Víctor Alvarado (publicado en el diario Ya)
“Hay cosas perfectas de principio a fin “. Esta es una de las frases, utilizadas también en Vivir para siempre, que definen el nivelazo de esta excelencia, dirigida por Gustavo Ron, autor de Mia Sarah(2006), que capta a la perfección todas las dimensiones del ser humano.
Cuenta las andanzas de un chaval de 11 años enfermo de leucemia, que expresa su vitalidad, intentado cumplir una lista de deseos, mientras que reflexiona sobre el sentido de la vida, haciéndose preguntas de hondo calado.
En el apartado interpretativo destacan las intervenciones de Ben Chaplin, como padre de la criatura, cuya evolución como personaje nos parece interesantísima, pues, poco a poco, y gracias a la enfermedad de su hijo va estableciendo una relación paterno-filial entrañable, creando unos vínculos que se quedarán grabados en la retina de cualquier espectador sensible. Por otra parte, el actor Alex Etel (Félix), que hace las veces de colega de Sam, le da la salsa a la cinta, demostrando sus buenas intenciones cuando la ocasión los requiere.
Después del visionado de Vivir para siempre (2010) nos preguntamos lo siguiente; ¿Es posible realizar una película que se plantee por el sentido de la vida y que contenga los valores del humanismo cristiano? La respuesta es afirmativa. El realizador español Gustavo Ron, en una coproducción británico-española, basada en una novela de Sally Nichols, demuestra que es posible crear un cine dramático capaz de llegar al gran público y narrar una terrible historia, contada con grandes dosis de humor, de ritmo y ternura. También, nos enseña como se puede contar algo realmente triste, pero que, en cambio, transmita esperanza y optimismo y, sobre todo, ganas de vivir. Y es que, de algún modo, estamos ante un relato iniciático sobre un niño que comienza a ser adolescente. Sin embargo, el modo de ejercer ese paso de la edad infantil a la edad adulta nos parece el adecuado y propio de una inmensa mayoría de la sociedad que ha vivido de forma sana y con comportamientos inocentes esa etapa de la vida y muestran la lógica curiosidad del adolescente, pero sin llegar a tener experiencias más relacionadas con el mundo adulto como otras cinta de descubrimiento como por ejemplo Ibrahim y las flores del Corán o cualquier otra del cine actual español. Creo que ustedes me han entendido perfectamente, ¿No es verdad?
Cambiando de tema, habría que decir que el largometraje es un canto a la familia, donde se llega al fondo de la cuestión, explicando lo que significa llegar a querer a alguien, siendo el hogar, el lugar que nos da la fuerza para vivir (como decía el otro) y la fuente de satisfacción y felicidad en un alto porcentaje, tal y como diría el “científico” protagonista de la obra del celuloide en cuestión.
Finalmente, la película nos parece bastante original en muchos aspectos, aunque nos recuerda a producciones de cine independiente como Juno (2007), así como nos congratula sus claros guiños a Frank Capra y a la célebre ¡Qué bello es vivir! (1946) o a Sueños de juventud (2008) con respecto a la escena del globo. Además, el cineasta expresa su maestría, sabiendo adornar la cinta con una fotografía y unos paisajes de calidad; con el uso de unas marionetas que nos hacen reír o pensar ; y con una banda sonora de calidad tanto en la composición sinfónica de César Benito como en la selección musical al estilo americano entre los que nos ha llamado la atención positivamente la canción de Juan Luis Guerra en una de las escenas más bonitas, aunque existen muchas, que nos hace pensar sobre quién se acordará de nosotros cuando hayamos muerto.