Esa pensadera, esa necesidad casi compulsiva de estarle poniendo un orden, una etiqueta y un aparente sentido a las cosas, es lo que nos mantiene atrapados en la razón. Se supone que a nuestra edad ya deberíamos tener perfectamente claro qué es lo que queremos hacer con nuestras vidas, haber definido un minucioso plan para conseguirlo y desglosar un profuso cronograma con las acciones que hay que emprender.
Todo esto se parece a la mentalidad de proyecto que intenta poner orden a la construcción de la realidad y que la mayoría de las veces falla ¿Sabe alguien de algún proyecto que se ejecute a la perfección y en el que todo lo que se planeó salió tal cual como se concibió? Todo lleva imprevistos, sobrecostos, demoras, cambios de opinión, atajos necesarios y una que otra negligencia.
Quisiera poder decirte que en este momento tengo todo absolutamente claro y que sé cuál es el siguiente paso que hay que dar, pero precisamente es ahora, más que nunca, cuando más desazón, incertidumbre, confusión, hastío y temor podríamos estar experimentando. Eso se ve de muchas maneras: en el dinero, el trabajo, la salud, las relaciones con todos, la plétora de payasos que tienes por compañeros, tantas incoherencias tuyas y mías, nuestras sombras. En el fondo ambos sabemos que hay que cambiar de rumbo, pero ¿Hacia dónde?, ¿para hacer qué?, ¿para hacer las cosas cómo?
Sumado a esto, está el cansancio y el desinterés que tenemos... que se juntan en un cóctel de apatía y desgano por todo lo que hay que hacer. Nos preguntamos seguido: ¿Para qué molestarse? Y terminamos encontrando justificaciones a nuestra apatía y desgano. Ojalá las razones que tenemos para hacer las cosas que de verdad nos importan fueran los impulsos genuinos del alma, pero no, en realidad nos estamos moviendo al ritmo de la mayoría: sobreviviendo en vez de vivir.
Me temo que de seguir así perderemos el tiquete que compramos para venir a esta Tierra, porque desde todo punto de vista ésta es una estadía insulsa que se va quedando sin propósito. Parece que todos la tenemos difícil para tomar decisiones; si no es por una cosa es por la otra. Eso lo entiendo, pero también ¿Cuánto tiempo más resistiremos así?, ¿será que no hemos persistido lo suficiente?, ¿te has preguntado hacia qué debes persistir?
Quisiera poder terminar este texto con una detallada guía llena de 'cómos' y un paso a paso de lo que se supone debemos hacer para que todo esto vuelva a tener sentido, pero no, la apreciada receta es tan simple que incluso llega a resultar odiosa, sofisticada y a veces inalcanzable: vivir un día a la vez e improvisar todo el tiempo.
¿Cómo será vivir una vida improvisada? Hasta el pescador que vive junto al mar sabe que todas las mañanas se levanta, sale a navegar, lanza su red y recoge peces (donde los hay...). Donde haya un plan y donde sepamos qué hacer se reduce notablemente el margen para improvisar. Me temo que no sabemos cómo es una vida improvisada ¿Cómo te imaginas esa vida así?
Solo se me ocurre una hipótesis: sería una vida sin finalidad, sin propósito, sin un punto de llegada. En nuestra cultura una vida así es una herejía, porque se supone, como ya he dicho, que todos debemos tener una finalidad, un punto de llegada ¿Y qué tal si no? ¿Qué tal si solo nos limitamos a experimentar todo lo que ocurre?
Quizás eso es lo que nos está faltando para disfrutarnos el viaje: Cuando estamos tan empecinados en llegar a la cima de la montaña no miramos el paisaje, ni el cielo ni las flores en el camino... solo estamos mirando la cima con la atención puesta ahí, anulando la experiencia de un mundo que a toda hora está sucediendo... y lo más dramático es que cuando llegamos nos damos cuenta de que ese no era el lugar en el que queríamos estar y que nos perdimos de ver muchas cosas. Le tengo un profundo temor a esa sensación, a repetirla porque ya la he sentido y aún la siento ¿Tú no?
Anda, cuéntame cómo es tu vida improvisada, tal vez hayas visto cosas que ignoro...
🙂