Revista Cultura y Ocio

Vivir para siempre

Por Calvodemora
Vivir para siempre
La idea de vivir para siempre arruinó anoche el sueño que estaba empezando a conciliar. Uno no sabe nunca cómo viene una idea y cómo se queda; tampoco el porqué unas duran y permanecen y otras, torpes, irrelevantes, acaban perdiéndose. La que malogró mi descanso no es de fácil acomodo en la cabeza: hace que especules con cientos de vidas posibles que podrías emprender si morir no fuese un obstáculo, pero a veces cuesta llevar una, la propia, empezar el día y terminarlo, sentir que tenemos fuerza para acometer otro nuevo y en ese plan. Hay que haber sido muy feliz, feliz de un modo intachable, para no querer dejar de serlo y no caer en la cuenta de que el tiempo nos frena, nos coarta, nos anula en última instancia. Es el tiempo el que arruinó anoche mi sueño. Quiero uno no pensar en nada, no tener nada de lo que preocuparse, no hacer de filósofo ni de narrador. Las noches, las malas, pueden durar todo un día entero. Lo sé bien, quién no lo sabe bien, a quién no se le ha venido abajo una noche por pensar en alguien o por recordar algo. No sabemos bien cómo nos hacemos daños de esa manera, a qué viene rescatar unos recuerdos - los malos, los inconvenientes - y censurar otros, buenos, que podrían beneficiar el ingreso en el sueño. Pareciera que lo que nos motiva es contrariarnos, ir poniendo dificultades, invitar al riesgo y decirlo que pase y nos visite sin prisa. Lo de vivir para siempre podría tener alguna consideración positiva, pero sólo en el caso que podamos ser otro en el trayecto, no necesariamente uno mismo, el que nació y con el que andamos a diario; otro con el que podamos intimar poco a poco, ganando su confianza, restándole importancia a los enfrentamientos. Ir así probando vidas que no son nuestras, a las que podemos renunciar sin que nos duela en demasía, sobre las que podamos hablar después como si fuesen ajenas, aunque las sepamos nuestras y tengamos de ellas un conocimiento que no posee nadie. Si pudiéramos salir y probar ser otro, si eso fuese posible, no habría guerra con la que demostrar a los demás que somos más fuertes o que nuestros ideales son imbatibles y nobles y los envía Dios o nos son concedidos por designio cósmico. No concilié el sueño, ya digo: fui de un rebaño de ovejas a otro, pongamos. Razoné que la metafísica, la poca o la muy poca disponible, no contribuiría a que yo finalmente me abandonara, cayera en el limbo perfecto del sueño, dejase un rato - el normal - el vértigo y la fiebre del día, el trasegar de las cosas. No es posible estar todo el día invadido de realidad, pensé. No es posible que no tengamos un momento en que cerremos por completo (es un decir eso de por completo) la conciencia. No se puede estar siempre alerta, consciente del ruido que hacen las cosas al caer, atento a lo que nos dicen y pendiente de decir lo que se espera que digamos. No se nos educa para esa intensidad; quizá no convenga, ya digo. Lo dejo así. No temo qué pase esta noche. Tengo con qué distraer la espera. Poseo la voluntad que se precisa para no caer en el abatimiento, en la angustia, en ese dolor pequeño que consiste en no saber qué hacer y en sentirse mal por no saber remediarlo. Igual tengo que leer a Coelho para que me ilustre. 

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