El día comienza a amanecer y Estela se prepara para comenzar un nuevo día, la mañana está soleada, es Lunes y mientras se dirige a la ducha, comienza a pensar en los días que faltan para que llegue el fin de semana y en la serie de cosas que debe realizar los días venideros, finalmente sale de su casa malhumorada y desganada rumbo a su oficina.
El caso hipotético de Estela nos pasa a la mayoría, tal vez no literalmente, pero si recapacitamos, cada día vivimos en función de algo que esperamos.
Vivimos esperando que lleguen las vacaciones, esperando el día del exámen médico, la reunión con los amigos, comprar un mejor auto, mudarnos de casa, encontrar el amor de nuestras vidas, graduarnos, la Navidad, el cumpleaños de alguien, adelgazar, un mejor trabajo, tener más dinero, etc, etc.
Cuando llega lo que tanto hemos esperado, volvemos a esperar nuevas cosas, nuevos anhelos y mientras lo hacemos la vida pasa silenciosa por nuestro lado sin habernos dado la oportunidad de saborear los momentos. Incluso esperamos cada día el día de mañana y nuestras vidas se convierten en un circulo quedando atrapados en él.
No es malo esperar mejores oportunidades de vida, pero estas no llegan porque las esperémos o no, estas son producto de nuestras acciones diarias. Las esperas producen angustia y ansiedad y finalmente corremos el riesgo de convertirnos en personas amargadas y resentidas.
En cambio cuando nos centramos en los momentos del día a día nos damos cuenta de la infinidad de cosas que estamos dejando pasar a nuestro lado.
Yo por ejemplo, vivía en pos de la espera, soy licenciada en arte de profesión, pero al salir de la universidad me casé y todo era muy rápido por lo que dejé mi carrera de lado para conseguir trabajo en algo más terrenal, bueno, eso decía mi padre…y siempre estaba pensando en que el próximo año iba a montar una exposición, pero el tiempo pasó y pasó y pasó, mis hijos crecieron, me divorcié y ni luces de la exposición.
Hasta que luego de una vivencia extrema, comencé a disfrutar los más mínimos detalles de cada uno de los momentos que vivía, aunque parezca un cliché, me detenía a mirar las flores, los árboles, las distintas formas de las nubes, hasta comencé a ver las diferentes formas de las piedras y fueron estas últimas las que me inspiraron para comenzar a retomar el arte y finalmente exponer mis esculturas. Así también llego el amor a mi vida incluso el dinero, porque perdí esa ansiedad que caracteriza la espera y cuando eso sucede nos volvemos más reposados, más sabios, más felices y es esto justamente lo que nuestra imagen proyecta en los otros, por ende sin pedirlo, sin esperarlo, todo fluye como debe ser.