Ciudadanos del país de la música
La música es un lugar de encuentro con los demás. Es una república de la armonía. Se hace, se comparte y se mejora en grupo. Donde hay gente hay música, compañía y protección. Es algo que buscan todos los recién nacidos ante el temor atávico de quedar desamparados y a expensas de las posibles alimañas. Nuestra fragilidad física la superamos gracias a la cooperación, a la construcción social y cultural. Dependemos unos de otros y juntos sumamos fuerzas in creíbles. Los grandes logros de la humanidad son fruto del esfuerzo colectivo. Los homínidos se transformaron en seres humanos cuando comenzaron a cuidar de los más débiles y a dar sepultura a sus muertos. Justo entonces, y no por casualidad, nacieron la música y las demás artes.
Habitamos en un océano de sonidos entre los cuales la música es un gran aglutinante social. El estilo musical determina nuestra pertenencia a un grupo, del mismo modo que otros animales conectan con su manada por el olor. A nosotros nos unen las músicas que nos gustan e identifican, y nos separan las que rechazamos por sernos ajenas, como si fueran un mal olor. Para indicar que una música nos desagrada arrugamos la nariz en vez de las orejas. Cada tribu, cada grupo, cada público, cada bar se define por un estilo de música.
Una manera irresistible de empatizar, de convivir con los demás consiste en compartir músicas y danzas. A través de la música estrechamos lazos con los más cercanos, pero con ella igualmente conectamos con gentes semejantes lejanas y distintas. Solo así se explica que seamos capaces de interpretar músicas de otras épocas y lugares, compuestas por personas que dejaron de existir hace siglos pero siguen estando entre nosotros. En la música coincidimos de forma prodigiosa los vivos y los muertos, los cercanos y los extraños. Nos integra y compromete con los demás en una justicia poética. Ninguna orquesta ni grupo musical puede funcionar sin el compromiso y la solidaridad de sus miembros. La cooperación es una tendencia muy superior a la competición. A ella debemos los mayores éxitos de nuestra evolución como especie desde que nuestros antepasados comenzaron a cantar alrededor de una hoguera, compartiendo melodías y conocimientos. Cuando la competición se antepone al espíritu de colaboración, empezamos a desafinar y nos amargamos la vida, conjurando guerras. La música es lo opuesto a guerra; es el máximo emblema de la paz.
Por Víctor Pliego de Andrés
Catedrático de Historia de la Música del Real Conservatorio de Música de Madrid.