Guatemala es conocido, entre otras cosas, como el país de
los volcanes. Dicen los manuales de geografía que son treinta y tres en total, aunque
muchos aseguran que debe haber algunos más que aún hoy se encuentran tapados bajo kilómetros de tierra y sedimentos
geológicos y que, en un futuro no muy
lejano, pueden resucitar de su aletargamiento como el Ave Fénix.
Pero mas allá de que sean varios los que conformen las
latitudes guatemaltecas, hay dos de ellos que son los más conocidos y visitados
por el turismo, quizás por ser ambos muy diferentes uno del otro y por formar
un paradigma pocas veces visto en otro lugar del planeta: el Volcán de Pacaya
(con una actividad de lava impresionante) y el otro llamado el Volcán de Agua,
que desde hace años no erupciona y que, al estar tapada la salida de lava, en
ella se ha formado un interesante lago artificial que es uno de los sitios
naturales mas bellos y exóticos que ofrece la ciudad, luego del amplio listado
de reservas arqueológicas y algunos parques nacionales.
El Volcán de Pacaya: un espectáculo único
Subir el “Pacayita” no es una tarea sencilla ni que deban
emprender aquellos que busquen el confort, la comodidad o el relax. Desde su
base hasta la altura - que es donde se puede ver la parte más atractiva del
Volcán- hay que ascender por una ladera bastante empinada unos 2700 metros
aproximadamente, lo cual lleva cerca de media mañana haciéndolo a paso
tranquilo y sin esforzarse demasiado, sobre todo aquellos que no se encuentren
en el más óptimo de los estados físicos.
Pero cuando se llega allí realmente se olvida lo amargo de
la subida y en pocos minutos la fascinación invade al viajero por completo. Ya
desde lejos se puede sentir en el aire –e incluso en el suelo- la alta
temperatura como consecuencia de los pequeños riachos de lava que bajan
lentamente (tanto que a veces se hace casi imperceptible el deslizamiento) y
también el olor a azufre que emana la lava hirviente que va adquiriendo a su paso entre las rocas.
El naranja cobrizo de la lava le da al lugar una estética
única y las fumarolas que brotan del cráter -ubicado en la desembocadura más
alta del volcán- lo tornan un recuerdo
inolvidable. Aunque parezca mentira en la zona crecen algunas especies
vegetales e incluso animal, entre las que pueden encontrarse jaguares y
ardillas (en la parte más alejada de la zona de lava y más próxima a la estepa
que bordea al volcán)
Pero Guatemala es dicotómica en todos los sentidos, y así como el Pacaya es uno de los símbolos del fuego como elemento vital, a unos pocos kilómetros de él se encuentra el Volcán de agua, algo que parece una paradoja pero que en realidad existe y es digno de que se le dedique al menos mediodía para conocerlo ya que es otro de los espectáculos naturales que tiene la tierra del Quetzal.
Cuando mis amigos me dijeron que me llevarían a conocer un "Volcán de agua" pensé que se trataba de una broma que los lugareños le hacen al turista con exceso de confianza que llega y se cree la mayoría de las cosas que le cuentan, pero debo reconocer que cuando en camino a la Antigua Guatemala, desde la ruta ví el majestuoso lago que se formó en su cráter no pude más que pedirles disculpas por poner en duda su consejo y les comenté que en cuanto pudiéramos debíamos ir aunque sea para sacar algunas fotos, por que el lugar merecía ser mostrado.
De esa forma una mañana nos levantamos y fuimos hacia allí.Al ascender hasta una de las montañas desde las cuales se tiene la mejor vista del cráter perdí la noción de que lo que estaba viendo se trataba de la boca del que antaño fue un volcán en erupción, ya que las distancias y la circunferencia son de tal magnitud que dan la idea de que la boca es un espejo de agua rodeado por laderas boscosas y ampliamente vegetadas.
Luego de estar un buen rato bajamos y nos dirigimos a un pueblo cercano llamado Panajachel, también a orillas del lago Atitlán y de mucha importancia para la cultura maya. El pueblo se encuentra en la zona de Sololá y mas allá de ser un sitio que parece haber resistido bastante a la influencia española dejada por la conquista, fué en la década del 60 y 70 cuando más auge alcanzó al alzarse como la ciudad de centroamérica elegida por los hippies que llegaban a la zona en búsqueda de conocimientos ancestrales o bien para vivir la experiencia de convivir en comunidad.
Al atardecer o bien entrada la mañana la costa de Panajachel ofrece unas vistas increíbles, teñidas por diferentes tonalidades y con unas formas que se recortan en el horizonte simulando ser verdaderas pinturas.
Si tentados por este posteo se deciden a conocer los dos volcanes el mismo día, les recomiendo que terminen a orillas de la Bahía del Lago Atitlán o bien en algunos de los bares que circundan el lugar o bien a bordo de algunos de los barquitos que recorren los volcanes desde lejos y ofrecen una vista más que interesante del lago y las maravillas naturales que rodean la región.