Navidad '17.
Descubrir el hallazgo no hizo que se perdiera la rutina del esconderlos y envolverlos con el papel brillante. Aprendemos ya de niños a mantener el engaño para hacer felices a los demás, para que crean que consiguen su objetivo. Era niña de rituales, aunque hubiera descubierto la primera estafa de la vida. Pedía siempre lo mismo al soplar las velas en cada tarta de cumpleaños, al cerrar los ojos en cada Noche Vieja… escribía cada año el mismo deseo en mi carta a los Reyes Magos. Siempre lo repetía, año tras año hasta pasados los veintimuchos. Aun reconociendo, muy adentro muy adentro, que no se cumpliría, que todo había empezado a derrumbarse con el primer gran engaño y el encuentro de aquellos paquetes. “El futuro es una mentira que solo existe / en las manos de un niño”. Por eso conservo una lucecita encendida de aquel entonces. De cuando todavía una creía que llegaban los regalos, aunque hubiera tanto ruido, porque eran recompensas al esfuerzo de mantener la magia y la sonrisa. Porque una quiere creer que aún los hay que regalan por amor y no por obligación. Porque todavía estudia los detalles para encender las luces de los demás, pero no de todos, solo de aquellos a los quiere. A los que no se quiere, a los que no importan, a esos, no se entregan los regalos. Por todo ello “se aceptan las ofertas publicitarias / y se llenan las manos de números de la suerte: porque se necesita la fe / en este mundo.” Yo también la necesito y acepto todos los números de la suerte. Todos los versos de este post corresponden al poemario Documentum de Sara Herrera Peralta.Revista Creaciones
“Hacedor de sueños: / haz de la confitura su apetito, entrégame a los ausentes, / devuélvenos la infancia.”Sara Herrera Peralta. Documentum.Llegadas estas fechas ya estábamos hartos de abrir armarios en busca y captura de los regalos. Nunca queríamos saber qué eran, solo ver los paquetes con los papeles de Navidad. Reconocer la mentira, asegurarnos de que realmente habría sorpresas para nosotros, que no nos quedaríamos sin ellos, fuera lo que fuera lo que se viviera en esa casa. Estar tranquilos, respirar sabiendo que los gritos no habían ahuyentado nuestras merecidas recompensas. Recuerdo con exactitud el momento en el que descubrimos los paquetes, la primera vez. El lugar concreto, el color del papel, los ojos de mi hermano. Esa expresión mezclada entre el triunfo y la decepción a partes iguales. Tal vez, se convirtiera en uno de los tantos momentos que nos unieron para siempre. Que fuera ese nuestro inicio del hilo rojo que ya no soltaríamos jamás. Intenté que ese descubrimiento no rompiera la magia que tenían las fiestas para mí. Intenté seguir creyendo que esos regalos “no eran porque tocaba” sino que eran deseados y merecidos. Intenté, como decía Sara Herrera Peralta, “vivir a puro golpe, / como en toda vieja construcción/ del equilibrio. / Creer.” No dejar de creer. Creer que eran regalos deseados por quien los hacía. Porque hacer regalos debe ser a conciencia y con intencionalidad. Porque hacer regalos no debe ser por obligación ni con desidia. Porque hacer regalos debe ser con premeditación y con el estudio previo a la ilusión del que recibe. Si no es hipócrita, si no es egoísta, si no es para sacarse peso uno de encima. Todo eso se vislumbra a través del envoltorio, por muchos renos o purpurina que este lleve. Por mucho que suenen villancicos, el desánimo chirría.