Mientras Estados Unidos y el mundo lloraba por la memoria de los caídos del 11- S, Afganistán continúa pagando un alto coste humano por su alianza con Washington en la guerra contra el terrorismo desde 2001. Pese a los 23 billones de dólares en ayuda al desarrollo que han recibido las arcas del Estado afgano desde 2001, Afganistán es un país roto, sin esperanzas de paz, con casi 90.000 muertos a sus espaldas, y con una herencia de 30 años de guerra.
Unas novecientas familias de las conflictivas provincias sureñas de Helmand y Kandahar viven en Kabul, en improvisadas casas de adobe, sin luz ni agua corriente, entre el polvo del camino, que dibuja siluetas endebles por los plásticos inservibles de las ongs internacionales usados como improvisados techos de viviendas. No obstante, pese a las poco confortables condiciones, el campamento de desplazados de Charah-e-Qambar se ha convertido, para muchos, en el único lugar seguro para ellos durante los últimos tres años.
'No sabemos qué hacer. Estamos atrapados en una encrucijada. Si apoyamos a las autoridades recibimos amenazas de muerte por los insurgentes y si no lo hacemos la OTAN o el Ejército afgano cree que colaboramos con los talibán. La única opción para salvar a mi familia era la de huir de allí' explica Rahmatullah que recuerda la noche en la que tuvo que abandonar su hogar: 'En una emboscada insurgente, un comando talibán atacó a un blindado de la OTAN y el ejército estadounidense respondió con un bombardeo sobre la aldea. Un misil impactó en mi vivienda y mató a tres miembros de mi familia', sentencia cabizbajo.
A lo largo de las laberínticas calles que conforman las arterias del campamento, una y otra vez se repiten las mismas historias. Distintas personas, pero las mismas miradas perdidas por los desastres de la guerra.
Safer Mahmud acaba de llegar hace unos días a este solar de desesperación y sueños rotos. Su hijo fue asesinado por un helicóptero de la OTAN y perdió todas sus pertenencias. Con la ayuda de los vecinos intenta construir una casa en un descampado lleno de escombros. Con las manos manchadas por el barro con el que esculpe, palmo a palmo, lo que será su nueva casa, levanta su mirada hacia el cielo. El invierno se acerca a Kabul y la vuelta a casa se torna complicada.
A escasos metros, Mohamed Jousef, uno de los maestros tejedores de Kashu village cuenta su historia: 'Hace dos años, los talibáns atacaron un camión cisterna de la Alianza Atlántica. Cuando la OTAN atacó la aldea, los talibáns ya habían abandonado el lugar. En el ataque murieron 100 personas. Entre los fallecidos se encontraban mi padre, mi tío y mi sobrino'.
Cómo contar el coste humano de la guerra. El número de víctimas civiles por intervenciones de las tropas internacionales suele dejar cifras que no concuerdan con los testimonios de las personas afectadas. Rostros sin nombre, cifras de números que caen en el olvido.
A los problemas endémicos que inciden sobre los refugiados; la corrupción, malversación de ayudas, olas de violencia… se suma la falta de agua potable en los campamentos -el sesenta por ciento del país carece de agua potable para consumo humano- y recursos que anclan a la deriva a los deplazados que esperan pacientemente el poder regresar a casa.
Mientras la comunidad internacional les brinda comida, la OMG local Aschiana, nido, en dari , se dedica a alfabetizar a los menores que aquí viven , y así evitar que trabajen en las calles. Maktabi, el coordinador de los cuatro campos de desplazados a los que da cobertura Aschiana explica la misión principal de esta ONG. 'Nuestro objetivoes que los niños vayan a la escuela y si vemos que alguno de los niños deja la escuela para ir a trabajar a los padres les retiramos las ayudas…'
La historia de Rahmatullah, Mohamed Jousef, se repiten una y otra vez con diferente nombre, con otra voz pero tras las que se esconde el mismo drama. Estos afganos son víctimas colaterales de la OTAN o usados como escudos humanos de los talibáns.
Mirkhan Sha tiene 60 años. Vino de Khashu hace dos años huyendo de la violencia. En esta ocasión no fueron las tropas internacionales sino las amenazas de los talibán que le acusaban de trabajar para los extranjeros. Los talibans le destrozaron la casa...
La historia de Kahn Tora no es distinta. La huella de la guerra ha dejado una marca indeleble en su memoria. Los últimos tres años ha vagado sin rumbo entre Pakistán y Afganistán intentando huir del recuerdo de ver cómo asesinaban a su abuelo y a su padre…Misma historia… mismo dolor… Con la vista marcada en el calendario de retirada los afganos continúan preguntándose qué sucederá después del abandono. Considerados por muchos como números en las estadísticas del tablero afgano, resulta imposible dilucidar el número exacto de personas afectadas por la guerra.