tuyo” sin perder nada por ello). Este segundo escenario podríamos bautizarlo (a diferencia del primero) como de “colaboración integradora”. Los tiempos están cambiando (que diría el legendario Dylan).
Situación 2: Re-edición en formato “físico” del álbum del grupo musical Radio Futura denominado “La Canción de Juan Perro”. Hace ¡un cuarto de siglo! que salió a la venta la edición original suponiendo un auténtico bombazo en la industria musical española de aquel entonces. Inventando el rock hispano. El en “librillo” que incluye esta edición especial se recupera un texto de aquel entonces, escrito por el cantante de la banda, Santiago Auserón (alias Juan Perro en la actualidad). Si no te fijas en cuándo fue escrito parecería que hace mención al momento actual de nuestra música. Santiago comenta que la banda está en proceso de transformación y que, por tanto, nuevos vientos recorren sus entrañas. Corrían un cierto riesgo si cambiaban demasiado con respecto a su anterior álbum (“De un país en llamas”). La transformación (en su caso más bien “mutación” que “evolución”) tuvo unos resultados fantásticos. Los tiempos están cambiando (que diría el legendario Dylan). Situación 3: Visionado en casa (no se pudo ver en cine, una lástima) de la versión cinematográfica del musical “Los Miserables”. En el teatro era una obra que impactaba, así como emocionante era la escucha, sin más, de su música. La pregunta sería… ¿merecería la pena? ¿Habría acertado su director, Tom Hooper, al igual que lo hizo con “El Discurso del Rey”? La respuesta es afirmativa. La película, siendo un lenguaje diferente al de un musical representado en una sala de teatro, es fiel al original… y no “se le va la mano” al cambiar de medio [tal vez sólo en la escena de arranque de la misma con esos imponentes (¿imposibles?) buques y dársenas]. Sorprende (aunque cada vez menos, la verdad) el registro de un actor como Hugh Jackman (sobrio, con un buen tono musical, “con fundamento”). La mayoría de los actores están muy bien en sus respectivos papeles… salvo, quizás, Russell Crowe (voz discreta, presencia esterotipada) y la pareja de Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter (que más que esperpéticos, como deberían ser, parecen grotescos-esquizofrénicos). Una historia llena de emoción y sufrimiento, siempre con la sensación de que hay que huir para alejarse del pasado. Connotaciones políticas aparte, una lectura de la película es que para lograr algo tienes que perder algo. Los tiempos están cambiando (que diría el legendario Dylan).
¿Y podríamos sacar alguna conclusión de estas tres situaciones en estos momentos en que el calor aprieta y parece que la neurona está ya de vacaciones? Pues alguna evidente y es que, efectivamente, los tiempos están cambiando, es decir, no podemos detener el cambio; tarde o temprano éste aparece. En la medida que nos aferremos mucho a nuestra forma de pensar y/o actuar el golpe del cambio será más intenso (pudiendo hacer que desaparezcamos). Nunca estaremos completamente preparados… pero podemos “subirnos a la ola” cual surfistas y, por tanto, llegar a sitios que sin esa ola no alcanzaríamos. La segunda conclusión estaría más ligada al concepto de perder algo. Los procesos de cambio y/o transformación son necesarios … pero no por ello dejan de ser dolorosos, costosos, perturbadores, … Es por ello que hemos de introducir en la coctelera un buen chorro de generosidad… generosidad de los que van en la cabeza del pelotón y divisan ya “la tierra prometida” sin comprender muy bien por qué la cola del pelotón está distraída, pedaleando sin ganas, mirando más el paisaje que la calzada por la que han de circular para alcanzar la meta … y generosidad de la cola del pelotón al confiar en el criterio de los que van en cabeza (“sin ver lo que ellos ven”), centrándose en hacer lo mejor posible su trabajo, haciendo el esfuerzo de levantar de cuando en vez la mirada para intuir, al menos, que la “tierra prometida” está cerca.
Ojalá todos tengamos suficiente “poción mágica de generosidad” en nuestras cantimploras neuronales. Nuestras organizaciones lo necesitan y, creo, en el fondo… lo desean.