MARIADELA LINARES.
Como cualquier mortal, me sorprende que las cuentas no den a la hora de hacer mercado o que el carrito salga medio lleno por la ausencia de algunos productos. La diferencia con otros consumidores que hacen fila ante la caja es que uno hace el intento de buscar la explicación más allá de lo obvio, porque en este país, desde hace unos cuantos años, la verdad tiene dos caras. De manera que me suscribo entre los que ven el asunto con mucha suspicacia: golpe andando, pues. Tiene que haber una justificación, más allá de la ineficacia de Cadivi, que permita entender que falte desde el aceite, pasando por las carnes de todo tipo y terminando con la harina de maíz. ¿Acaso aquí se cosechan vegetales y se cría ganado con dólares como fertilizantes y alimentos? Al parecer es así, porque la producción nacional no alcanza. Pero, coincidencias de la vida, al día siguiente de la reunión entre el dueño de la Polar y el Presidente de la República, todos los supermercados de la zona donde vivo amanecieron abarrotados de harina precocida y de margarina. Vaya casualidad. Y probablemente veremos en los próximos días que, tras cada reunión con empresarios, aparecerán sucesivamente los productos hoy ausentes de los anaqueles. Miraflores debería darles prioridad, en ese sentido, a los productores de papel higiénico, porque esos de verdad están jugando sucio. Entre colas y disgustos, el frenesí opositor que tuvo su momento de mayor exaltación al anochecer del 14 de abril, se expresa nuevamente con mucha rabia. Aun cuando uno tiende a pensar que en este caso les asiste la razón, porque todos pateamos calle por igual en la búsqueda del alimento perdido, es tan desproporcionada la reacción con relación a lo que sucede, que pronto terminaremos viendo homicidios por un paquete de harina Pan. Si fuesen honestos admitirían que si no consiguen de una marca, al final siempre hay algo que sustituye lo que se busca, pero el trabajo de mercadeo ha sido tan eficiente que la gente termina sintiendo que lo único bueno es lo que falta. Es la fulana intolerancia que no discrimina entre lo importante y lo suntuario, entre lo necesario y el capricho. Es el mismo fastidio de siempre: los alienados sin remedio con los que tenemos que convivir.Revista América Latina
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