La idea de entretener una búsqueda que le ofrezca sentido a todo este asunto del vivir, me parece una pérdida de tiempo y una soberana estupidez (si se me permite tal acepción) pues cuando atestiguas una y mil veces a esa eterna compañera de viaje a la que llamamos muerte, terminas por darte cuenta de la farsa a la que nos sometemos para no enfrentarnos a la cruda realidad.
Nos hemos inventado de todo: Nos postramos, nos arrodillamos, flagelamos, meditamos, rezamos, ayunamos o realizamos posturas acrobáticas. Afirmamos para después negar, o negamos para afirmar segundos más tarde. Pero hasta que no nos rendimos a lo inevitable, hasta que no depongamos la absurda teoría esperanzadora de ser inmortales, no conseguiremos vivir en paz. Y no digo felicidad porque creo que es una palabra que tergiversa la realidad, porque en cuanto oímos esa palabra enseguida lo asociamos a una sonrisa congelada, como si tuviéramos que ser unos eternos payasos de feria.
¡No! La vida no se trata de eso.
Vivir es sinónimo de cambio. Nada permanece estático y nada es para siempre. La vida es incierta, ansiosa, insatisfecha, voluble…Y todos los adjetivos que le queramos brindar. Pero lo que jamás será es eterna. Porque lo eterno, lo concreto, lo tangible, lo seguro, lo cierto, lo real; eso, eso es a lo que llamamos muerte.
Y eso es a lo que tememos, es a eso a lo que damos la espalda, eso es lo que creemos esquivar mientras nos distraemos con interminables abstracciones, juegos, adicciones y otros titubeos.
Por eso rehuimos al silencio y a la soledad. Porque es en esos momentos cuando uno deja el engaño, pues la evidencia se torna una presencia incuestionable. Raramente se han dado excepciones y en cierto tipo de personas ( a las que el mundo califica como místicos o locos) se ha dado la peculiaridad de que han franqueado la barrera del temor, constatando lo que nadie nos atrevemos a mirar: Nuestra verdadera Naturaleza, nuestro vacío, un abismo insondable, impenetrable e irrebatible, del cual emana todo aquello que conocemos y a lo que tanto apego sentimos; aún a sabiendas de que no existe forma que perdure en el tiempo, pues todo lo que nace está destinado a fenecer.
Somos así: Extraños, paradójicos y contradictorios; porque eso es la vida al fin y al cabo, un desatino sin ánimo de redención.
En vista de que todas las infinitas elucubraciones humanas, no tienen ningún otro sentido más que el del puro entretenimiento, yo seguiré acompañando y velando a mis queridos mayores, puesto que esta es mi única convicción por el momento. Y porque gracias a este trabajo he desarrollado una gran comprensión, ya que al contrario de lo que la mayoría cree; se comprende la vida cuando dejas de abrigar esperanzas oníricas, cuando dejas de mentirte, cuando no tratas de tapar lo que eres ni lo que sientes y cuando en lugar de inventar respuestas edulcoradas, te alías con la duda y con el desconcierto del no saber el porqué, ni el para qué.
Porque para vivir a medias ya están los mediocres: Esos que se inventan la idea del cielo y viven esforzándose por llegar a algún lugar inexistente; esos que piensan una cosa y dicen lo que no sienten; esos que se llenan la boca de buenas intenciones, mientras hablan a hurtadillas y exhortan veneno entre los dientes.
No, yo no poseo la intención de vivir para siempre, no busco la eternidad ni la inmortalidad; porque me resultaría un verdadero infierno el hecho de ser inextinguible. Prefiero quedar rezagada ante las luces deslumbrantes de un mundo que suele hacer mucho ruido y dar pocas nueces. Me quedo ante el perpetuo asombro en el cual se muestra el despliegue de la vida manifiesta. Y me quedo en esa paz que ofrece el no buscar un sentido a lo que nunca lo ha tenido y jamás lo tendrá.
Vivo para morir, simplemente. Y mientras tanto me limito a acompañar con amabilidad y firmeza, a aquellos que me anteceden en su partida.