Revista Política
Vivir así, qué dulce medicina, qué sutil claudicación. Ajenas al miedo que envejece la piel, anestesiadas en un continuo vaivén. La vida les queda demasiado grande, falsa y desquiciante, y prefieren volar con sus alas ficticias, ancladas durante el día en un columpio de esplendor, en un columpio que nada sabe de trampas, en un columpio que todo lo cura, menos las heridas del alma. Las melenas al viento, los pecados colgando, el temor a fracasar resquebrajado. El viento a su favor, las aves las envidian, la belleza de su rostro se mezcla con la más pura poesía. No hay guerras, no hay maldad, no hay papeles que desempeñar, no hay mentiras que inventar. Vivir así, con la sonrisa cosida a la boca, con la esperanza de hacer cosquillas al sol tras cada subida y bajada. Todo es más fácil así, la lluvia no cala ni la envidia traspasa y el ser humano soñando con fabricar un columpio igual para no tener que vivir de prestado. Ellas son felices a su modo, alejadas de las cosas que lastiman, aspirando a llegar más alto, entre confidencias y abrazos. Hasta que el sol se pone y la tiranía de la noche las obliga a regresar y decir adiós a sus sueños y a unas alas artificiales que se pegan a la piel y esperan expectantes un nuevo amanecer. Vivir así, en un eterno paréntesis, los días despejados, los minutos robados, las preocupaciones vaporizadas, el columpio subiendo, el columpio bajando.