Revista Cultura y Ocio

Vivir para contarla (III)

Por Alaurenza
Vivir para contarla (III) Cumpliendo lo prometido, damos cierre a la publicación de fragmentos seleccionados de Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez.
Le conté la verdad: era el primer capítulo todavía en borrador de la novela que había empezado al regreso de Cataca con mi madre. Con un atrevimiento del que nunca volvería a ser capaz en una encrucijada de vida o muerte, puse en la mesa la carpeta abierta frente a él, como una provocación inocente. Fijó en mí sus pupilas diáfanas de un azul peligroso, y me preguntó un poco asombrado:
—¿Usted permite? [nota: quien habla es don Ramón Vinyes, viejo maestro, dramaturgo y librero catalán]
Estaba escrita a máquina con incontables correcciones, en bandas de papel de imprenta plegadas como un fuelle de acordeón. El se puso sin prisa los lentes de leer, desplegó las tiras de papel con una maestría profesional y las acomodó en la mesa. Leyó sin un gesto, sin un matiz de la piel, sin un cambio de la respiración, con un mechón de cacatúa movido apenas por el ritmo de sus pensamientos. Cuando terminó dos tiras completas las volvió a plegar en silencio con un arte medieval, y cerró la carpeta. Entonces se guardó los lentes en la funda y se los puso en el bolsillo del pecho.
—Se ve que es un material todavía crudo, como es lógico —me dijo con una gran sencillez—. Pero va bien.
Hizo algunos comentarios marginales sobre el manejo del tiempo, que era mi problema de vida o muerte, y sin duda el más difícil, y agregó:
—Usted debe ser consciente de que el drama ya sucedió y que los personajes no están allí sino para evocarlo, de modo que tiene que lidiar con dos tiempos.
Después de una serie de precisiones técnicas que no logré valorar por mi inexperiencia, me aconsejó que la ciudad de la novela no se llamara Barranquilla, como yo lo tenía decidido en el borrador, porque era un nombre tan condicionado por la realidad que le dejaría al lector muy poco espacio para soñar.

Pero lo que seguí para siempre al pie de la letra fue la frase con que se despidió de mí aquella tarde:
—Le agradezco su deferencia, y voy a corresponderle con un consejo: no muestre nunca a nadie el borrador de algo que esté escribiendo.
Gabriel García Márquez
fragmentos del libro “Vivir para contarla”

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