Revista Libros
Perecera manos de una turba iracunda es algo que no se le puede desear ni siquiera aun tirano sanguinario y execrable como Gadaffi, si bien es de justicia reconocerque el dictador libio se ganó a pulso su suerte.Yno se trata tan solo de que haya sojuzgado a su pueblo durante cuatro décadas oque haya reprimido con mano de hierro cualquier disidencia; tampoco porque sehaya permitido excesos como contar con una guardia de corps compuesta por 200vírgenes o alojarse en una tienda de seda digna de las mil y una noches en susdesplazamientos por el extranjero pocos años atrás, cuando era considerado un amigo de occidente y no el enemigopúblico número uno, tras la caída de Bin Laden.Gadaffiha tenido múltiples ocasiones de dejar el poder honrosamente, y alguna más dehacerlo preservando el pellejo, pero las ha despreciado todas. Desde que laOTAN apoyara con decisión a la insurgencia, sus horas estaban contadas, y, adespecho de todo razonamiento, se empeñó en perpetuar un terrible y sangrientodeclive del régimen.Portodo lo citado, no es de extrañar que haya encontrado su final como una piezade caza: humillado, abatido y expuesto. Y los gobernantes occidentales nopueden aplaudirlo, pero respiran aliviados.
